Opinión | Quemar después de leer

Laura Fernández

Laura Fernández

Escritora y periodista

El futuro es un árbol que habla

A. M. Homes, de vuelta con 'The Unfolding', anticipó sin querer la masacre en Columbine, y hasta el alzamiento de Donald Trump, demostrando que la ficción puede predecir la realidad siempre que aplique la lógica de la narrativa catastrófica

La última novela de la escritora norteamericana A. M. Homes anticipa a Trump y su legado antes de uno y otro

Ilustración e AM Homes para Quemar después de Leer de Laura Fernández

Ilustración e AM Homes para Quemar después de Leer de Laura Fernández / Sara Martínez

El 20 de abril de 1999, Eric Harris y Dylan Klebold entraron en su instituto armados hasta las cejas. Habían construido hasta 99 bombas caseras. Habían hecho explotar una a tres kilómetros del instituto justo antes de entrar, para mantener a los bomberos ocupados. Su intención era disparar hasta acabar con todo el mundo allí dentro. Hacía años que soñaban, decían en sus diarios —oh, escribían sin parar—, con matarlos a todos. Habían incluso fantaseado con derribar las Torres Gemelas. Estaban llenos de odio, decían, y les encantaba, decían también. Se habían reído de ellos. No habían hecho otra cosa. Y ahora iban a pagar por lo que habían hecho. Su instituto era el famoso desde entonces instituto Columbine. Mataron a 13 personas, y sentaron un precedente aterrador.

Tres meses antes, A. M. Homes publicaba Música para corazones incendiados. En la novela, una corrosiva sátira familiar —la más salvaje de todas ellas, un cruce entre el suburbio desesperado de John Cheever y el turbiamente siniestro de Todd Solondtz—, Paul y Elaine, padres de dos hijos y aburridos de su propia vida —en realidad, de ser incapaces de ser tan perfectos como el resto—, deciden quemar su casa, fingiendo un absurdo accidente, para escapar de lo que demonios sea en lo que consiste su familia. Y lo que ocurre es que acaban, provisionalmente, en casa de una familia vecina con una aparente (y quizá real) vida perfecta como la que ellos nunca tendrán. Y pierden la cabeza. No sólo ellos, también sus hijos. Hasta el punto de orquestar un tiroteo como el de Columbine.

Exacto. Sin darse cuenta, Homes, autora acostumbrada a pulsar la clase de botones que no deben pulsarse —su segunda novela, El fin de Alice y la manera en que reformuló la figura del pedófilo y la víctima le valdría hoy, asegura, una cancelación inmediata—, había anticipado una masacre en su intento de explicarse cómo ha llegado hasta donde ha llegado su país en el momento exacto en que decide analizarlo. Es lo que persigue desde que leyó Submundo de Don DeLillo, la clase de novela a la que aspira, como me dijo en una ocasión, sentada a un reservado del North Square, en Nueva York. La manera en que la ficción anticipa mágicamente la realidad es sólo cuestión de aplicar la lógica de la narrativa, y exagerar las consecuencias. Sólo así ha podido Homes hacerlo otra vez. The Unfolding, su última novela, anticipa a Trump y su legado antes de uno y otro.

La escritora norteamericana AM Homes.

La escritora norteamericana AM Homes. / EPC

Sí, porque, aunque la novela acabe de aterrizar en librerías ahí fuera —y no tardará en hacerlo en España—, Homes empezó a escribirla hace diez años, es decir, mucho antes de que Donald Trump se postulara siquiera como candidato al partido republicano. De hecho, hay un cuento en Días temibles (Anagrama), su última colección de relatos, en el que un inútil con carisma —carisma que consiste en estar cabreado y quejarse de todo a voces— acaba teledirigiendo a una masa enfurecida en un supermercado. Masa que le quiere al frente del país porque “ningún político les entiende como él”. Dada la fuerza que adquirieron ciertos movimientos de extrema derecha a raíz de la elección de Obama, Homes no tuvo más que seguir su instinto, y completar la línea de puntos.

Lo curioso es lo que viene a continuación. En una de las primeras entrevistas que ha concedido a raíz de la publicación de The Unfolding, Homes deja caer que ahora mismo está escribiendo sobre un árbol que habla. ¿Un árbol que habla, la Reina del Suburbio y la Familia (y la Norteamérica) disfuncional? Dice que Caryl Churchill tiene la culpa. Cuando era niña, y adolescente, Homes iba sin parar al teatro. Sus padres adoptivos solían ir a ver todo tipo de clásicos instantáneos en el Village y Broadway. De hecho, me contó en aquella ocasión en el North Square, se hizo escritora en una butaca, disfrutando de las batallas dialécticas de los personajes. De ahí que su obra consista en todo tipo de envenenadas y desopilantes batallas dialécticas —leáse Ojalá nos perdonen para más señas—.

Caryl Churchill, dramaturga británica, máximo exponente del posmodernismo de los 70 en escena —algo así como una Ann Quin que, poco a poco, fue abandonando el realismo, pero que, como ella, exploró el absurdo y la fragmentación, e incluso, en su caso, la hibridación de géneros, convirtiendo sus obras en performances de un activismo pretendidamente incómodo—, estuvo siempre obsesionada con el abuso de poder, y fue capaz de hacer hablar a los árboles. En su momento, pretendía escapar de un sistema cerrado, limitado, asfixiante. Que Homes esté haciéndolo hoy, sólo puede tener que ver con la forma en que todo ha dejado de tener sentido, se ha vuelto por completo imprevisible y, sí, tan absurdo y, tal vez, esperanzador, como un árbol parlanchín.

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