QUEMAR DESPUÉS DE LEER

El oficinista maldito que todos llevamos dentro

Ha vuelto Bob Slocum, el protagonista perdido y cruel de 'Algo ha pasado', el primer 'american psycho', el más doloroso y certero retrato de nuestro enemigo final, hoy más al acecho que nunca: nosotros mismos

Albert Camús y Joseph Heller

Albert Camús y Joseph Heller / SARA MARTÍNEZ

Laura Fernández

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Albert Camus temía dejar sus manuscritos en casa. Cuando estaba escribiendo una nueva novela, solía llevarlos encima cuando se alejaba más de la cuenta. Es por eso que el día en que sufrió el accidente que acabó con su vida viajaba con el manuscrito de la que acabaría siendo su novela póstuma: El primer hombre (Tusquets). Tenía 47 años. Hacía tan sólo un año que había sido distinguido con el Premio Nobel de Literatura. Nada más saberse el fallo, le había escrito un telegrama a su madre sordomuda. “Te necesito más que nunca ahora mismo”, le había dicho. Temía el odio que el Nobel iba a generar en su entorno más cercano. Jean Paul Sartre, que había sido buen amigo y admirador de su obra, llevaba tiempo tratando de destruir su reputación. E iba a seguir haciéndolo.

Joseph Heller (Nueva York, 1923-1999) no tuvo a un Jean Paul Sartre en su vida, aunque tampoco recibió el Premio Nobel. Ganó una Beca Fulbright y el Médicis Extranjero. Pero tuvo mucho éxito. Y no fue fácil remontarlo. Como Camus, luchó en la Segunda Guerra Mundial, y a su vuelta, todo le pareció absurdo. Hay una relación evidente entre el absurdo y la manera en que la posmodernidad trató de acabar con cualquier cosa preestablecida. Todo había dejado de tener sentido. También dejó de tenerlo para Camus. Y en cualquier caso, Heller publicó Trampa 22 en 1961. Y se hizo tan famoso que el título es hoy, popularmente, una manera de hablar de algo que se ha dado por imposible. La Trampa 22 es el trámite burocrático imbatible, el que nunca, jamás, superarás.

¿Que cuánto tardó Heller, el tipo que creyó estar asistiendo a una fiesta de cumpleaños cuando se celebraba el funeral de su padre —tan niño era, tanto pastel se había horneado—, en dejar atrás Trampa 22? Más de una década. Como Camus, Heller no se fiaba de dejar su manuscrito en casa. En realidad, no se fiaba de que existiera en único lugar. Porque ese lugar podía arder. Así que, como cuenta Rodrigo Fresán en el instructivo y curiosísimo prólogo de la esperada nueva edición de Algo ha pasado (Random House), “se sabe que Heller depositaba y renovaba —a medida que sumaba páginas— varias copias del libro en apartamentos de conocidos por toda Manhattan”. Y también en taquillas de gimnasio que no eran la suya.

Tal era su miedo, que el día en que finalmente lo entregó, hizo que su hija adolescente le acompañase, temeroso de caer fulminado por un ataque al corazón —o el atropello de un autobús— camino de la editorial. ¿Y qué contenía esa obra futura y maldita, tildada de excesiva, insoportable, misógina y aburrida, por un Jean Paul Sartre multiplicado, esto es, por un buen puñado de críticos de prestigiosa cabeceras? Algo así como el reverso siniestro de la luminosa Trampa 22, o lo que ocurre cuando la batalla no se libra contra la estupidez humana —eso hace Yossarian, el protagonista de aquella— sino contra uno mismo. Bob Slocum, el oficinista maldito de Algo ha pasado, es, como apunta Fresán, “un prisionero de guerra de sí mismo luchando contra la idea del The End”.

¿Y no vuelve, Slocum, en el mejor de los momentos? ¿O no vuelve cuando no únicamente un tipo en la cumbre con miedo a caer —y hasta cierto punto aburrido de la cumbre en sí— sino buena parte del mundo, atisbando esa idea de un The End —de un Final— nada agradable, y deshumanizado, como él, por un sistema que dejó de tenerle en cuenta hace demasiado, un sistema para el que no es otra cosa que engranaje intercambiable, ha dejado de creer en sí mismo, y cualquier cosa? A solas con su perdido y cruel cerebro, Slocum, el directivo adúltero que todo lo aborrece, parece un león enjaulado decidido a devorarse a sí mismo, porque, como diría Patrick Bateman, el protagonista de American Psycho, el otro Bob Slocum, “esto”, nada, en realidad, “no es una salida”.

El año 2019, Jordan Peele, el tipo que empezó escribiendo monólogos cómicos con su pareja y acabó convertido en director de culto, estrenó Nosotros, una película que, de alguna forma, convertía en terror —y superficie estética de profundidad variable— lo que Heller excava, obsesivamente, en Algo ha pasado. El miedo es, habitualmente, miedo al Otro, con mayúsculas, entendido ese Otro, también, como lo desconocido. Lo que hizo Peele al inventar el uno mismo malévolo, asesino, un alguien que tiene tu mismo aspecto pero no eres tú, fue darle la vuelta al tópico y señalar por el mal del presente, y el enemigo final que hoy, encerrados como vivimos en burbujas que únicamente reflejan aquello que creemos ser —y en lo que creemos creer— acecha más que nunca: nosotros mismos.

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