El día en que Douglas Adams salvó al kakapo, el loro neozelandés que no vuela

El año 1989, Douglas Adams salió en busca de especies en extinción. Su iniciativa salvó a al menos una de ellas, ¿hasta qué punto puede un libro cambiar también así el mundo?

Douglas Adams, el popular autor de 'Guía del autoestopista galáctico'.

Douglas Adams, el popular autor de 'Guía del autoestopista galáctico'. / Sara Martínez

Laura Fernández

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El otro día recordé mi visita al Museo Field de Historia Natural de Chicago. Lo que no dije es que no hay ciudad que pise en la que no visite el Museo de Historia Natural, si lo tiene. Soy, podría decirse, una coleccionista de colecciones de especies. Y de libros sobre cómo se gestaron esas colecciones, y cómo se siguen alimentando. Aunque no es habitual que haya publicaciones al respecto. Las hay en los enormes. El Museo de Historial Natural de Nueva York. El de Londres. En pequeños, como el de Iowa City, fue la propia directora, que abrió el museo para que únicamente las tres escritoras de paso lo visitáramos, la que me tendió un curiosísima autopublicación sobre el asunto. Siempre me ha parecido que cada uno de esos libros contiene una infinidad de novelas.

El autor de Mi familia y otros animales, Gerald Durrell aprendió en Corfú, siendo niño, que una colección de animales no está exenta de cierta crueldad. O de la idea de esa crueldad. El niño Durrell, torturado por la sensación de que ninguno de esos animales iba a vivir como debería hacerlo si se quedaba con él, llega a decidir soltarlos pero ¿de qué forma iba a poder estudiarlos entonces? ¿Cómo iba a entenderlos y tratar de ayudarlos cuando fuese necesario? Lo único que Gerry quería era meterse en su piel. Descubrir de qué forma cada uno de ellos habitaba el mundo. Y echarles una mano en el caso de que las condiciones del lugar les estuviesen apartando, o aniquilando. ¿Un ejemplo? Logró recuperar las nutrias, que empezaban a desaparecer en la isla.

El año 1988, Douglas Adams y el zoólogo Mark Carwardine viajaron por medio mundo en busca de especies en extinción. En muchos casos, tan a punto de extinguirse que apenas quedaban una decena o dos de ejemplares en todo el mundo. Les envió la BBC —radio— para grabar un programa, Last Chance To See, que acabó convertido en un libro, y traducido aquí como Mañana no estaránMañana no estarán (Anagrama), inexplicablemente descatalogado en plena resurrección del interés por aquellos que viven en este planeta con nosotros, probablemente sea el libro de viajes más divertido de la historia. En él, Adams convierte las noches en chozas repletas de mosquitos, o un paseo por el río más contaminado del mundo, en delirantes clásicos de la no ficción.

Entre los animales que Adams y Carwardine visitaron destacan los curiosísimos pájaros no voladores de Nueva Zelanda. Sí, no voladores. Puesto que Nueva Zelanda era un territorio aislado, ocurrió no sólo que algunos peces salieron del agua —y aprendieron a brincar por los árboles— sino que los pájaros dejaron de volar porque no tenían nada que temer. Es decir, los pájaros vuelan por miedo. Qué curioso que algo que asociamos con libertad provenga en realidad del miedo. Como sea. De entre ellos, el caso más raro es el del kakapo, un enorme loro que ni siquiera concibe la idea de que alguien pueda querer matarle. Y eso aceleró su desaparición. Cuando el autor de La guía del autoestopista galáctico estuvo allí, apenas quedaban una veintena. Hoy, van camino de los cientos.

¿Cómo lo hicieron? El cómico y también escritor Stephen Fry visitó dos décadas después el mismo exacto lugar con Carwardine, en un revival homenaje a aquella primera visita que acabó teniendo aspecto de serie documental televisada. Se llamó exactamente igual, Last Chance To See. El caso es que una vez allí, descubrió que el toque de atención que supuso la visita de Adams —y su difusión, en una época en la que las redes eran un futuro inconcebible—, había impulsado de tal manera las donaciones que había permitido crear un equipo de estudio y conservación específico —formado por profesionales tan apasionados como Gerald Durrell— que lleva años protegiendo a los kakapos y echándoles una mano en su rarísimo ritual de apareamiento para que resurjan. Así lo hicieron.

El investigador Menno Schilthuizen publicó en 2019 un interesantísimo ensayo sobre la forma en que las especies evolucionan para adaptarse incluso al medio urbano. Se titula Darwin viene a la ciudad (Turner) y, entre cosas, habla de cómo de distintos son los mosquitos del metro de Londres respecto a lo que los Museos de Historia Natural tienen por mosquitos. El medio está en constante evolución, y en esa evolución, el ser humano tiene un papel esencial. No es sólo un villano, como demuestra el caso de Adams, sino también puede ser un intento de héroe. En el Museo Field de Chicago hay un contador digital que determina cuántas especies —conocidas— quedan en el planeta, y cada segundo de duda —en que el número se detiene— es una pequeña victoria, tal vez, bibliográfica.

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