Pablo Bofill: “Al final de su vida mi padre se sintió muy excluido de Barcelona"

Muere Ricardo Bofill, el genio indomable de la arquitectura

Ricardo Bofill, profeta de la arquitectura

En dos meses se cumplirá un año del fallecimiento de Ricardo Bofill. Su hijo menor, Pablo Bofill (París, 1980), CEO del despacho desde 2009, habla sobre los nuevos proyectos del Taller y el legado de su padre.

Bofill

Bofill / FERRAN NADEU

Leticia Blanco

Leticia Blanco

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

 ¿Cómo ha llevado la muerte de su padre?

Antes de morir, Ricardo nos dijo a mi hermano y a mi que había tres formas de reaccionar a la muerte de un padre o alguien muy cercano. La primera, la más fácil y convencional, es la autodestrucción. Puedes hacerlo con drogas, alcohol o peleándote con los más cercanos. Es el impulso del ego buscando protagonismo. Esa forma es tan convencional y estúpida que mejor evitarla. La segunda, otra reacción muy clásica, es la depresión, quedarte llorando en la cama. Es otro modo de robarle el protagonismo al muerto.

¿Y la tercera?

La acción, tratar de mirar hacia el futuro. Hacia el trabajo, con autodisciplina. Buscar fuerzas para seguir. Cuando una persona está viva y tienes una relación familiar con ella siempre hay un debate, un diálogo en el que tratas de defender tus ideas. Pero cuando esa persona tan importante muere de repente, lo que cambia es que tienes más ganas de escucharlo a él y a sus consejos. Sus palabras se convierten en una especie de guía hacia la estructuración de tu persona. Me cuesta un poco hablar de todo esto.

¿Cómo resumiría su legado?

Lo más importante que me transmitió es que la autosatisfacción tiene que durar el tiempo de un orgasmo. Lo que debe definir nuestra forma de pensar es la autocrítica permanente. Esa forma de pensar con humildad cada vez que se empieza un proyecto nuevo: el no tratar de hacer una copia de lo que ya has hecho, sino afrontar el miedo y la angustia de si podrás superar lo que ya has hecho; esa es su lección número uno.

¿Cómo han ido las cosas en el despacho este año?

Hemos pasado de tener a 50 personas trabajando a 150, de unas 23 nacionalidades. Todas tienen en común su compromiso con la arquitectura y que han trabajado duro para llegar aquí. No hay ningún hijo de burgués que no se haya esforzado nunca. Sí hay, en cambio, el hijo de obrero que no tenía los recursos y tenía que trabajar por la noche para estudiar. En el Taller siempre se han mezclado orígenes y disciplinas, de la sociología a la filosofía, la fotografía, las matemáticas, el cine, la física… La meritocracia es fundamental, por eso tenemos una estructura tan horizontal.

¿Cuáles son sus principales proyectos?

Estamos trabajando en dos campus universitarios con capacidad para 6.000 alumnos de la Universidad Politécnica de Mohammed VI. El primero se ha construido en Benguerir, a medio camino entre Marrakesh y Rabat. Es un proyecto educativo ambicioso que pretende atraer a la diáspora marroquí de profesores y a las élites africanas, que normalmente se marchan fuera a estudiar. Es la primera universidad marroquí donde va a estudiar el futuro rey del país. También tenemos proyectos muy interesantes en Benín, Francia y Albania, donde hemos conectado mucho con el primer ministro, Edi Rama, que además es filósofo y pintor y tiene ideas muy innovadoras, más cercanas al arte que a la política, para renovar el urbanismo de Tirana y bajar la criminalidad. Es asombroso cómo allá donde vamos podemos trabajar con sus líderes para mejorar las ciudades y aquí nos sentimos excluidos.

¿De qué se sienten excluidos?

De cualquier tipo de reflexión sobre la ciudad en la que estamos. Nunca he sido invitado por nadie del ayuntamiento, no tenemos la suerte de formar parte del debate sobre Barcelona. Y en el Taller siempre hemos querido ser un sitio de reflexión y debate cultural.

¿Le sorprendió la reacción ciudadana cuando su padre falleció, las colas para despedirlo?

Al final de su vida, mi padre se sintió muy apartado del debate local, se sentía muy aislado en Barcelona. Creo que le habría puesto muy contento ver toda la gente que vino. De políticos solo vino el presidente Aragonés, al final, para apuntarse el tanto porque vio que era un éxito. No hubo absolutamente nada de representación política local, sí internacional y sobre todo popular, gente que pudo expresar su relación con él o con lo que él representaba. Ese esfuerzo para sacar tiempo entre semana, el sacrificio personal de tantos, fue muy bonito.

Ha empezado el Mundial de Qatar y se está debatiendo mucho sobre la responsabilidad del arquitecto, ¿cuál es su postura?

Me molesta mucho el debate que se ha originado, creo que es bastante más complejo. Independientemente de cómo la FIFA haya atribuido el Mundial, el argumento de que hay que boicotear a Qatar porque ha habido muertos me parece demasiado fácil e injusto. Es el típico razonamiento de norte a sur, aunque Qatar no sea un país pobre. Todos los proyectos de Qatar han sido realizados por equipos europeos o anglosajones, por los mejores arquitectos del mundo. Ahí están por ejemplo Norman Foster o los madrileños Fenwick Iribaren. Por supuesto que hay muchos muertos y cada uno de ellos merece un homenaje. Pero echo en falta más autocrítica, porque la gestión de la construcción y la seguridad han recaído en grandes empresas europeas y americanas, todas occidentales. Hay una responsabilidad compartida. Y en las críticas que leo siempre hay un ataque, como si los qatarís fuesen los únicos responsables. No puedo evitar verlo como una forma de neocolonialismo.

Ha decidido coger el testigo de BD Barcelona Design, la editora de muebles fundada en 1972 por Oscar Tusquets, todo un emblema de la 'gauche divine', ¿por qué?

La idea es hacer que Barcelona recupere la relación que tuvo tan especial con Milán a nivel de diseño. Es una aventura en la que me he embarcado con otros amigos: Nacho Alegre y Omar Sosa de Apartamento, Igor Urdampilleta de Arquitectura-G, Hernán Cortés que trabaja aquí en el Taller, mi hermano Ricardo y mi mujer Luna Paiva. Todos tenemos entre 35 y 45 y cada uno viene de una disciplina. Reeditaremos algunas piezas de Dalí y Mackintosh y también queremos apostar por jóvenes diseñadores catalanes e internacionales. Queremos volver a poner en el mapa mundial a BD Barcelona. Oscar se ha quedado como accionista. Es el último hombre del Renacimiento que queda de su generación. Escribe, pinta, proyecta… tiene la necesidad vital de crear. Lo que le divierte es hacer y no tiene miedo a equivocarse. En eso me recuerda mucho a Ricardo.

¿A su padre?

Sí, parte de su legado es que la única forma de hacer es aceptar que te equivocas. Que es más importante hacer que equivocarse. Fallar es parte del proceso creativo y forma parte de la vida aceptar el error, más que buscar el éxito. 

Suscríbete para seguir leyendo