Crítica de cine

'Bardo, falsa crónica de unas cuantas verdades', un monumento al ego de González Iñárritu

El mexicano es un especialista a la hora de hacer películas encantadas de su grandiosidad, pero esta es la primera de su carrera en la que esa grandiosidad es la razón misma de ser

Un fotograma de 'Bardo', de Alejandro González Iñárritu

Un fotograma de 'Bardo', de Alejandro González Iñárritu / EPC

Nando Salvà

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Alejandro González Iñárritu, director mexicano aclamado y multipremiado internacionalmente, ha hecho una película sobre lo terrible que resulta ser un director mexicano aclamado y multipremiado internacionalmente. Con ella finge diseccionarse frente a nosotros como persona y como artista y, entretanto, hacer sátira de la industria cinematográfica, pero en realidad da la sensación de estar interesado sobre todo en estimular comparaciones con Federico Fellini. ‘Bardo’, dicho de otro modo, es la manifestación audiovisual de su narcisismo, un monumento de tres horas de metraje a su magnífico ego.

González Iñárritu, es cierto, es todo un especialista a la hora de hacer películas convencidas de su propia significancia y encantadas de su grandiosidad, pero esta es la primera de su carrera en la que esa significancia y esa grandiosidad son la razón misma de ser. Ha sido cuidadosamente diseñada a modo de elefantiásica obra magna. Sobre el papel, se sirve de un caprichoso ‘collage’ de recuerdos, sueños, pesadillas e interacciones para enfrentar al director tanto al lado oscuro del éxito y la fama como al sentimiento de culpa que su relación con su familia y su país natal le generan. En la práctica, usa esos temas como mera excusa para intentar apabullarnos a base de trucos visuales, ocurrencias de puesta en escena, imponentes coreografías y demás exhibiciones de virtuosismo cinematográfico, y para convertir lo que aparenta hacer examen de conciencia en un ataque a quienes lo critican. ‘Bardo’ no es su forma de abrirse en canal, es una carta de amor remitida a sí mismo.