ENTREVISTA

Alejandro Zambra, nuevo columnista de 'abril': "Hay muchos escritores que reprimen lo que no parece literario"

Alejandro Zambra (Santiago, Chile, 1975) creció sin libros a la mano. Su vínculo era, más bien, con los chismes -pelambres, en su país natal- y las historias orales. Pero, desde chico, sí era sensible al atractivo de los libros. Le gustaban, lo mismo que disfrutaba viendo a gente leer. Con el tiempo, huyendo siempre de la solemnidad, aquel chaval curioso y tímido -ambas cualidades que sigue poseyendo y continúan definiéndolo- se refugió en la literatura para perderle el miedo a la soledad y terminó escribiendo obras que, lo quiera o no, le sobrevivirán. La suya es una de las voces fundamentales de la narrativa latinoamericana contemporánea y, a partir del próximo jueves, podrá escucharse en abril, el suplemento literario de Prensa Ibérica, al que se incorpora como una de las firmas de referencia.

El escritor chileno, una de las voces fundamentales de la narrativa latinoamericana contemporánea, se incorpora, a partir del jueves, como una de las firmas destacadas de ‘abril’, el suplemento literario de Prensa Ibérica

El escritor chileno Alejandro Zambra

El escritor chileno Alejandro Zambra / EPC

Inés Martín Rodrigo

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P. Hace cosa de mes y medio, Juan Cruz le preguntó a Jorge Herralde en una entrevista para abril qué libro aconsejaría que se reeditara hoy. Su editor respondió: «Zambra me mandó un día una novelita y 20 años después es un imprescindible. Tal vez alguno de él». ¿Qué le parece esa contestación?

R. Es muy generoso Jorge, siempre lo ha sido conmigo. Él no tenía ningún motivo para publicar Bonsái, un libro raro y brevísimo que le llegó por correo regular, escrito por un desconocido que más encima vivía lejos, en el país que casi se cae del mapa. Luego ha sido genial conocerlo y compartir todos estos años. Me gustaría escribir algo sobre él, aunque sería difícil, porque el lenguaje de la admiración es un arte mayor.

P. ¿Qué relación mantiene con sus libros de entonces y, también, con el Zambra escritor de entonces?

R. Una relación de amistad, diría yo... Y de gratitud. El otro día, Caetano, el hijo de un amigo muy querido, me dijo que iba a leer Bonsái y yo pensé que ambos, Caetano y mi libro, tienen ya casi dieciocho años... Los escritores a veces somos demasiado ansiosos, pero los libros tienen vidas escurridizas y largas y me parece que en algún momento se independizan de nosotros. Yo estoy más bien empeñado en los libros que sigo criando, los publicados ya se fueron de la casa, pero por supuesto me gusta que algunos domingos vengan a almorzar.

P. Hablando del Zambra escritor, ¿es distinto el autor que firma los artículos, las columnas de opinión, del que pone el punto final a los cuentos y las novelas?

R. A veces pienso que es la diferencia entre una maratón y los cien metros planos, aunque tal vez una columna equivale más bien a diez metros planos... Mucho más significativa que la separación entre ficción y no ficción me resulta la separación entre textos que escribes con fecha de entrega y cantidad de palabras en mente, como las colaboraciones en prensa recopiladas en No leer, y los textos que escribes porque sí, al ritmo de tus propias incertidumbres y obsesiones. El trabajo en prensa está sometido al tiempo, y hay un placer distinto ahí, un aprendizaje distinto, también. La idea de tema funciona en mi cabeza de forma diferente en cada caso. En las columnas creo que el texto refleja de una manera más precisa el tema o la idea que lo originó. Los libros, en cambio, no tienen un tiempo definido, o al menos así los concibo yo: tiendo a disolver los planes e intento llegar a un momento largo de preciado descontrol. Con mis novelas o cuentos, me importa muchísimo dejar que la escritura respire y solamente publico cuando siento que el libro empieza a dejar de pertenecerme. Me cuesta soltar los libros, renunciar a ellos, porque publicar es también renunciar.

"Hasta en la revelación del trauma hay un poco de humor, un triunfo sobre el silencio, tal vez"

P. ¿Es la misma página en blanco la de un artículo que la de un libro?

R. La página en blanco de una columna la miras con mayor ansiedad... Hay una métrica también, imagino que enfrento las columnas como se enfrenta un soneto. Y luego está el desafío enorme de que haya, en ese soneto, poesía, quiero decir: la ambición de que la columna vaya más allá de la mera opinión, porque opiniones tenemos todos, todo el tiempo. Es genial cuando sientes que una columna publicada en prensa merece o merecería una cierta sobrevida. 

P. La última vez que charlamos me dijo que había, todavía, demasiada solemnidad en torno a los libros y a la lectura. Imagino que, en ese y otros sentidos, poco o nada ha cambiado…

R. Yo creo que la literatura no viene de la literatura, incluso si habla de literatura. Tiene que pasar por la vida, quedarse un rato contigo, diluirse en la experiencia, tal vez, para volver a ser literatura. Me gusta la idea de que lo que lees se queda contigo una temporada antes de que vuelvas a escribirlo. Igual, hay muchos escritores que reprimen, conscientemente o no, lo que no parece literario, lo que no se ajusta a unas presuntas reglas que nadie conoce pero que muchos creen conocer. Y al final se nota. Tal vez vieron algo pero no lo dicen porque en el fondo creen que no pueden decirlo. No creo que haya que pedir permiso, más bien hay que dejar crecer la rareza de la mirada propia.

P. Por cierto, ¿por qué hay tanta gente obsesionada con la cantidad de palabras que debe tener una novela?

R. Es una enfermedad, estoy de acuerdo, pero por suerte hemos avanzado mucho y parece que ahora hasta hay medicamentos para tratarla.

P. Es curioso cómo siempre se habla de la literatura de un modo muy especializado y, por tanto, desalentador para el que aspira a escribir, precisamente. ¿Por qué es así? ¿Por qué no nos atrevemos, y uso el plural siendo consciente de ello, a bajar a la literatura de la atalaya en la que lleva tantos siglos subida?

R. Yo creo que no nos damos cuenta. Te dejaron entrar, la literatura te cambió la vida, te salvó, y lo primero que haces es cerrar la puerta. Es absurdo. Hay que dejar la puerta abierta. Siempre. Yo creo que hay que hablar de la literatura como se habla de la música. Hay que volver a confundirlas. Y hay que tratar de contagiar esa confusión.

"La literatura tiene que pasar por la vida, quedarse un rato contigo, diluirse en la experiencia, tal vez, para volver a ser literatura"

P. Usted defiende que es mejor prohibir la lectura, que los grandes lectores empiezan siempre leyendo los libros que alguien les ha prohibido. ¿Qué títulos estarían en su lista de libros prohibidos?

R. Era una broma, pero ni tanto. He pensado muchísimo en esto ahora con mi hijo, que disfruta tanto la lectura. Ahora, la mejor parte de la biblioteca está en su cuarto. Me gusta de la literatura infantil que la autoría sea tan secundaria, casi inexistente. Soy un advenedizo, conozco muy poco, pero igual, por deformación de adulto, ya tengo autores favoritos, como Shel Silverstein o Arnold Lobel. Nos pasamos la pandemia memorizando los pigericks de Lobel en unas traducciones increíblemente bien hechas y divertidas de Miguel Azaola Rodríguez-Espino. Sí, The Book of Pigericks ha sido para nosotros el libro de la pandemia. Y Petit, el monstruo y El globo y varios libros de Isol, qué maravilla, sabiduría pura, me gusta mucho su trabajo. Y Reflexiones de una ranita, de Kazuo Iwamura, librazo. Igual, como le digo, estoy recién empezando a alfabetizarme. Me han iluminado los hermosos ensayos sobre literatura infantil de Graciela Montes. El corral de la infancia, La frontera indómita. Disfruté un montón esas lecturas. 

P. Hablando de filias y fobias, ahora mismo, ¿está usted en una temporada más fílica o más fóbica? Hablo, claro, desde el punto de vista literario, aunque siéntase libre para ampliar su respuesta a otros aspectos de la vida diaria.

R. Bueno, con la pandemia, todos los que éramos medio claustrofílicos nos volvimos claustrofóbicos... Pero mi fobia literaria principal está relacionada con la enseñanza de la literatura. Creo que las cosas han cambiado o van cambiando, pero la literatura se sigue enseñando muy mal. Se la desvincula de la música, de los sueños, de los chistes. Se insiste demasiado en los géneros y en las definiciones. Y se acepta sin cuestionarla esa separación tajante e inexplicable entre lectura y escritura.

P. ¿Nos estamos quedando sin humor o tal vez es que sólo se nos agrió de tan mal usarlo?

R. No creo. Pero es que falta rehabilitar la conversación. Eso es muy necesario.

"Falta rehabilitar la conversación. Eso es muy necesario"

P. Ahora que lo pienso, ¿qué es peor, la postura o la impostura?

R. Diría que postura, porque Enrique Vila-Matas nos enseñó a amar la palabra impostura.

P. ¿Quiénes son los verdaderos compañeros de ruta en la escritura, esos que nunca te fallan y a los que nunca se abandona?

R. Ahora diría que mi hijo, que parece empeñado en enseñarme a escribir de nuevo. Hace dos años, cuando tenía justamente dos años, me contó algo, no recuerdo qué, pero le pregunté cuándo había pasado. «Casi hoy», me dijo. Es la perfecta definición de la pandemia. Casi hoy, durante mucho tiempo fue casi hoy. Todavía hoy es casi hoy.

P. Recuerdo una frase suya de nuestra última conversación: «Cada vez menos prensa cultural para un mundo cultural cada vez más bullente y diversificado». En ese sentido, abril es una hermosa excepción: un suplemento literario de dieciséis páginas con periodicidad semanal. ¿Qué espera de esta colaboración?

R. ¡Me alegra muchísimo! Cuando Juan Cruz me habló de este suplemento, no podía creerlo. La prensa cultural se ha debilitado en todas partes, y en Chile por desgracia ya casi no existe. Así que la aparición de abril es un notición. ¿Qué espero? ¡Lo espero todo! Incluso espero que el editor me espere si  me atraso unos cuarenta minutitos en mandarle alguna columna. 

P. También me dijo entonces: «Debería yo escribir algo largo y exhaustivo y chistoso sobre Vila-Matas ». ¿Sigue como escritura pendiente?

R. Sí, pero estoy cada vez más cerca del momento en que ese ensayo mío sobre la obra de Vila-Matas se escriba solo. 

P. El escritor que probablemente más le ha influido es el poeta Andrés Anwandter. Hablemos un poco de eso, de sus influencias, y de cómo se siente cuando es usted el que influye en otros autores.

R. Claro, Anwandter es uno de mis mejores amigos y un compañero de juegos y un maestro apenas un año mayor que yo. La poesía es el gran mito chileno. Para mí, antes, escribir era sinónimo de escribir poesía, además que no podía entender, a los veinte años, que alguien escribiera una novela, ¡tanto rato sentado! Pero tampoco la prosa estaba tan lejos de mí. Mi superhéroe literario, mi modelo de escritor, era el poeta Enrique Lihn, que también hizo crítica y escribió unos cuentos bellísimos y unas novelas muy jugadas y complejas y valiosas. Lo que se entiende por poesía en Chile es muy amplio. Y quizás uno de los rasgos de la literatura chilena es que, de algún modo, como sistema, como conjunto, problematiza esa división tajante entre poesía y narrativa.  Para mí la poesía chilena fue una casa a la que me dejaron entrar sin preguntarme nada. A los dieciséis años ibas a una lectura en la Universidad de Chile y estaban Jorge Teillier o Raúl Zurita y después te colabas en un bar y te sentabas a la misma inmensa mesa que ellos y que Gonzalo Millán o Stella Díaz Varín y luego ibas a una tocata de Mauricio Redolés... Esos poetas estaban ahí, y tú los leías y admirabas y luego publicabas algo y te morías de vergüenza pero igual te atrevías a subirte al escenario y tartamudear un poema. En resumen, vivíamos en un país horrible con una poesía maravillosa. Luego, en la universidad,  me debatía entre un intelectualismo voluntarioso y mi lado emo, que siempre ha existido y prevalecido... A la altura de los dieciocho años, mis poetas favoritos eran Jorge Teillier, Gonzalo Millán, Enrique Lihn y Alejandra Pizarnik, los leía todo el tiempo, también a Emily Dickinson. No me tomaba tan en serio esa cosa maniquea, binominal de la poesía chilena, me parecía medio ridícula la discusión canónica, pero igual participaba, porque eso me importaba mucho, participar. Muchos nos sentíamos al margen de todo, pero no de la poesía, que era la parte de Chile que nos incluía o que queríamos que nos incluyera.

"La complejidad del mundo ahora salta a la vista, ya nadie puede esconderla o matizarla, por eso a veces la gente se entusiasma con las promesas de algún imbécil que dice tener todas las respuestas"

P. El otro día releía una entrevista a Julio Cortázar en The Paris Review de la que extraje el siguiente titular: «These days, my notion of the fantastic is closer to what we call reality». Y es llamativo, porque esto lo dijo en 1984, fecha orwelliana donde las haya, y ahora me parece una frase de lo más actual.

R. Sí. Yo creo que seguimos intentando aprender a hablar. Me gusta ese énfasis de Antonio Candido en El derecho a la literatura, que construye la base de humildad que debe guiar el trabajo de un escritor: la idea de que el derecho a la literatura es un derecho humano, que por supuesto borra de un plumazo las diferencias entre alta y baja cultura. El mundo es extraordinariamente difícil de leer, siempre lo ha sido, por supuesto, pero esa complejidad ahora salta a la vista, ya nadie puede esconderla o matizarla, por eso a veces la gente se entusiasma con las promesas de algún imbécil que dice tener todas las respuestas. Las calles están llenas de gente que quiere volver a discutirlo todo o discutirlo por primera vez y eso es intrínsecamente valioso y crucial. Me encanta lo que hemos vivido estos últimos años en Chile, no estoy allá, pero igual siento que estoy allá. He gozado esas discusiones intensas a propósito de la Constitución. Tanta gente leyendo, en silencio o en voz alta pero más o menos al unísono, la propuesta de Constitución. Nunca antes habíamos estado leyendo el mismo libro y al mismo tiempo. Aunque nunca leemos lo mismo, claro. Espero que ese libro nos permita volver a conversar. Aprender de nuevo a conversar, perderle el miedo al movimiento permanente, a las contradicciones, a los malentendidos, a la incertidumbre. Jugar en esa cancha. Son desafíos grandes, pero de eso se trata, pienso yo.

P. Si las ideas de obra y de público son un lastre para un escritor, como usted defiende, ¿cuáles son las mejores alas para la escritura?

R. Yo defiendo la escritura como ejercicio. No sé, como hacer abdominales o sentadillas. Claro, tal vez yo debería haberme dedicado más a los abdominales y a la sentadillas y menos a escribir... Pero quizás los escritores, cuando hablamos en público, atornillamos al revés, porque siempre hablamos de lo ya hecho, de lo terminado. Y escribir no es publicar, es más como entrenar. Escribir es escribir mal. A nadie le vendría mal escribir quince minutos cada mañana. Creo que necesitamos un cierto paréntesis de intimidad verdadera. Escritura privada, autónoma, secreta. El desahogo, que le llaman. Y así dejamos de echarle la culpa de todo lo que nos pasa a quienes tenemos al lado. Creo que la literatura ratifica el compromiso con la búsqueda de alguna especie de verdad. Y claro, construyes otro tiempo. Los lectores sabemos estar solos, aprendemos a relacionarnos sensatamente con la soledad. Leer y escribir son cosas que se hacen en soledad pero luego se comparten. Me gusta ese ir y venir del aislamiento al bar o a la plaza. Aunque también siempre me ha gustado la lectura colectiva.

P. Decía, o cantaba, Violeta Parra que «la escritura da calma/ a los tormentos del alma». ¿Está de acuerdo?

R. Claro que sí, son unos versos hermosos que aparecen hacia el comienzo de sus Décimas. La felicidad de escribir queda inscrita en el texto y de algún modo se transmite, se comunica, incluso si hablas del dolor. De pronto no tienes idea de lo que estás haciendo. Aparece una frase o un personaje que ni siquiera sospechabas que estaba ahí. Ese es, para mí, el momento crucial.

"No creo que haya que pedir permiso, más bien hay que dejar crecer la rareza de la mirada propia"

P. Hace unos quince días, leí una pequeña entrevista suya en The New Yorker a propósito del relato que en el número de esa semana de la revista estadounidense publicaba. Decía algo así como que «durante mucho tiempo me ha interesado reflexionar sobre la autoridad del escritor, y asumir lo que el escritor suele omitir por miedo a ser acusado de sentimentalismo o de ingenuidad o de ternura». ¿De dónde viene ese interés, por qué?

R. ¡Muy buena traducción! Creo que lo dije casi exactamente con esas palabras... Es que yo siento que la escritura es fundamentalmente autocrítica. Yo creo que en la adolescencia me seducía el silencio de la renuncia y de la soledad, eran destinos posibles. Pero luego descubrí o tal vez acepté que me interesaba hacer contacto. Busco que los mecanismos autocríticos generen, en lugar de parálisis, relato, movimiento, poesía. Mirarse uno mismo como parte de una multitud, hasta desconocerse, para luego reconocerse y sintonizarse de nuevo. Esas discusiones de legitimidad, esos vaivenes, esos tránsitos me interesan muchísimo. Y ahí aparecen el humor y la voluntad de juego. Hasta en la revelación del trauma hay un poco de humor, un triunfo sobre el silencio, tal vez. 

P. Ahora que estoy del otro lado, como autora, sé lo difícil que es responder a esta pregunta, pero no me resisto a planteársela: ¿qué puede contar sobre su próxima novela?

R. No soy tan novelacentrista. El mundo editorial sí lo es, y claro, hay gente que antes de saludarte te pregunta si ya terminaste tu novela... El año entrante voy a publicar un libro de poemas, relatos y ensayos que se llama Literatura infantil y por ahora eso es lo que me quita el sueño, es el libro en que estuve trabajando desde que terminé Poeta chileno. Pero claro que he vuelto a entrar, a pasos tentativos, a una novela que por culpa de Poeta chileno quedó a medias y me gusta muchísimo imaginar que voy a terminarla pronto. Vamos a ver. Por ahora sólo puedo decirle que el título es... uy, se me olvidó.