Obituario

Muere Javier Marías, el gigante 'cascarrabias' de la literatura española

El autor, que padecía una afección pulmonar y estaba en coma inducido desde hace más de un mes, ha fallecido a los 70 años

Barcelona (Barcelonès) 14/09/2017 Icult Entrevista con el escritor Javier Marias, en el Hotel Casa Fuster FOTO DANNY CAMINAL

Barcelona (Barcelonès) 14/09/2017 Icult Entrevista con el escritor Javier Marias, en el Hotel Casa Fuster FOTO DANNY CAMINAL / DANNY CAMINAL

Elena Hevia

Elena Hevia

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Decía no estar preocupado por la posteridad pero si hay un autor que se ha tomado más en serio la idea de la obra bien hecha, la que tiene más posibilidades de trascender a su tiempo, ha sido Javier Marías. Él no confiaba mucho en ello, viviendo como vivimos en un momento de usar y tirar que reduce a la nada grandes prestigios y consensos lectores, nada más desaparecido el autor. Pero es indudable que Javier Marías, que ha fallecido este domingo en Madrid a los 70 años de edad a resultas de una afección pulmonar que lo ha mantenido en coma durante un mes, es uno de lo autores destinados a permanecer. Se le escapa ya definitivamente el Nobel, ¡ay!, porque este solo se concede a autores vivos pero era él (el otro sería, sin discusión, Enrique Vila-Matas) quien más números tenía en la quiniela del gran premio, lo que dice mucho de su ambición como ‘gran’ novelista (un modelo muy del siglo XX que quizá ahora se nos haya quedado obsoleto, inmersos como estamos en la conciencia de la pluralidad del género y de las razas). El modelo al que se ajustan un William Faulkner o un Vladimir Nabokov, por poner ejemplos de autores que él apreciaba mucho.  

El 'joven' Marías

Marías llegó a la escena literaria como el ‘joven Marías’ -así lo llamó su amigo y mentor Juan Benet- para ser diferenciado del ‘viejo’, su padre, Julián Marías, filósofo, académico y escritor que solía acicatear a su hijo con la pregunta “¿Y qué más?” para obligarle a pensar. Estas dos figuras, Benet y el padre, fueron fundamentales en la construcción del autor. A los dos acompañó en ambos casos un cierto marchamo de no haber sido suficientemente reconocidos. Que España no los tratase con justicia fue una queja habitual de Javier Marías respecto de sus dos ‘padres’, el simbólico, y el real.  

“El mundo está cada vez más imbécil” fue un titular recogido por este periódico en entrevista que lo retrataba como un ‘cascarrabias’

Quizá de ese desajuste, ese supuesto cicaterismo hispánico, nazca, la proverbial amargura de Marías, que siempre dibujó España como un lugar envilecido, hasta el punto que rechazó el Premio Nacional de Narrativa, porque no quería ningún premio oficial de su país. Y eso que no podía quejarse de su propio reconocimiento crítico y tampoco lector porque sus libros alcanzaron ventas millonarias. Ese malestar tiñó buena parte de su literatura y especialmente sus vitriólicos artículos en prensa. “El mundo está cada vez más imbécil” fue un titular recogido por este periódico en una entrevista que lo retrataba como un ‘cascarrabias’, un término que él terminó aceptando sin pudor. 

Amor por el cine

Marías, nacido en Madrid, en 1951, fue el más pequeño de cinco hermanos, todos varones, aunque el mayor, Juan, muriera a los tres años. Su padre, ya se ha dicho, fue fundamental en su crecimiento personal, pero también su madre, la cultivada Dolores Franco, profesora, escritora y traductora, que abandonó esas vocaciones por el cuidado de la familia, como se hacía entonces, e indirectamente aportó la vena más bohemia a la tradición familiar gracias a su tío, el extravagante director Jesús ‘Jess’ Franco y a su primo, el malogrado Ricardo Franco, primo suyo. El cine, especialmente el clásico, fue uno de los grandes amores del autor que solía llevar un pin en la solapa que había pertenecido al actor británico Richard Donat, protagonista de '39 escalones' de Alfred Hitchcock.

Solía llevar un pin en la solapa que había pertenecido a Leslie Howard, protagonista de ‘La pimpinela escarlata’, una de sus lecturas infantiles.

Encarcelado durante la guerra civil, el padre, Julián Marías, discípulo de Ortega y Gasset, tuvo que trasladarse a Estados Unidos con su familia donde dio clases en el Wesllesey College, en Massachussets. Allí se alojaron en el apartamento de Jorge Guillén quien tenía por vecino a Vladimir Nabokov, que con el tiempo se convertiría en uno de los modelos literarios de Javier, fascinado a perpetuidad por las letras anglosajonas. Antes de cumplir 21 años, Marías ya había escrito dos novelas, ‘Los dominios de lobo’ (1971) y Travesía del horizonte (1973), que él llegaría a considerar meras veleidades juveniles. Insatisfecho, tardó  seis largos años en volver a publicar, mientras estudiaba en la Complutense de Madrid y se preparaba para el reto de escribir “mas sabiamente” traduciendo a clásicos como William Faulkner, Wallace Stevens, John Ashbery y en especial esa obra cumbre de la traducción que es su versión del 'Tristam Shandy', de Laurence Sterne.

Eclosión en los 90

El gran despliegue de Marías, tanto en lo creativo como en su difusión, se realiza gracias a la novela 'Todas las almas' ( 1989), un relato autoficcional y una sátira sobre la vida universitaria en Oxford, que él conocía bien porque ejerció la docencia allí. En 'Todas las almas' sacó a la luz y popularizó la figura del oscuro escritor John Gawsworth, heredero del Reino de Redonda, una pequeña isla caribeña. Marías heredería a su vez el título honorífico, lo que apenas le serviría para crear como editor una colección que rescata raros títulos de su elección con poca suerte editorial, crear un premio y repartir títulos nobiliarios entre escritores y artistas como Pedro Almódovar, Eric Rohmer, Francis Ford Coppola , J.M. Coetzee, Alice Munro o Umberto Eco. Curiosamente, a Marías nunca le tentó conocer personalmente el islote desierto en el que reinó.

Fue rey de Redonda, un islote de Antigua y Barbuda, y repartió títulos nobiliarios entre escritores y artistas

Los años 90 contemplan la consolidación del autor con 'Corazón tan blanco' (1992) que lo sitúa como uno de los grandes de las letras españolas. Es imposible olvidar el impactante inicio de esa novela. Le sigue la también muy exitosa ‘Mañana en la batalla piensa en mí’ (1994), otro de los títulos que proceden de Shakespeare y cuatro años más tarde, ‘Negra espalda del tiempo’.

La muerte del padre

Ya en el siglo XXI, la muerte de su padre a los 91 le lleva a aceptar finalmente un sillón en la Real Academia -no lo hacía por respeto a su progenitor- y abordar, como un homenaje a éste, uno de sus trabajos más ambiciosos, la digresíva trilogía ‘Tu rostro mañana’ (2002 -2007), en realidad una novela única de 1.500 páginas dividida en tres entregas, con la que regresa al escenario de Oxford. Es una de sus obras más exigentes y un verdadero Everest lector.

Lejos de perder el contacto con el público, sus últimas novelas ‘Los enamoramientos’ (2011), ‘Berta Isla’ (2017) y ‘Tomás Nevinson’ (2021), suponen un regreso a la conexión popular que tuvo en los años 90. Giraron de nuevo sobre sus temas predilectos: el amor -más cerebral que consumado-, la traición y la dificultad de conocer al prójimo, sea este alguien lejano o tu propia pareja. El escritor tardó décadas en llegar al matrimonio. En los últimos 20 años mantenía una relación estable, aunque a distancia, con su pareja, Carme López Mercader. De la imposibilidad durante décadas de establecer una relación, digamos, más convencional habló en este diario: “ Durante muchos años pensé que no me había casado porque siempre me enamoraba de personas con problemas que ya estaban casadas. Otras veces ocurría que vivían no ya en otras ciudades sino en otros países, y era muy difícil que uno u otro lo abandonara todo para trasladarse. En otras ocasiones, había un novio previo y la mujer tenía muchas dudas. Luego ya llegó un momento en que empecé a sospechar que todo esto nada tenía que ver con el azar y sí con mi forma de ser”.