Recuperación de un fenómeno sociomusical

La Ruta del Bakalao, de vanguardia cultural a aquelarre

Valencia se erigió en los 80 en punta de lanza de las tendencias musicales, el caldo de cultivo de una ‘ruta’ que terminó degenerando y asociándose a episodios de exceso y violencia, pero que analistas y protagonistas de la época reivindican como un inquieto foco cultural en la España post-Transición

Ruta del bakalao

Ruta del bakalao / MIGUEL LORENZO

Jordi Bianciotto

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Antes de que la Ruta del Bakalao saltara a las páginas de sucesos, fue pura vanguardia musical a escala europea, asociando las novísimas tendencias de los 80 (pospunk, rock gótico, synth-pop, New Romantics) a la ciudad de Valencia y a los clubs que salpicaban la carretera de El Saler. Una efervescencia que, pasadas tres décadas de su fundido, está en el trasfondo de las imágenes de caos viario, techno de garrafón y titulares escabrosos que nos vienen a la cabeza cuando pensamos en la también conocida como Ruta Destroy.

Hacía ahí apunta la tesis de ‘La Ruta’, la serie de Atresplayer Premium, y eso es lo que llevan años sosteniendo, contra viento y marea, quienes defienden el valor cultural del fenómeno más allá de su folclorización. “Ahora ya hay suficiente perspectiva histórica para entender lo que fue”, medita Luis Costa, autor del libro ‘¡Bacalao! Historia oral de la música de baile en Valencia, 1980-1995’ (Ed. Contra), que sitúa las raíces de todo ello en la Transición, “cuando llegó la modernidad y se produjo una ebullición cultural y social”.

Un laboratorio europeo

En los 70, algunas discotecas valencianas fogueaban las audacias de Neu! y Kraftwerk. Y en los primeros 80, Joy Division, Bauhaus, The Human League… La ciudad acogió conciertos tempraneros de Soft Cell y Depeche Mode. “Valencia siempre ha sido muy electrónica, y sellos como Virgin se fijaban en lo que se pinchaba aquí para promocionarlo en toda Europa”, afirma Fran Lenaers, ‘dj’ residente entre 1984 y 1988 de Spook Factory, “el primer gran ‘after’ de España”. Lenaers, consultado por los realizadores de ‘La Ruta’, podía pinchar hasta 16 horas seguidas. Había público y agitación. Y bandas. “Betty Troupe, Video o Glamour, cuyo teclista (José Luis Macías) había sido mi compañero de pupitre en la escuela”.

¿Pero qué ocurrió para que esa pulsión vanguardista derivara en el brutalismo ‘makinero’, con himnos como ‘Así me gusta a mí’, de Chimo Bayo? Hacia 1990, la música se fue oscureciendo “y tendió a la electrónica dura, en línea con el techno europeo”, observa Fran Lenaers, con ascendiente belga y acceso a vinilos de Front 242. Cambiaron los narcóticos: de la mescalina al ‘speed’ (la droga punk), la cocaína y el éxtasis. Y los medios de comunicación generalistas repararon en el desvarío que envolvía los fines de semana valencianos.

El Instagram de la época

Se acercaban los fastos del 92. “Y no quedaba bonito que el mundo descubriera que los valencianos éramos unos degenerados”, interpreta Fran Lenaers. Los accidentes mortales en la carretera, parejos a los registros exprés (la Ley Corcuera) enrarecieron la opinión pública. La revista ‘Primera Línea’ fue pionera en destapar todo aquello al ciudadano medio. “Y luego, la televisión basura practicó el terrorismo informativo y creó pánico social”, estima Luis Costa. El crimen de Alcàsser, en que las tres adolescentes asesinadas habían sido secuestradas cuando iban a una discoteca, contribuyó a demonizar la noche valenciana. Ya entonces, el bacalao, con ce (“de ‘vaya bacalao’, aplicable a la tía buena y al disco bueno”), había dado paso a la etiqueta más ordinaria, con ka, discutida todavía.

De la eclosión de aquel itinerario de clubs (añadamos Barraca, Espiral, Chocolate o ACTV) queda el reflejo de un mundo perdido, en cuya base estuvieron la inquietud musical y la pura exaltación de la fiesta. “En las discotecas, solo el 10% venía a ligar”, levanta acta Fran Lenaers. “El 90% iba a oír música, bailar y divertirse. A interactuar. Fue el Instagram de la época”.