Crítica de ópera
'Don Pasquale': el Liceu inaugura su curso con risas y coca
Un ramillete de estrellas españolas configuran un reparto de ensueño en el ‘Don Pasquale’ que levantó el telón de la temporada
Pablo Meléndez-Haddad
Regresó al Liceu ‘Don Pasquale’ de Donizetti, una comedia con toques agridulces que para darle vida se necesita un equipo de expertos tanto en el difícil ámbito de hacer reír sin caer en la payasada como en el estilo belcantista, un tipo de teatro musical que cuida al extremo la línea de canto y que apuesta por agudos estratosféricos y una rica ornamentación vocal. El Gran Teatre barcelonés fichó a un óptimo equipo vocal, y dio en el clavo. Se dio además la agradable coincidencia de que las estrellas del ‘show’ eran españolas, un contingente históricamente poco valorado en el coliseo de La Rambla. En el papel titular el bajo-barítono zaragozano Carlos Chausson ofreció una clase magistral construyendo un personaje entrañable desde el punto de vista cómico-dramático, unido a un canto de absoluto experto.
Como Ernesto debutó escénicamente en el Liceu el ‘tenore di grazia’ del momento, el donostiarra Xabier Anduaga, un cantante extraordinario que chorrea talento y que está llamado a escribir grandes páginas en la historia de la ópera. Su dominio del sobreagudo es insultante y su canto es tan natural como emotivo; de timbre viril y aterciopelado, potente y luminoso, conquistó al público con su poderío.
Se unió a la fiesta la soprano de Tarragona Sara Blanch, quien supo conseguir que su Norina tuviera cierta humanidad libertaria. Para asentar su personaje, la joven estrella debía primero convencer con su interpretación vocal, lo que hizo sin problemas, llevándose el personaje a su terreno, disfrutándolo y haciendo que el público quedara encantado con su prestación.
Problemas de sonido
Pero este trío de ases –secundado por un correcto Andrzej Filonczyk como Malatesta, además de un mar de actores– tuvo en contra tanto la producción de Damiano Michieletto como los embates sonoros de la Simfònica liceísta. El ‘regista’ italiano, que firma una producción moderna y ágil –aunque se enreda en asuntos edípicos que no le ayudan a la obra–, tira de una escenografía que, como muchas de las que el Liceu insiste en contratar desde su reinauguración, sencillamente no funcionan en el Gran Teatre al no tener una escenografía corpórea que ayude a proyectar las voces. ¿Cuántas veces hay que decirlo? O se adaptan las propuestas escénicas con pantallas acústicas o es mejor optar por otros montajes. En este caso, además, telas y moquetas contribuían a tragarse aún más brillos y armónicos. Los cantantes, a no ser que sean tsunamis vocales como Chausson o Anduaga, si no emiten directo al público y desde primera línea del escenario, suenan sordos y opacos. Tampoco les ayudó la efusiva dirección de Josep Pons, quien debería ser plenamente consciente de este problema endémico y ayudar a la correcta proyección de las voces limitando al máximo el volumen de la orquesta y bajando el foso.
En todo caso, hubo risas y buen ambiente, con coca, copas y música ambiente discotequera para los invitados. La velada inaugural contó con la presencia de autoridades del ámbito cultural, político, empresarial y de la sociedad civil, incluyendo varios ministros, a representantes de la Generalitat y a la alcaldesa de Barcelona, todos apoyando con su presencia al principal teatro lírico del país.
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