Estreno de cine

Sexo, drogas y cuadros falsos: la vida inverosímil de Oswald Aulestia

Un documental de Kike Maíllo producido por Filmin retrata la asombrosa peripecia del pintor catalán a quien el FBI etiquetó como el mayor falsificador de arte del mundo

Oswald Aulestia, explicando sus historias en una escena de 'El falsificador'

Oswald Aulestia, explicando sus historias en una escena de 'El falsificador' / FILMIN

Rafael Tapounet

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Hace algo más de tres años, el director Kike Maíllo (Barcelona, 1975) buscaba documentación para poner en marcha una película de ficción protagonizada por un timador a gran escala cuando topó con un artículo de prensa que hablaba de Oswald Aulestia Bach, “un señor mayor de Barcelona a quien se atribuía un gran número de falsificaciones de obras de arte”. Maíllo trató de ponerse en contacto con él para que le ayudara a dar verosimilitud al guion al tiempo que iba indagando sobre su caso con estupefacción creciente: a Oswald, hijo del escultor y pintor Salvador Aulèstia (autor del ‘Sideroploide’, la monumental escultura de hierro forjado situada en el Moll dels Pescadors), lo perseguía el FBI por haber inundado el mercado estadounidense con cuadros falsos de Picasso, Miró, Dalí y Chagall, entre otros.

Cuando, tras un par de enigmáticas conversaciones telefónicas, el cineasta logró concertar una cita y conoció a Aulestia en persona, desechó rápidamente la idea de la ficción. “El personaje era tan excéntrico, tan especial, tan carismático, que en seguida vimos que no ponerlo frente a la cámara para explicar su historia sería malbaratar un material de primera”, apunta Maíllo. El resultado de aquella fascinación es ‘Oswald. El falsificador’, el primer documental original producido por Filmin, que se estrena el viernes 30 de septiembre simultáneamente en cines y en la plataforma de ‘streaming’ y cuya versión ampliada llegará el próximo enero a TV-3 en forma de miniserie de tres capítulos.

En el momento de ese primer encuentro, sobre Oswald Aulestia pesaba una orden de busca y captura internacional a requerimiento de las autoridades estadounidenses, que habían reclamado su extradición. No puede decirse, sin embargo, que el hombre viviera precisamente en la clandestinidad. “¡Tenía página de Facebook y vivía con su madre en el Eixample!”, se ríe Maíllo.

El marido de la amante de Miró

La primera reacción del director ante las descabelladas historias que le contaba Aulestia fue poner en duda su veracidad. “Se alejaban tanto de mi marco vital que me costaba creerlas”, dice (un ejemplo: en uno de sus primeros golpes, Oswald se hizo pasar por el marido despechado de una amante de Joan Miró para colocar en Italia unas falsificaciones del pintor catalán y luego se gastó en “sexo, drogas y rock and roll” todo el dinero que había obtenido). Con el tiempo, Maíllo entendió que, verdad o mentira, todos esos relatos habían pasado a formar parte intrínseca del personaje. “Cuestionar permanentemente si lo que explicaba era cierto o falso no nos iba a conducir a ningún sitio, así que nos dejamos llevar”.

Kike Maíllo.

Kike Maíllo. / Manu Mitru

De todos modos, la película no se queda solo en las confesiones de Oswald Aulestia y recoge también los testimonios de su exmujer, su hija, su psicoanalista, agentes de la Policía Nacional, los Mossos d’Esquadra y el FBI, expertos en arte, periodistas, abogados y dos de los principales implicados en la trama de venta de cuadros falsos para la que trabajaba: el marchante italiano Elio Bonfiglioli y el estafador estadounidense Michael Zabrin (la aparición de este último, que, después de pasar 10 años en prisión, ha acabado trabajando en un restaurante chino como repartidor de comida a domicilio, es especialmente perturbadora).

La vida padre

Todos ellos contribuyen a componer el retrato caleidoscópico de un tipo dotado de cierto talento artístico (cuando utiliza su propia firma, es autor de una obra colorista emparentada con el pop-art que él define como “catártica, apotelesmática y cósmica”) que un día decidió saltarse unos cuantos pasos en el camino al reconocimiento y burlarse del sistema para, básicamente, pegarse la vida padre. “La vida que no se vive no es vida”, sentencia en un momento del documental.

Oswald Aulestia, con algunas de sus obras originales.

Oswald Aulestia, con algunas de sus obras originales. / Filmin

El rodaje de la película dio un giro dramático cuando, a mitad del proyecto, Oswald Aulestia fue detenido, extraditado a Estados Unidos y recluido en la prisión del condado de Kankakee, en Illinois. “Nosotros estábamos convencidos de que aquello era el final –relata Maíllo-. Pero después nos enteramos de que se iba a llegar a un acuerdo y él iba a pasar allí mucho menos tiempo del que pensábamos [al final, fueron nueve meses]. Y decidimos seguir trabajando a ver qué pasaba”.

Un hombre cambiado

Y lo que pasó fue que el Oswald que salió de la penitenciaría de Kankakee era un hombre… diferente. “Aquella es una cárcel durísima, que no tiene ventanas, y en la que Oswald estuvo cuatro meses incomunicado, sin ver a nadie. Era la primera vez en su vida que estaba tanto tiempo consigo mismo, a solas. Y volvió muy cambiado, profundamente místico, sintiendo que había vivido una especie de expiación. No estaba exactamente arrepentido, pero sí avergonzado de que el ego desmesurado hubiera dictado todo su camino”.

Pese a la transformación, de la que no cabe dudar, Aulestia sigue teniendo hoy, a sus 76 años, arrebatos de narcisismo. “Cuando vio la película por primera vez, lo que le llamó más la atención fue lo viejo que aparecía en pantalla. Eso le causó una gran impresión”, revela Maíllo. Con los visionados sucesivos, Oswald ha hecho las paces con el documental, pero sus ganas de explicarse no deben de haber quedado saciadas porque en la actualidad está escribiendo unas memorias. Y sigue pintando. Con su firma.  

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