Crítica de teatro

'Paraíso perdido': satanismo empoderado

Helena Tornero y Andrés Lima cierran el Festival Grec con una solvente actualización del poema épico de John Milton escrito en 1667 

Paraiso perdido

Paraiso perdido / David Ruano

Manuel Pérez i Muñoz

Manuel Pérez i Muñoz

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Adaptar un poema épico del siglo XVII y darle fórmula de espectáculo; el reto de entrada asusta, por más que la propuesta cuente con la dirección del acreditado Andrés Lima y con dos grandes intérpretes protagonistas como Pere Arquillué y Cristina Plazas. Cualquier suspicacia se desvanece rápido cuando vemos que el montaje respira ideas y teatro vivo en el siempre complicado escenario al aire libre del Grec de Montjuïc. La erudición pasa a segundo plano cuando el texto se aguanta en su condición de clásico que apela a nuestros días. 

John Milton escribió en la antimonárquica Inglaterra de Cromwell y con el tiempo 'Paraíso perdido' se transformaría en un icono para el Romanticismo. Su visión del 'Génesis' presenta a Satán como un revolucionario ("mejor reinar en el infierno que servir en el cielo", dice), cuestionando la naturaleza divina de cualquier poder absoluto. El planteamiento es útil para cualquier época, un alegato revisionista que la dramaturgia de Helena Tornero ha empujado al presente. Se infla el original con tintes ecologistas y se asume el empoderamiento de la secundaria Eva, haciéndola consciente de su rebelde mordisco a la manzana. 

Innovadora visión

En realidad todos conocemos la historia de la expulsión del Edén, lo innovador es el punto de vista, también la forma de plantearlo. Las proyecciones de Miquel Àngel Raió nos remiten a Gustave Doré cuando dibuja el averno de Dante, atmósfera que remarca la iluminación de Valentín Álvarez. Hay algo museístico también en la escenografía de Beatriz San Juan, como de cartón piedra que quiere remarcar su artificialidad. Hay otros hallazgos, como situar simios en el amanecer de la humanidad al estilo Kubrick 2001, para polemizar aún más si cabe con la lógica del discurso creacionista.

Tanto se predica contra la divinidad que Arquillué interpreta a Dios cojitranco, con una marcada afectación en la voz y maneras casi ridículas, construcción de personaje que expulsa en algunos momentos. Plazas, en cambio, atrapa la angustia de Satán desde la verosimilitud: su tragedia antisistema y su sed de justicia infernal tienen un perfil muy humano. El Adán de Rubén de Eguía se ve relegado a un segundo plano ante el crecimiento protagónico de la compañera. La Eva de Lucía Juárez vibra con energía desde la fragilidad. Su insumiso alegato final contra todas las injusticias del patriarcado resulta una arenga bastante evidente en ideas y exposición, aunque no por eso resulta menos imperiosa.

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