Crítica de libros

'El libro de nuestras ausencias', de Eduardo Ruiz Sosa: ni carne ni ausencia de carne

La novela del mexicano explora de nuevo la violencia a la manera de Juan Rulfo: voces rotas de personajes que ya no están pero no se han ido

Ruiz Sosa

Ruiz Sosa / ANDREEA VORNICU

Ricardo Baixeras

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La ambición de un novelista podría medirse por la pretensión de querer escribir un libro distinto que suponga un nuevo reto estructural o temático. Pero también, como quería Borges, por la de querer escribir siempre el mismo libro para poder dar cuenta de las mismas obsesiones. En el caso de Eduardo Ruiz Sosa (México, 1983) se cumplen las dos condiciones y resulta asombroso que la ambición literaria que sostiene su escritura acumule una densidad de tal envergadura. Digo escritura porque más que una literatura ligada a un determinado asunto lo que plantea Ruiz Sosa es una inquebrantable voluntad de decir, casi en el límite de afincar el lenguaje en la tensión de la forma como un movimiento puro y cerrado en sí mismo. Una escritura tocada por la violencia especulativa de la oralidad del poema.

Los que que leyeron en su momento la monumental ‘Anatomía de la memoria’ (2014) o ‘Cuántos de los tuyos han muerto’ (2019) les resultará familiar ‘El libro de nuestras ausencias porque es este también, como aquellos, "un libro roto, de palabras rotas, voces quebradas, personajes que ya no están, pero tampoco se han ido". Un libro que le ha ocupado, confiesa el autor, unos 15 años de trabajo y que viene a conformar una suerte de summa poética girando en torno a una "ausencia [que] no se puede ver pero [que] está y regresa". Un libro difícil de escribir -y de leer- sin la lección aprendida de ‘Pedro Páramo’ porque aquí también "se le metió en el pueblo la muerte". Y por la lección de ‘Mientras agonizo’ porque todo el libro de Ruiz Sosa podría ser la hermenéutica imposible a estas palabras de William Faulkner: "el sentido de la vida era prepararse para estar muerto mucho tiempo".

‘El libro de nuestras ausencias’ es tanto una ficción verdadera sobre una cantidad ingente de desaparecidos en el norte de México, por la violencia desmedida del narcotráfico o por la injusticia y la pena de las fosas clandestinas como el monólogo desmedido e imaginario de una voz que es todas las voces y que trata de "reconstruir un cuerpo físico mediante el uso de un cuerpo de palabras" y de todo aquello que diferencia a un muerto de un desaparecido, de un desaparecido frente a un olvidado, de un olvidado frente a un no recordado y de un no recordado frente a un ausente. La muerte como un rumor representada por una lengua oscura que solo se representa a sí misma. "Ni carne ni ausencia de carne" es lo que repite la voz de este libro insistentemente al querer situar el sentido en un punto intermedio entre la vida y la muerte ya que "lo intermedio es lo verdaderamente obsceno o lo vivo o lo muerto… pero no lo moribundo, no lo indeciso, lo que no sabe si vive o si ya se fue". 

El punto ciego y de fuga pero también de anclaje es la muerte de Orsina, cuya desaparición "era una muerte sin cuerpo la experiencia de un cadáver vivo como si la ausencia no fuera otra cosa que palabras". Y en torno a ese "hueso en la boca" que es Orsina aparecen y desaparecen una retahíla de personajes que no van en línea recta y que no cesan de deambular por espacios simbólicos (una cárcel, un teatro, una imprenta, un desierto o un almacén) en un tiempo curvo que se repite confrontando "los recuerdos con la imaginación o la memoria con el deseo". En modo alguno es un libro banal y reta al lector en cada página. Sostener el pulso tiene recompensa. 

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