Los discos de la semana

Taylor Swift, temblores de madrugada en el 'mainstream'

La cantante parte de las noches de insomnio de su vida para dar forma a un álbum introspectivo, dominado por ambientaciones electrónicas, que la aleja de su perfil de extrovertida diva pop

Los nuevos elepés de Carly Rae Jepsen, Samara Joy y Drugdealer, también reseñados

Taylor Swift.

Taylor Swift.

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Después de acompañarse de los cálidos arpegios de guitarra y piano en sus dos discos pandémicos, ‘Folklore’ y ‘Evermore’ (2020), esperábamos un regreso de Taylor Swift a cierta algarabía pop como la representada por aquella golosina llamada ‘Lover’ (2019). Pero Taylor Swift se ha revelado como una artista mucho más imprevisible de lo que dicta el canon ‘mainstream’. También ocurre que ese patrón es más líquido que en el pasado y admite expresiones que antes habrían supuesto un suicidio comercial.

Porque ‘Midnights’, el nuevo álbum, no trae la previsible liberación bajo la bola de espejos, sino, de nuevo, un ejercicio introspectivo. Ahora, recordándonos que los sintetizadores y las programaciones también sirven para crear intimidad y dar forma a canciones con alma. Y aunque aquí puedan echarse en falta estribillos más despampanantes, se abre paso una Swift cautivadora a través del ‘downtempo’, el synth-pop destemplado y el latido digital.

Mirando al techo

‘Midnights’ desliza su propia literatura: Swift nos habla de las noches de insomnio de su vida, 13 en concreto, una por canción, partiendo de ‘Lavender haze’, ahí mirando al techo mientras impugna los prejuicios sociales en torno a una relación (“todo lo que me siguen preguntando / es si voy a ser tu novia / La única chica que ven / es la de una noche o una esposa”). No es el punto más álgido del álbum, si bien su declaración de fondo (“estoy condenada si me importa un bledo lo que diga la gente”) orienta la brújula hacia ese libre albedrío del que saca punta a cuenta de ítems como el enamoramiento, la baja autoestima o el sentimiento de venganza.

Hay una gramática sónica sigilosa que envuelve el cancionero y que nos sitúa en un crepúsculo mental, en aquellas “wee small hours of the morning” a las que cantaba Sinatra, allí donde todo parece más lúcido y sincero. Claves que esquivan la linealidad y que tanto pueden asumir modos un poco siniestros (los quejidos maquinales de ‘Maroon’), sacar partido de una juguetona microcirugía electrónica (‘Vigilante shit’, ‘Labyrinth’) o adoptar un kit de supervivencia drama-pop cercano al de una Lorde: el psicoanálisis de ‘Anti-hero’ o ese himno al imposible que responde por ‘Karma’. Entre todas las piezas, destaca ‘Snow on the beach’, con sus lánguidas visiones catatónicas y la discretísima asistencia de Lana del Rey en los coros (y la coautoría).

Con todo ello, ‘Midnights’, álbum en que vuelve a apreciarse la labor de Jack Antonoff a la producción (no figura en cambio Aaron Dessner, de The National, cómplice en los discos acústicos), se va adueñando de ti entre los espectros y la luz de la luna, ampliando el trayecto en su versión ‘3 AM edition’, que ofrece siete notables canciones más. Y nos confirma que en el ‘mainstream’ actual es posible sorprender, innovar y arriesgar. Jordi Bianciotto

Otros discos de la semana

La canadiense firma aquí uno de los discos pop del año, así de claro. Diez años después de aquel ‘Call me maybe’ que rindió el mundo a sus pies, entrega un álbum lleno de 'hits' entre el disco y el synthpop, con incluso algún toque hiperpopero herencia de aquella histórica colaboración con Danny L. Harle, pero en el que también le da tiempo a pasar por baladas R&B de ensoñaciones californianas y a rescatar a Rufus Wainwright para un dueto espléndido. Bailar llorando 'à la Robyn', ¿se puede pedir más? Patri Di Filippo

Muchas cantantes lo intentan pero hace tiempo que nadie lo conseguía con tanta autoridad. Y encima, con solo 24 años. Samara Joy tiene línea directa con las grandes voces de los años dorados del jazz. En su segundo disco, una colección de éxitos añejos y estándares vestidos de época, se invoca el espíritu de Nancy Wilson, de Sarah Vaughan, de Abbey Lincoln… Un impecable viaje al pasado servido con estilo y emoción. ¿Lo de siempre? Sí, pero contado como nunca. Pocas veces lo retro suena tan auténtico. Roger Roca

Que Michael Collins haga música con la vista puesta en el retrovisor no es novedad. Sucede que esta vez el pop clásico de los 60 de sus dos primeros elepés ha sido sustituido por el soft rock de los 70 con todo lo que ello conlleva: melodías azucaradas, guitarras virtuosas, pianos funky, voces dobladas, líneas de bajo irresistibles, toques de saxo… Un universo sonoro que remite tanto a Steely Dan como a Stevie Wonder y que Collins explora con admiración genuina y mucho talento. Rafael Tapounet