Memorias de la autora
El sueño de California, el despertar de Joan Didion
En 2003, poco antes de la muerte de su marido, John Gregory Dunne, la escritora publicó 'De dónde soy', crónica de un pasado ya no tan legendario
Elena Hevia
Periodista
A la californiana Joan Didion le cabe el honor de huir de las clasificaciones. Es cierto que Tom Wolfe tuvo a bien incluirla en la nómina del Nuevo Periodismo habitada por machos excesivos y autodestructivos como Hunter S. Thompson y Terry Southern, que, por lo menos en España, opacaron su figura. Pero aquello pasó y la periodista y escritora supo capear el paso del tiempo con mayor y mejor soltura que sus colegas masculinos, quizá por el hecho de que su escritura menos autoconsciente y menos dedicada a las modas estilísticas y a las onomatopeyas sigue siendo hoy tan vigente como cuando se escribió. El gran mérito es su prosa. Precisa, acerada, clara, tan esencial como la de su maestro Hemingway, pero impulsada por un ritmo interno propio –el ritmo de la mujer ansiosa que siempre fue- que atrapa al lector como una hipnótica letanía.
En el 2003, poco antes de que su marido, el escritor John Gregory Dunne, se desplomara ante ella tal y como relata en El año del pensamiento mágico, Didion dio a la imprenta la memoria De dónde soy (ahora publicada por Literatura Random House), que no es exactamente una confesión íntima. Ella se sitúa como la espina dorsal del relato por supuesto, pero no tiene una voluntad tan testimonial como los dos dolorosos libros que vendrían después dando cuenta, o más bien analizando sin compasión para sí misma, la pérdida de su marido y de su hija Quintana (Noches azules).
En estas memorias está Didion manejando los hilos pero expandida. Y el objetivo es su lugar de origen. Hacia el pasado, con esa imagen de su tatara-tatara-tatarabuela, Elizabeth Scott, capaz de "vadear un río en plena crecida con un bebé en brazos". Una historia que le sirve para vincularse históricamente al mito de los pioneros que llegaron a California en carretas sorteando mil peligros. El abuelo de Didion solía recordarle de niña las reglas del código del Oeste: "Si ves una serpiente de cascabel síguela y mátala, porque puede matar a otra persona". Es la filosofía individualista que todos hemos asimilado gracias a los wésterns. Didion nació en Sacramento y buena parte de su literatura de ficción expandió en cierta forma esa mirada que con el paso del tiempo se reveló inexacta, cuando no directamente falsa.
En la madurez de sus 69 años, Didion hace una enmienda al California Dream. A ella, chica de clase media, que miraba hacia el futuro, California siempre le había parecido un lugar prodigioso y rico: "Ese era el objetivo, esa era la promesa". Pero iniciado el siglo XXI ya hay demasiados datos para darse cuenta de que el sueño se ha roto. La población ha crecido hasta seis veces su tamaño y parte de ese crecimiento se ha debido a migrantes que viven en la miseria. La autora da cuenta de cómo se gestó esta miseria, a base de despedir a trabajadores en los años 80, y de cómo empezaron a proliferar trabajos de baja categoría y sueldos ínfimos. Mientras las penitenciarias, privadas en su mayoría (33, en el momento en que Didion lo escribió), se han convertido en el negocio más lucrativo del Estado.
No imprimas la leyenda
Didion se aleja del presente y relee críticamente el legendario individualismo californiano para constatar que siempre ha sido eso: una leyenda. Nada de trabajo, duro, esfuerzo y filosofía de la frontera: California se hizo grande gracias a los subsidios federales. Sin compasión para sí misma, como siempre. Entona un mea culpa y explica cómo cayó en la trampa. En su primera novela de 1963, Río revuelto (publicada por Gatopardo), que una veinteañera Didion escribió en Nueva York, el motor principal es la nostalgia de la supuesta pureza de la tierra que dejó atrás.
Nada de eso fue real. La periodista se impone a la escritora de ficción incluso cuando, en un prodigioso final que enlaza con el libro que tristemente aparecerá en el 2005, El año del pensamiento mágico, relata la muerte de la madre y el lector se da cuenta de que esa muerte ha desencadenado el libro. Didion, como certificando el escaso valor del código del Oeste, recuerda cómo su madre no llegó a matar a una serpiente que amenazó la vida de su hermano y la dejó marchar. Todo un destello de lucidez. As usual.
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