Opinión | Periféricos y consumibles

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

Los farsantes

Imagen promocional de la obra de teatro 'Los farsantes', de Pablo Remón

Imagen promocional de la obra de teatro 'Los farsantes', de Pablo Remón / EPC

Somos los espectadores que asistimos a la representación. Son los autores reales, implícitos, imposibles. Son las psicólogas de los dramaturgos. Y los psicólogos de las actrices. Son los adolescentes que se desatan en las sesiones vespertinas de las discotecas. Son las niñas que contemplan el eclipse con sus gafas de película de serie B y ya no se las quitan y son actrices irremediablemente. Son los actores y las actrices que entregan el Goya, que ganan el Goya, que pierden el Goya. Es el padre huido, desaparecido, muerto. Son los narradores que nos dan su palabra, pero mienten. Los farsantes son los sueños, las pesadillas, las realidades. Los directores de cine de culto. Los pasajeros de aviones transoceánicos atravesados por un rayo que no cesa. Farsante es también un zapato rojo, de tacón. Farsantes los maestros, los discípulos, los mentores, los mentirosos, las ejecutivas poco agresivas.

Farsantes son los ochenta. Y las películas minoritarias. Y las series de éxito con estrellas rutilantes. Las vigilantes de Clifford. Los viajeros que encuentran su lugar en los no-lugares. Las casualidades “que nadie creería en un libro pero de las que la vida real está repleta”. El pilates y sus monitoras, con su contrología. Farsantes son los novios de la juventud. Farsantes son Chéjov y sus tres hermanas. Los magos, sobre todo el de Oz. Y las brujas malvadas del oeste que reciben críticas de repelentes niños de seis años. Los matices, las contradicciones. Los productores cinematográficos de güisqui japonés y coca universal. El pasado, el futuro. Los textos, los subtextos, los paratextos. Los cuentos infantiles.

Farsantes son el talento, la formación, Ofelia, Antígona y Miliki. Olga e Irina. También el trabajo duro es una farsa. Los que se comen el mundo. El tiempo regalado, las epifanías, los niños malnutridos. Farsantes son los vivos y los muertos, y también la parusía. El Tribunal de Defensa de la Competencia y de la Propiedad Intelectual, el equipo directivo del Centro Dramático Nacional, el INAEM al completo, todo el Ministerio de Cultura, el Gobierno entero, el Presidente y sus asesores. Farsantes son los plagiarios, los plagiaristas, los originales, Horacio, Quintiliano, Petrarca, los alumnos de la RESAD, las mujeres y hermanos de los escritores, los profesores de escritura creativa, Merche y su acento gallego, los autores de los textos. Barthes y trece (también la tele).

Farsantes son los secretarios de ayuntamiento, los cronistas taurinos, el Tipp-Ex y los palimpsestos. Los que padecen criptomnesia, Carl Jung, Violeta Canals, Borges y Ariosto. El mundo exterior, la vida real, las mujeres que duermen en cajeros, los que se van a tomar por el culo, las madres, los amantes de las madres. Los aplausos. El público, el bello público. Farsantes son los niños muertos, los fantasmas, las historias, los padres necesitados del consuelo de la ficción. También los camareros kazajos, las revoluciones, los reyes destronados, las pastillas. Farsante son Byung-Chul Han, la sociedad y el cansancio. Los alienados, la estructura de sociedad capitalista. La autoayuda. Los perros que se chupan su propio miembro. Farsantes los vientos de Asia. Y de nuevo el eclipse. Y Pablo Remón. Y yo.

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