Centenario del escritor francés

Proust, uno más de la familia

Valèria Gaillard lleva 14 años traduciendo 'À la recherche du temps perdu', la novela más larga que se ha escrito nunca, con cerca de 1,5 millones de palabras

Marcel Proust, en el Hotel Ritz de París.

Marcel Proust, en el Hotel Ritz de París. / ARCHIVO

Valèria Gaillard

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Hasta mi hija Alina, de 9 años, hace figurar "Pust" en sus dibujos infantiles, y es que el escritor francés forma parte de nuestra familia a la manera de un pariente ausente, pero poderoso, cuya memoria hay que mantener siempre viva. La bibliografía proustiana invade la biblioteca de casa mientras Proust nos mira burlón desde sus veinte y pocos años.

Empecé a traducir al catalán el autor francés por iniciativa propia hacia el 2008 en un ejercicio de interpretación que se asemeja más a un habitar que a una operación textual. Catorce años. A mi favor puedo argüir que À la recherche du temps perdu es la novela más larga que se ha escrito nunca, con cerca de 1,5 millones de palabras, y que, al día de hoy, el camino ya va de bajada.

Efectivamente, hasta ahora han salido los cuatro de los siete volúmenes—Pel cantó de Swann, A l'ombra de les noies en flor, El costat de Guermantes y Sodoma i Gomorra— con la editorial Proa, y actualmente estoy trabajando en el quinto, La prisonnière. Cada nuevo título presenta un festival de retos lingüísticos que pone a prueba la paciencia de cualquier traductor, por muy proustiano que sea. El pulso está ahí, con la sintaxis, con la prosodia, con las imágenes, con todo un magma literario que hay que restituir en la lengua de llegada sin hacer demasiados destrozos. Buscando la verdad de cada frase, con artesanía, con amor.

Una vez comprendida la estrategia proustiana de "sobrealimentar" la frase a partir del centro para darle la forma de una flecha (una flecha que, cierto, llega a su diana tras dar unos cuantos tumbos), la tarea se clarifica. Después de tantos años, tejer el hilo de estas frases que cubren con capas de sentido la existencia humana no ha dejado de constituir un placer. Gaziel decía que Proust era el "genial minero del espíritu". Traducirlo es tocar oro.

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