Arte

Zush deja paso a Evru y regresa a Ibiza

El inclasificable artista barcelonés nacido como Albert Porta expone en el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza obras fechadas entre 1968 y 1983, antes de que la movida madrileña le diera el espaldarazo

zush

zush / Joan Cortadellas

Juan Cruz

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En cuanto se ríe este Evru, el artista que hace 76 años vino al mundo en Barcelona con el nombre de Albert Porta, es como el Zush que, con nombre cambiado, conocimos en los años ochenta en medio de la vida agitada del Madrid de la movida. Era un artista inclasificable, al que llevaron, en 1987 al Salón de los 16, organizado por el crítico Miguel Logroño para el entonces Diario 16, por si le encontraban acomodo entre maestros, consolidados o en camino, como Luis Gordillo, Eduardo Arroyo, Javier Mariscal o Antonio Saura.

Este último, que lo recibió de veras como un colega, se dirigía a él con esta broma, “hola, loquito”, porque de veras Zush había estado internado en un manicomio y recibió de uno de los internos esa denominación, Zush, que Porta mantuvo vigente hasta que, hace dieciséis años, decidió que debía llamarse Evru, como un habitante que viniera de un planeta propio en el que la vida se maneja con su propia identidad, su pasaporte y sus códigos.

En aquella época en que lo conocimos, y se reía o se sonreía igual que ahora, era uno de los mejores amigos de José-Miguel Ullán, el poeta salmantino que revolucionó la mirada del arte (y de la música popular) en la España que despertaba a la modernidad y a Europa. Ya no se llama Zush, pero la enorme complejidad de lo que ha pintado sigue teniendo, por el inmediato pasado, elementos de aquel artista que dejó atrás, así como partes que son específicas de Evru.

Dos identidades

Por eso la exposición Zush en Ibiza, que ha abierto con su obra el Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza (se cierra en noviembre), está formada por las dos identidades, Zush/ Evru, que por supuesto conviven, como arte y como personalidad, en este hombre que abre la puerta de su casa con esa risa que de inmediato remite a aquel que dinamitó, a finales de los ochenta, cualquier intento de encasillarlo. Las obras están fechadas entre 1968 y 1983. Él sigue siendo, pues, un hombre libre que tiene sus propios códigos, también pictóricos, y no solo el que está dentro de su nombre, que no es un seudónimo: él se llama Evru, y si alguien lo interpela por la calle, por ejemplo, en este barrio en el que habita en Sarrià, por su antiguo nombre propio, Albert, seguramente no volvería la mirada.

Su estudio es un sótano a ras de suelo (“una cueva, con estalactitas)”, su cuarto de baño es de una cristalería transparente, hay desde hace mucho tiempo una mesa como de despacho, pero él dibuja, sobre todo nagas, sobre una mesita en la que almacena esas obras mínimas a las que ahora se dedica, y por todas partes tiene diseminados cuadros que sólo pudo haber pintado o bien aquel Zush, al que puso nombre un verdadero loco que fue su compañero de manicomio, o este Evru, que se nombró a sí mismo y cuya firma e identidad no debe confundirse ahora ya con ningún otro nombre propio.

Una galaxia

De inmediato Evru es una personalidad definida, no hay nada en él que pueda ser imitado por otros, no solo en su arte sino en su apariencia. Lleva bajo la cabeza de pelo escaso, y rapado, una raya violeta, o azul, o verde, que le llega a la mitad de la espalda, y que según él es “una galaxia” que le permite comunicarse a su modo con los demás vivientes. A este periodista le dijo de inmediato, en la puerta de la casa, que su modo de saludar no es dando la mano sino rascándose él mismo esa señal galáctica; si la visita ya es de amigos de antes entonces él rascaría asimismo el cráneo del visitante, y viceversa. Eso hicimos, al despedirnos.

Evru, de espaldas.

Evru, de espaldas. / Joan Cortadellas

La directora del Museo de Arte Contemporáneo de Ibiza, Elena Ruiz Sastre, que acoge esta exposición en la está muy presente la larga etapa ibicenca de Zush/Evru, avisó al periodista: “Evru no se corta un pelo”, de modo que es un raro consciente de sus rarezas, que son parte de su genio para pintar. Es un outsider que no tiene que ver con ninguna de las figuraciones propias del arte reciente o actual; si acaso, cuando hablamos con él, se siente cerca de un pintor, el artista norteamericano Cy Twombly, al que dedicó una obra que me muestra, y que también expuso en el mismo museo en 2016.

Zush/Evru no es ajeno al mundo, evidentemente, de hecho mientras estamos allí le encargó a la señora que le trae cosas del mercado los más juiciosos productos (sobre todo, agua de Vichy), y tampoco a su apariencia, pues es evidente que ya no tiene el pelo de aquella época movida, pero (como le afirmamos la permanencia de su risa) considera “que he tenido suerte con mi cara”. No hay en su trato de entrevistado el más mínimo asomo de divismo, de modo que tanto el colega fotógrafo como este redactor recibimos todas las facilidades para cumplir nuestras respectivas misiones.

Fuentes de inspiración

En las paredes de su casa, como en el museo, están las reminiscencias de sus amores, Ibiza, África, señales de que el sexo, la realidad distópica, “la libertad frente al estilo” como dice la directora del museo, se han mantenido como fuentes de inspiración de este “minero que trabaja, o trasube” como le da la gana. Cuando ya se aposenta ante el pequeño estudio que se reserva dentro de este hangar le hicimos preguntas de las que hizo lo que quiso, sobre todo sinceridad y literatura. Cuando le dijimos que conserva su risa hizo esta descripción: “Se me ha caído un diente y tengo uno falso mientras me hacen el implante”. No se nota, le dijimos, pero él siguió con la descripción de la realidad: “Pero llevo ya dos operaciones en las piernas. No me llega la sangre a las piernas y me cuesta mucho andar. Por la calle tengo que parar muchas veces. Pero es que a los 33 años tuve un ataque al corazón. De cuando estuve en la Documenta, por tanto estrés… Y de aquellos polvos…” Estos lodos. “Sigo enamorado de mi mujer, aunque solo nos vemos los fines de semana. Ella es coreana, muy guapa. Llevamos juntos treinta años y seguimos como novios”.

Varios dentro de uno

En cuanto a su obra, le decimos, tiene tintes dramáticos, pero todos los colores son alegres… “Bueno, hay de todo. No sé si mis cuadros son dramáticos… Son… intensos. Los artistas no somos creadores: captamos cosas y luego las plasmamos en nuestras obras… Soy varios artistas dentro de uno. No tengo un estilo bien definido. Hay gente que dice que no me aclaro. Es que nunca lo he pretendido. La galería que me lleva está desesperada porque quiere que haga cosas más grandes. Y es que solo hago lo que una amiga budista llama nagas, ene a ge a ese. Unas deidades budistas con cuerpo humano y cola de serpiente. Yo digo que son como espermas…” ¿Y por qué esos personajes están dentro de usted? “Porque el arte es una forma de comunicación, cosas que no puedes explicar con palabras y lo haces con imágenes. También es una válvula de escape”.

-En su pintura se percibe como una literatura propia…

-Pues yo soy un inculto total. Casi no leo. Pero, modestia aparte, soy muy lúcido. Nunca la lectura me ha descubierto algo… En cuanto a la pintura, la única que me gusta es El jardín de las delicias, de El Bosco. Nada más. Ahí están la libertad, la alegría… Y Twombly, mira lo que le dediqué, La hecatombe, el cuadro que refleja el principio del siglo XXI… ¿Que no tengo que ver ni con lo figurativo ni con lo abstracto? Lo mío son mitologías individuales. Soy alguien que genera su propia forma de pensar, de ver la realidad o de ver el mundo. Lo que a mi me interesa es ser un puente entre la cordura y la locura.

-¿Y antes de eso qué había?

-Pues… un artista. Yo desde niño he sido un artista. Siempre. Cuando en 1968 me fui a Ibiza me detuvieron por posesión de marihuana y me metieron en la Modelo y luego en un manicomio, y con todo eso se operó un cambio. Allí un loco me puso el nombre de Zush, mi nueva identidad. En el pasaporte, claro, dice Albert Porta… La droga duró toda una época. Me metí de todo, incluso heroína. Pero luego me llevó mi galerista Fernando Vijande, un hombre decisivo en mi vida, a hacer una curación… Cambió mi personalidad. Lo malo fue que casi todos mis amigos de la época de la heroína se murieron. A ver: tampoco es que uno tenga que vivir obligatoriamente.

-Pero vivir también está bien…

-Sí. Yo sigo disfrutando de la vida. Pero si un día me quiero suicidar lo tengo muy fácil: tengo muchas cajas de pastillas para dormir ahí guardadas… Me las recetan para dormir, no me las tomo, de modo que, si un día quiero…

-¿Cómo era aquella vida en Ibiza?

-Estupenda. En el campo. Con ácido. Con alucinaciones. Recuerdo que una vez vino Erwin Bechtold a Barcelona, a la galería René Metrás, y me dijo que me fuera a Ibiza, que ahí se lo pasaba bien. Y le hice caso. Encontré una casa en el Valle de Morna, qué palabra, y me inventé muchas imágenes y muchas palabras… Las palabras son para mi como entes abstractos. Por eso necesito muchas imágenes y por eso me cuesta leer…

-Evru…

-¡Qué bien lo dices! Hay quien dice Ebro, como el río, o como euro, ja ja ja…

-Evru, ¿qué significa para usted exponer en Ibiza, artista en su museo?

-Un honor. Hay muchos artistas que han vivido allí y ninguno de sus cuadros cuelga en los museos de la isla. Es muy bonito estar ahí. Es un museo muy pobre, pero es un gran museo y han hecho un gran esfuerzo.

'Su' museo

La colección del museo, por cierto, está hecha con muchos de los artistas que vivieron en la isla. Le pregunté a Evru si sus cambios de nombre han afectado a su ego. Él está contento de quien es. Y cuando tiene dolor, ¿quién es? “No soy nadie. Dejo de ser… Otra exposición que hice se llamó Volver a ser, porque antes estuve mucho tiempo sin dibujar, sin pintar. Tuve una gran depresión, no comía, no dormía, no hacía nada”. ¿Qué le gusta del día o de la noche? “La noche no me gusta. Siempre he preferido el día… En Ibiza me levantaba antes que los gallos. Y sigo levantándome a las 3:33, no sé por qué esa obsesión. A esa hora es aún de noche, pero me encanta el día”. ¿Tiene nostalgia de aquel tiempo de Ibiza? “No creo. Ahora soy feliz también. Siempre he intentado ser feliz, incluso en la cárcel. Recuerdo que hacía dibujos pornográficos para que los compañeros se hicieran pajas y me hacía feliz hacerlos felices. Los firmaba como Von Stroheim, el cineasta. No tengo ninguno…”

El Bosco es el grande, “me hubiera gustado haberlo conocido. Es el arte total. La libertad. “¿La libertad para mi? Hacer estos cuadros. Estos personajes, estas caras. Soy libre... No necesito pintar mis sueños. A mi se me olvidan mis sueños”.

Ha llamado un taxi para el periodista, desde su móvil chiquito. En la calle nos rascamos mutuamente la cabeza, por el lado de su galaxia azul o verde, él dice que es azul.        

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