Cultura

Chucho Valdés y Paquito D’Rivera, mucho en común

Reencuentro con dos gigantes de la música afrocubana en el Palau

Chucho Valdés y Paquito D’Rivera encienden el Palau con su jazz afrocubano

Chucho Valdés y Paquito D’Rivera encienden el Palau con su jazz afrocubano. /

Roger Roca

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“¿Esto les suena austríaco?”, le preguntaba Paquito D’Rivera, socarrón, al público del Palau. “Esto” era el adagio del concierto de Mozart para clarinete que acababan de tocar. A su manera poco austríaca, por supuesto. “El concierto para clarinete siempre me ha parecido que era un blues”. Y en sus manos lo parecía. Un blues o uno de esos cánticos que suenan en las iglesias del sur de los Estados Unidos. D’Rivera y el pianista Chucho Valdés ya la tocaban hace media vida, cuando hacían alquimia con el jazz, el rock, la clásica y la música afrocubana bajo el nombre de Irakere. Y la recuperaron el viernes en el Palau de la Música, dentro del Voll-Damm Festival de Jazz de Barcelona. D’Rivera, que recibía la medalla de oro del festival, y Valdés, padrino del certamen, estuvieron más de 40 años sin hacer música juntos. Pero tras la pandemia se volvieron a encontrar en el estudio para grabar un disco, “I missed you too” -“yo también te he echado de menos”-, que no es tanto nostalgia como una celebración de lo mucho que aún tienen en común.

Los dos tótems de la música afrocubana abrieron el concierto del Palau con “Mambo influenciado”, la primera grabación que hicieron jamás juntos, cuando eran dos jóvenes cubanos enganchados al jazz norteamericano. “Pero nos ha interesado todo tipo de músicas”, dijo D’Rivera, que se encomendó a Duke Ellington y a su taxonomía de las dos músicas, “la buena y aquella otra cosa”. En la lista de “la buena” de Valdés y D’Rivera caben muchas tradiciones. En el Palau sonaron solo algunas: el bolero, el joropo venezolano, la clásica o el tango, como el que el pianista escribió para su mujer, Lorena. “Un tango a la Valdés”, anunció D’Rivera, locuaz maestro de ceremonias. Y tenía toda la razón. A lo largo de su carrera Chucho Valdés ha hecho suyo todo lo que ha tocado, viniera de donde viniera.

En esta asociación, el gigante de piano, como le presentó su compañero, imprime vigor, rigor y romanticismo. D’Rivera, ágil como siempre al clarinete y al saxo, pone la chispa, la locuacidad y el ingenio. A su lado, el trompetista y trombonista Diego Urcola es músico de sección y solista según convenga, y cuentan con una rítmica de mucha cilindrada, aunque cuando cambiaban el compás latino por el swing se hubiera agradecido alguna marcha menos. Sonaron arrolladores en “El majá de Vento”, una descarga emparentada con el jazz espiritual de John Coltrane, delicados en “Claudia”, el bolero más célebre de Valdés y felices en “Pac-Man”, una partitura de arreglos llenos de ingenio. Pero el momento más memorable fue su pase de Mozart por el prisma cubano. D’Rivera, travieso, jugaba con el público y la célebre melodía de la pequeña serenata nocturna, que desaparecía y volvía aparecer emparentada con el “Tioc-tico”, y Valdés brillaba en el papel de solista imperial. Todas las piezas encajaban. Lo popular con lo virtuoso, lo de aquí con lo de allá, lo serio y lo ligero, lo de siempre con lo de antes. Ciertamente no sonaba austríaco. Sonaba a Chucho y Paquito

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