Arte

Picasso y Chanel, el encuentro de dos genios en el Thyssen

Fotografía de ’Le train bleu’, el ballet que fue la segunda y última colaboración profesional de Picasso y Chanel

Fotografía de ’Le train bleu’, el ballet que fue la segunda y última colaboración profesional de Picasso y Chanel / LIBRARY OF CONGRESS, WASHINGTON D.C.

Isabel Vaquero

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La exposición en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, que se suma a la Celebración Picasso 1973/2023,­ conmemoración de los 50 años de la muerte del pintor español, pone el foco en dos de los personajes más atractivos de la primera mitad del siglo XX. El sintético título de la muestra, Picasso/Chanel, no necesita adjetivos ni nombres propios, basta con sus apellidos para despertar una curiosidad formidable.

El museo explora la relación entre estos dos grandes genios, Pablo Picasso (1881-1973) y Gabriel 'Coco' Chanel (1883-1971), que se conocieron en la primavera de 1917 a través de Misia (1872-1950), una mujer “diferente a cualquier otra”, como la definió Jean Cocteau, que en aquel momento —casada con el magnate de la prensa Alfred Edwards— era mecenas de los Ballets Rusos y regentaba un salón artístico y literario. Desde 1920 fue además esposa del pintor y genial muralista español Josep María Sert, el amor de su vida.

Gracias a la intervención de Misia, salió adelante el proyecto de Jean Cocteau que realizó el guion y la propuesta de puesta en escena del famoso espectáculo Parade, junto con el director de los Ballets Rusos, Sergei Diaghilev, que concibió la obra, más que como un ballet, como una colaboración artística al más alto nivel, reuniendo a Erik Satie como compositor, a Pablo Picasso como creador de vestuario y escenografía, a Leonine Massine como principal bailarín y coreógrafo y la participación, siempre independiente, del poeta Apollinaire, que la definió como una obra surrealista. Para el set, Picasso diseñó una cortina que representaba a un grupo de bailarines cenando en una feria antes de la presentación, y el artista futurista italiano Giacomo Balla ayudó a Picasso en la creación de la cortina y los diseños de vestuario. Lo increíble es que esta obra se gestó entre 1916 y 1917, en plena guerra, y se estrenó en París en mayo de 1917 y en Londres en 1919. Este ballet de estética cubista y precursor del surrealismo, fue toda una referencia en las vanguardias estéticas del siglo XX.

Por aquel entonces había irrumpido en la vida de Picasso Olga Khokhlova (1891-1955), una bailarina de la compañía desde 1911, de origen ucraniano, diez años más joven y con un fuerte carácter. Tanto que fue la única mujer que le llevó a un altar, en 1918. Misia fue testigo de Picasso en su boda, celebrada en la iglesia ortodoxa de París. El padrino, Jean Cocteau, se convirtió en cronista del acontecimiento: “Yo sostenía una corona de oro sobre la cabeza de Olga y todos parecíamos estar representando Boris Godunov —contaba—. La ceremonia fue preciosa, una boda auténtica con rituales misteriosos y con cánticos. Almuerzo después en el Hotel Le Meurice. Misia de azul cielo. Olga vestida de satén, punto y tul blancos. Muy Biarritz.”

No existen datos que aseguren que fuera Chanel quien creara el vestido de novia de Olga, por más que resulte atractivo pensar que así fuera. Lo cierto es que todo ello se produjo durante la época aburguesada del pintor, momento en que empezó a vestir con trajes de chaqueta bien confeccionados en el taller de un sastre que le atendió buena parte de su vida, se compró un coche y contrató a un chofer. Fruto de la amistad que mantenía con Picasso, la propia Misia fue madrina del hijo de Pablo y Olga, llamado Paolo. El nieto de Olga y Picasso, Bernard Ruiz Picasso, estuvo ayer en la presentación a la prensa de esta exposición para la que ha prestado un sublime retrato de su abuela, Retrato de Olga con cuello de piel, pintado en 1922-1923.

En la década de 1910, Picasso era ya una luminaria del arte, un artista cotizadísimo, y los tiempos bohemios de la Época Azul y Rosa, de la absenta y del Bateau-Lavoir en Montmartre, quedaban atrás. Alquiló un piso en un barrio burgués, donde recibían amigos artistas y las más selectas personalidades de la vida social, como los Noailles y los Beaumont.

Chanel, por su parte, ya había triunfado con el apoyo de Boy Capel, el gran amor de su vida. Y desde la apertura de su tienda de Deauville, en 1912, y de Biarritz, en 1914, se había hecho muy rica vistiendo con camisas marineras y relajadas prendas de punto a las damas de la alta sociedad que huyeron de un París invivible desde que estalló la Primera Guerra Mundial. En 1919, Boy Capel, su amante, murió en un accidente de coche y su amiga Misia, a la que había conocido dos años antes, se encargó de distraerla e introducirla en el mundo de la cultura al más alto nivel —StravinskiDiaghilevCocteauPicasso— con la gustosa participación de su marido, Josep María, que le mostraba cada rincón de Venecia como quien celebra cada día una fiesta en su honor. Jean Cocteau, gran amigo de Chanel y tremendo adulador de su constante benefactora solía decir: “Chanel es a la moda lo que Picasso es a la pintura”, lo cual no deja de ser una exageración ya que la propia Chanel no consideraba su oficio como un arte mayor.

Sin embargo, la emoción que producen los vestidos, con cada puntada hecha a mano—ya que Chanel solo hacía alta costura— maravillosamente bordados, con una increíble intuición para el uso del color, ensambladas milagrosamente las piezas de gasa de seda y casi en penumbra, para no hacerles daño, es algo incomparable. Sentir las vidas que los habitaron, las mujeres que los cuidaron para que llegaran más lejos que sus propias vidas, es como proyectarse en un sueño.

Cuatro partes

El recorrido por las salas de la exposición en el Museo Thyssen se organiza en cuatro grandes secciones que se suceden en orden cronológico y que abarcan las décadas de 1910 y 1920.

La primera parte, titulada El estilo Chanel y el cubismo intenta explicar la influencia de este movimiento en las creaciones de Chanel, lo cual no es realmente exacto ya que, en aquellos años, Chanel ni siquiera había entrado en contacto con el mundo de la cultura y los artistas de los que acabó siendo mecenas. La creatividad de esta genial diseñadora era visceral, surgía de su propia intuición, de sus necesidades como mujer —los bolsillos, por ejemplo— y su gran acierto y osadía al apropiarse de prendas y tejidos del vestuario masculino, amoldándolas al cuerpo y a las necesidades femeninas.

Chanel llamaba la atención en la sociedad en la que pretendía introducirse, precisamente por su sobriedad. Transformó profundamente el vestuario de la mujer moderna, asociada al espíritu de los nuevos tiempos: “la moda no existe solo en la ropa; la moda está en el aire, la trae el viento, se presiente, se respira, está en el cielo y en las calles, nace de las ideas, de las costumbres, de las noticias. Si una mujer quiere ser elegante, que trabaje”. 

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En el segundo capítulo de la exposición, Olga Picasso, deslumbran los numerosos e imponentes retratos que Picasso realizó de su primera y bellisíma mujer, Olga Khokhlova, devota clienta de Chanel; junto a ellos, algunos vestidos de este periodo inicial de la diseñadora francesa, de los que se conservan escasos ejemplos, como el cuello marinero que, realizado en seda, se puede apreciar tanto en el retrato realizado en carboncillo sobre papel que se titula Olga con corona de flores, como en un vestido verde que está a su lado. Chanel se había convertido en una de las diseñadoras favoritas de Olga que, según Stravinsky, poseía muchos vestidos suyos, y así se aprecia también en las películas caseras y familiares, algunas de las cuales se presentan en la exposición.

La tercera parte de la exposición lleva el título de Antígona, y se centra en la adaptación moderna de la obra de Sófocles realizada por Cocteau y estrenada en París en 1922, con decorados y máscaras de Picasso y vestuario de Chanel para mostrar su común inspiración en la Grecia clásica. Para ilustrar esta parte de la exposición se ha traído la única imagen que existe de Antígona, en un vaso griego de hacia 390-380 a.C. procedente del British Museum. En su primer viaje a Londres en mayo y junio de 1919, Picasso recorrió con atención las salas de arte clásico del museo londinense.

En el verano de 1922, Jean Cocteau escribió una versión reducida de la tragedia de Sófocles Antígona, que se convertiría en el primer proyecto profesional en el que colaboraron Picasso y Chanel. Se estrenó en diciembre de ese mismo año en el teatro L’Atelier de Montmartre, con una puesta en escena extremadamente experimental. Picasso se encargó del decorado: un cielo azul ultramar y columnas dóricas pintadas en una tela. Empleó tonos violetas, azules y ocres para un fondo sorprendente pero eficaz. Estos colores fueron tomados por Chanel para las túnicas que realizó en gruesa lana escocesa en tonos marrón, crudo y puntualmente rojo ladrillo, que armonizaban con el decorado. En la exposición solo podemos apreciarlas en imágenes en blanco y negro publicadas en la prensa, ya que tuvo una enorme repercusión.

El encuentro entre dos mundos

Chanel y Picasso se conocieron en la primavera de 1917, cuando ambos se encontraban en la treintena y ya eran mundialmente célebres en sus respectivas actividades. El insaciable deseo de aprender, cultivarse y borrar su humilde origen familiar la llevaron a ella a rodearse de músicos, literatos y pintores, y se convirtió también en mecenas, ayudando económicamente a Stravinski, a Diaghilev, al poeta Pierre Reverdy y a Jean Cocteau en diferentes ocasiones. “Fueron los artistas los que me enseñaron la disciplina del trabajo duro”.

Pablo Picasso, 'Naturaleza muerta con paloma' (1919)

Pablo Picasso, 'Naturaleza muerta con paloma' (1919) / COLECCIÓN PÉREZ SIMÓN, MÉXICO

El tren azul es el título del cuarto apartado y del ballet producido por Diáguilev en 1924, con libreto de Cocteau inspirado en el deporte y la moda de baño. Dos mujeres corriendo por la playa (La carrera), un pequeño gouache presente en la exposición que Diáguilev tomó prestado del taller de Picasso, se convirtió en imagen para el telón de la obra por obra del pintor ruso Alexander Shevashidze, que reprodujo el gouache de Picasso al tamaño que requería su puesta en escena para teatro. Cuando Picasso lo vio quedó tan impresionado que tardó pocos minutos en coger un pincel y firmarlo con su nombre: Picasso.

Por su parte, Chanel, que era una entusiasta deportista, creó trajes para los bailarines inspirados en modelos deportivos diseñados para ella misma y para sus clientes.

El tren azul fue la segunda y última colaboración profesional de Picasso y Chanel y tuvo lugar en 1924. Se trataba de una opereta bailada producida por Diághilev, con libreto de Jean Cocteau, que se estrenó en junio en el teatro de Les Champs-Elysées de París. Cocteau quiso realizar una obra moderna y desenfadada, inspirada en las actividades de moda de comienzos de los años veinte: tomar el sol y los deportes -ese verano se celebraban en París los Juegos Olímpicos-, con unos protagonistas cosmopolitas, como los usuarios habituales de Le train bleu, el expreso nocturno de lujo que unía París con la Costa Azul y que da nombre a la obra.

La música la encargó al compositor Darius Milhaud, la coreografía a Bronislava Nijinska, (hermana de Vaslav Nijinsky), el decorado al escultor cubista Henri Laurens, seguidor de Braque y Picasso, que realizó una alegre escenografía de playa, con cabinas de baño angulosas y sombrillas semi torcidas. El vestuario, de nuevo, se lo propuso a Chanel. Cocteau quería que no fuera teatral, que fuera pura elegancia y estuviera a la última moda, así que la diseñadora, una entusiasta deportista, creó para los bailarines trajes inspirados en las prendas deportivas que había realizado para ella misma y para sus clientes, lo que ocasionó algunos problemas prácticos al no tratarse de trajes diseñados para la danza.

Para este tramo final del recorrido, se han reunido lienzos relacionados como Las bañistas (1918), una pequeña obra maestra que Picasso siempre conservó en su poder y cuyas modernas protagonistas lucen unos trajes de baño muy similares a los que años más tarde utilizaría Chanel para vestir a los bailarines. Esta ropa de baño acabó muy gastada y rota tras las representaciones, pero las prendas que se presentan en la exposición son reproducciones de esos diseños originales que la Ópera de París confeccionó para la representación de Le Train Bleu en 1992. Piezas de enorme valor, a pesar de su mayor cercanía, que completan una muestra repleta de joyas originales cuya extraordinaria puesta en común no puede calificarse sino como un acontecimiento. 

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