Crítica de ópera

Estreno de 'Il trovatore': Verdi y su música se imponen en el Liceu

Riccardo Frizza realizó una lectura encomiable de ‘Il trovatore’, ante un reparto entregado y en un controvertido montaje de Àlex Ollé

Vittorio Grigolo, Saioa Hernández y Juan Jesús Rodríguez, en un momento de la representación de 'Il trovatore'

Vittorio Grigolo, Saioa Hernández y Juan Jesús Rodríguez, en un momento de la representación de 'Il trovatore' / A. Bofill

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

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El Liceu recuperó ‘Il trovatore’, que se había escuchado por última vez hace solo un par de años, entonces en versión de concierto. Si en aquella ocasión la estrella invitada era la diva Anna Netrebko, que acabó cancelando, esta vez hubo diva, y de las mejores voces del momento, aunque anunciada convaleciente: la española Saioa Hernández. Su Leonora lo tiene casi todo, y por eso, a pesar de la falta de energía vocal y de una zona grave inestable, gustó a los liceístas, que se rindieron a su terciopelo, a su canto expresivo y matizado, mejor en los momentos más dramáticos; al final, agotada, acabó marcando.

Su Manrico, el italiano Vittorio Grigolo, convenció aun sin tener la voz ideal para el icónico personaje gracias a sus agudos, a una poderosa proyección y a una entrega generosa, aunque su fraseo casi 'verista' y amanerado resultó paródico por lo exagerado.

También debutaba el papel la mezzo Ksenia Dudnikova, quien, con varias Amneris a sus espaldas, se enfrentaba a la fundamental Azucena con experiencia verdiana sabiendo encontrar casi siempre los colores necesarios, incluso con ese sobreagudo algo descontrolado.

El barítono Juan Jesús Rodríguez, de una voz de belleza embriagadora, tiene al Conde de Luna metido en la piel, por lo que no tuvo que hacer muchos esfuerzos para brillar con luz propia. Completaron el reparto el Ferrando de Gianluca Buratto –mejor en la coloratura que en los agudos– y los adecuados María Zapata y Antoni Lliteres.

El artista residente del coliseo barcelonés, Àlex Ollé (La Fura dels Baus), propuso una puesta en escena bastante contestada por una parte del público. Inspirada en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, la escenografía de Alfons Flores miraba en realidad al monumento al Holocausto de la Segunda Guerra, con una solución plástica más poética que narrativa. Los módulos movibles que la conformaban, en todo caso, creaban escenas muy conseguidas, como en el ‘Miserere’. Las máscaras antigás del vestuario militarista de Lluch Castells aportaron unas atmósferas muy particulares, todo espléndidamente iluminado según el diseño de Urs Schönebaum.

Desde el podio, el maestro Riccardo Frizza ofreció una lectura impecable –aunque con los cortes de antiguas tradiciones–, siempre atenta a las voces y de gran vuelo teatral, sacando partido del melodismo de esta obra maestra, fraseando con gusto y con los contrastes adecuados. Le siguieron una Simfònica liceísta concentrada y un amalgamado y eficaz Coro del Liceu que, esta vez, por fin, se escuchó con mayor presencia a pesar de la escenografía abierta, bien tolerada por una adecuada dirección de actores.

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