La caja de resonancia

¿Barcelona ya no es tanguera?

El año que viene se cumplirán cien años de la presentación del tango-canción en la capital catalana, urbe que fue bautizada como “tercera patria” del género rioplatense por Enrique Cadícamo y que acogió a Carlos Gardel (y a voces y músicos de futuras diásporas en los siglos XX y XXI). Hoy apenas quedan vestigios de la Barcelona más tanguera y, por extensión, más bohemia.

mundial tango 2012

mundial tango 2012 / EFE

Jordi Bianciotto

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En septiembre de 1923, un cantante argentino de virtudes discutidas, Francisco ‘Pancho’ Spaventa, actuaba en el teatro Novedades, de la calle Casp (hoy finiquitado), presentando el tango-canción, evolución de una música para bailar agarrado, en roce libertino e inmoral, que causaba furor en los salones parisienses. Ya había pasado por aquí Linda Thelma, amenizando los tés danzantes, pero Spaventa fue “quien de verdad introdujo el tango cantado en Barcelona”, como constata el mayor entendido en la materia, Xavier Febrés, en uno de sus libros referenciales, ‘Barcelona, tercera pàtria del tango’ (que firmó con Patrícia Gabancho; Quaderns Crema, 1990). 

¿Tercera patria del tango? Así bautizó a la ciudad Enrique Cadícamo, tras recalar en ella a partir de 1928. El puerto de Barcelona era escala estable en la ruta a París, y cobró forma el triángulo. En el hotel Oriente, de la Rambla, tras pedir un café doble y un coñac, y encender otro cigarrillo turco, Cadícamo escribió de un tirón la letra de ‘Anclao en París’. Una pieza que haría suya Carlos Gardel, figura destinada a labrarse aquí simpáticos vínculos: amigotes futboleros como Piera, Zamora y Samitier.

No hay recordatorio alguno en el hotel de ese hito tanguero, como tampoco lo hay en el Teatro Goya, donde, en 1925, Gardel ofició su debut europeo como solista. Me cuenta Febrés que planteó al Goya hace unos años la colocación de una placa conmemorativa, pero la propuesta no causó efluvios de euforia. No somos muy duchos en esta ciudad en cuidar y lucir el capital acumulado, la memoria, cuando hablamos de música popular.

Aquel vínculo transatlántico estaba destinado a reanimarse, alimentado en buena parte por las diásporas de 1976 (golpe militar) y 2001 (corralito). La catalanísima rumba la elevó a poesía un oriundo bonaerense, Gato Pérez, y ha sido notable el desfilar de voces, músicos, creadores: de un Horacio Fumero, cómplice de Tete Montoliu, a Nathy Peluso, a través de Sergio Makaroff, Marcelo Mercadante o Sandra Rehder, que hace unos años observaba en este diario que “Barcelona es tanguera, pero le falta bohemia”. 

¿Y es posible ser tanguero sin bohemia? Tanguero como actitud, apurando la espuma de los días (y las noches). Algo de eso se echa en falta en esta Barcelona en la que no solo han ido desdibujándose los circuitos asociados al género, sino que cada día se acuesta más temprano, y que tras la pandemia ha recortado un poco más los horarios de la restauración porque al día siguiente hay que levantarse “ben d’hora, ben d’hora”.

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