Opinión | Periféricos y consumibles

Javier García Rodríguez

Javier García Rodríguez

Escritor y profesor de Literatura Comparada en la Universidad de Oviedo

'Nobelerías'

Galardón del premio Nobel

Galardón del premio Nobel / EPC

Se concede el premio Nobel mientras yo participo en un congreso sobre escritura creativa e imaginación literaria. Todos los asistentes –profesores, escritoras, variadas mezclas de ambas condiciones, especialistas en géneros, seguidores del maxibón te pone on, también personas que quieren escribir porque les va la vida en ello- entretienen los minutos posteriores al mediodía conectándose al mundo real a través de sus móviles, tabletas y portátiles para conocer la concesión del Premio Nobel de Literatura. Yo hago mi ponencia con soltura homeopática y con gracejo mesetario. Terminada mi intervención, más urgente que quirúrgica, una escritora en ciernes, algo triste, me pregunta desde el público por “les noveles”. Que qué opinaba yo de “les noveles” de este año. Entre el ruido de los que abandonan la sala como otros abandonan la esperanza a las puertas del infierno, el alboroto de los que se preparan para intervenir, los carraspeos forzados como los trabajos y los días, y los abrazos que resuenan en las espaldas de acero toledano, lo que yo escuché fue “les noveles” y creí entrever un guiño a la llingua asturiana en esta terminación dada mi procedencia y adscripción geográfica. Y, como no especialista en la materia, remití a Pozuelo Yvancos, atento en la gavia de la nave crítica. Mas no eran “les noveles” el interés de la apenada escritora bética o penibética, sino “los nobeles”, con o de premio y be alta como la luna, ay, ay, como la luna, para ver los soldados de Catalunya.

Apuestas múltiples

Aunque mi conferencia no trata ni de lejos de asunto tan complejo, respondo con el gracejo de antes (vid. supra) y quizá con la gracia que no quiso darme el cielo. Yo le concedería el premio Nobel de Literatura a todo el mundo, afirmo. A todos los escritores sin excepción. Un asistente tieso y un envarado colega transdisciplinar hasta la médula, con club de afanes y quizá del Betis, insisten en la embestida. Me suelto la melena y digo que la meta es el olvido y que yo he llegado antes. Que me habría gustado que en la casa de apuestas de mi barrio, Los Soprano hubieran hecho apuestas múltiples sobre los candidatos como hacían sobre el resultado del Borussia Dortmund y el Sevilla FC (el día anterior me había cruzado con Jesús Navas y le había pedido un selfi). Que Cartarescu era la carta secreta. Que Aira era el Desairado (aunque casi gana el premio en la novela de Sonia Dalton Borges en Estocolmo). Que Murakami era el Deseado. Que Carson era la Agridulce. Que Marías ya no. Que Gimferrer quizá.

El auditorio del Aula Magna comenzó a entonar la canción del eterno candidato. Del candidato erróneo. De la candidata big. Del cándido que se lo cree, de la cándida que se contagia de la creencia, del dato y del ojo al dato. De les candidates y de las first dates. De las innúmeras islas caribeñas o las antillanas con las que marcar un gol de cabeza. De lugares paradisíacos en la Polinesia o en la polisemia. De lenguas ignotas. De candidaturas conjuntas como la ibérica del fútbol europeo, ahora con Ucrania y con ucronía. Del millón de dólares solo hablaba un viejo catedrático jubilado. Con envidioso empaque mientras se fumaba un cigarrillo Nobel. 

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