Crítica de ópera

'La gata perduda': las aclamadas siete vidas de la Gata del Raval

La ópera de Arnau Tordera fue ovacionada en su estreno en el Liceu, un proyecto colaborativo que une al Gran Teatre con su barrio

Un momento de la representación de 'La gata perduda' en el Liceu

Un momento de la representación de 'La gata perduda' en el Liceu / Elisenda Pons

Pablo Meléndez-Haddad

Pablo Meléndez-Haddad

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Escrita en cinco actos por el líder de la banda Obeses, Arnau Tordera, ‘La gata perduda’ es su tercera incursión en el ámbito del teatro musical. El músico de Tona deja atrás ese pop ligero y amable con notas de cantautor que distingue la música de su grupo para introducirse con ‘La gata’ en una partitura que exige una plantilla sinfónica y conjuntos propios de otros géneros como la rumba, música heavy o hip-hop, en un gran trabajo de mezcla que funciona sin problemas como banda sonora del disparatado libreto de la dramaturga Victoria Szpunberg y que en el segundo acto llega a las cotas más altas. La música de Tordera, con citas a la tradición, acentos cómicos y muy compartimentada estilísticamente según el perfil cada personaje, es una bomba de relojería.

Pero esta ‘La gata perduda’, más allá de su funciona como obra de teatro musical, conforma un proyecto más que loable desde otros puntos de vista, ya que por fin ha incentivado el diálogo entre una entidad como el Liceu, cargada de prejuicios de elitismo, y el barrio en el que está inserto y al que da la espalda, el Raval, pobre, con problemas de convivencia, pero solidario, multiétnico y acogedor. El Gran Teatre ha conseguido, tras años de trabajo, implicar a más de 70 asociaciones del barrio y a un millar de vecinos en la concepción y producción de lo que llama una “ópera comunitaria”, y eso ya tiene un valor incalculable. La noche del estreno la sala estaba llena de gente del barrio, curiosa e ilusionada, que se mezclaban con las autoridades encabezadas por el president Aragonés. Que parte del vestuario se haya confeccionado en Top Manta o Dona Kolors o que la ópera incluya el emocionante coro “Som del Raval” –un verdadero himno– ya es un triunfo.

Volviendo al libreto de Szpunberg, la idea era que, moviéndose entre ámbitos de realidad y fantasía, los vecinos del Raval –cual pueblo de Fuenteovejuna– se atrincheraran ante un gran especulador, consiguiendo su objetivo. Todo se hace más digerible gracias a la espléndida y mastodóntica dirección de escena de Ricard Soler Mallol –aunque sobran las coreografías de Anna Macau– y, sobre todo, por el esfuerzo y profesionalidad de solistas como Pau Armengol (Magnate), Rocío Martínez (Arquitecta), Marta Infante (Curadora), Albert Casals (Detective), Dianne Ico (Gata), Joan Sáez (Secretario) y Óscar Peñarroya (Camello). La amplia masa coral conformada por entidades del barrio y que coordinaba Cristina Colomer transformaron en una fiesta sus apariciones, mientras que un concentrado Alfons Reverté, desde el podio, daba sentido musical a esta edificante propuesta.

Pero, ¿es esta ‘Gata perduda’ una ópera? Desde hace décadas que las fronteras de aquello que define un espectáculo músico-teatral como ópera está en tela de juicio. En ciertos teatros de Alemania, donde se incluyen mucha creación actual, la temporada lírica ahora incluso se anuncia como ‘teatro musical’. ‘La gata perduda’ también hace cuestionarse si constituye un espectáculo operístico, ya que sus intérpretes utilizaban amplificación. El micrófono –o un teléfono móvil, como en la introducción de la obra– es lo que más aleja a ‘La gata’ del género, ya que la ópera vive gracias a esas voces prodigiosas impostadas que llegan al último rincón de la sala sin necesidad de recursos técnicos. Esa es su magia.