Opinión | Testigo directo

Miqui Otero

Miqui Otero

Escritor

Las ventajas de leer en Alemania

La gente acude a una lectura como quien va a un concierto, a un espectáculo de títeres o a un cine

Frankfurt International Book Fair 2022

Frankfurt International Book Fair 2022 / Efe / Ronald Wittek

¿Necesitan que en algún momento haga unos pases de baile? ¿Desearían ustedes que cantara 'O Tannenbaum' o 'El Camino que lleva a Belén'? ¿Quieren que silbe durante un ratito la melodía de 'Entre dos aguas' haciendo que toco la guitarra a lo Paco de Lucía? ¿O quizás debería desnudarme?

No estoy en un 'casting' de un 'talent show' televisivo ni intentando conseguir un papel en una película, sino en la puerta de una librería en el centro de Aquisgrán, justo delante de la catedral donde el hombre que reinventó Europa duerme el sueño eterno. Mientras Carlomagno sestea yo miro la puerta del establecimiento: 15 euros a cambio de ver leer durante un rato a un escritor de Barcelona, rotundamente desconocido aquí, que podría tranquilamente, si se lo pidieran, pasar la bandeja de tapas o la mopa para compensar tanta atención. En el póster con su foto, se anuncia que las setenta entradas se agotaron hace dos días. Y esto mismo sucederá en los eventos que tiene por delante: es extraño, el hecho no alimenta su vanidad en absoluto (y eso que ésta puede inflarse con más felicidad que un manguito en una piscina, pero sabe que no han venido tanto por él), sino que dispara en él reflexiones que tienen que ver con el valor que se le da a la literatura en cada país.

El escritor, por un momento, se deja llevar por un ejercicio que ha hecho otras veces. Como, por ejemplo, cuando ve esos tatuajes de letras japonesas en los bíceps de un grupo de maromos de Vic (es solo un ejemplo, cámbienlo si son de Vic) que ha venido a Barcelona para una despedida de soltero y se pregunta si, quizás, solo quizás, habrá en Kyoto un grupo de jóvenes tokiotas que en sus brazos lleven tatuados versos y sintagmas como “Rosa d’abril morena de la serra” o “Força al canut”. En este caso, el escritor imagina qué sucedería si un autor alemán aterrizara en Barcelona y quisiera cobrar por que lo vieran leer. “Que si quiero o que si tengo”, respondería quizás el público, porque muy probablemente no iría ni cobrando. Al autor alemán, o a su editorial, le costaría mucho lograr atraer a una cantidad de público razonable que incluyera a aquel mítico personaje llamado Tato que suele aparecer en todos los sitios (salvo en las presentaciones de libros).

El escritor barcelonés, ya va siendo hora de decirlo porque esto no es 'Tristram Shandy' (donde el prota aparece cuando la gente ya se va), soy yo. Y todo este arranque es el eco del choque cultural tras llevar dos semanas viajando a Alemania para promocionar la traducción de mi novela allí. Alucinando con el interés que despierta allí no solo la lectura, que sería más normal, sino el hecho de ver a un tipo leer.

Hoy, sin ir más lejos, regreso de la Feria de Fráncfort, donde España ha sido este año país invitado. Decenas y decenas de autores españoles hemos viajado allí (las ferias tienen siempre algo de viaje de colegio salesiano, pero también de invasión bárbara) y asumo que a todos nos ha impactado lo mismo, mientras hablábamos, firmábamos o sonreíamos mucho en el quiosco de Franziskaner o ante algún lector local.

En este caso, lo verdaderamente destacable (al menos para el novato que firma estas líneas) ha sido comprobar cómo la gente acude a una lectura como quien va a un concierto, a un espectáculo de títeres o a un cine. A veces, como me ocurrió el sábado, a la hora en que el resto de la ciudad se emborracha. Cómo ríe moderadamente ese público, a veces con carcajadas y a veces con cautela, y cómo compra al final el libro, no como suvenir, sino porque verdaderamente va a leerlo si no lo ha leído ya.

Después de comprobar esto, uno se echa al buche un 'currywurst' o un Schnitzel en un bar turístico, con una cerveza suave como la brisa en una montaña mágica, y le sabe a gloria, a ambrosía, a 25 estrellas Michelin. Y piensa: "De verdad, gracias por invitarnos". Sí, por favor, llamadme cuando vengáis a Barcelona. Traednos a autores de vuestro país, sí. Y, por una vez, lo dice verdaderamente en serio. 

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