El concierto de una diva total

Víctor y Candela, 130 horas invertidas en Rosalía

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Acampar el martes frente al Sant Jordi no era necesario para coger un buen sitio, pero sí para superar cinco retos y, además, con nota

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A1-153236340.jpg / MANU MITRU

Carles Cols

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Unas 130 horas de acampada (y esperen, que eso no es nada con lo que vendrá después) es el tiempo de sus vidas que Víctor y Candela han invertido para asegurarse una primerísima primera fila en el concierto de Rosalía del Palau Sant Jordi. Calor y culebras. También alguna rata. Esta excursión periodística a las horas previas a la apertura del recinto sería un viaje en vano si no incluyera una charla con esta pareja que poco menos que ha cruzado el desierto del Nefud, el que Omar Sharif le dice a Peter O’Toole en ‘Lawrence de Arabia’ que es humanamente intransitable. Y lo hacen. Por temperaturas, la comparación no es inoportuna.

A la sombra del tejado de la piscina Bernat Picornell se está a salvo a partir de mediodía. Se instalaron el martes, a las ocho de la mañana y, lo dicho antes, eso no es nada. No tienen entrada para el sábado, sino que premeditadamente la compraron para el domingo, así que, volviendo a Lawrence, serán testigos, cuando se abran las puertas, de la toma de Aqaba, miles de motomamis al paso, al trote y más de una a la carrera.

Si buscan rechifla sobre Víctor y Candela, o sobre Rosa y Laia (después de las presento), busquen en otros medios, no aquí, porque lo suyo, por una parte, requiere intendencia, cuya ausencia ha hecho fracasar no pocas aventuras a lo largo de la historia. La han tenido. Luego está que algo así requiere arrojo. Lo del calor y las culebras antes mencionado es solo una parte de lo que sucede en Montjuïc. De noche, el eco de los botellones y de lo que no son botellones en los bosques cercanos dicen que intimida.

En tercer lugar están los números. Un video de Tik Tok ha hecho de Víctor alguien bastante popular. 386.000 visualizaciones ya las quisieran la mayoría de los medios de comunicación para la mayoría de sus noticias. Es más, le han entrevistado unas 24 o 25 veces desde el martes, lo cual vale como medio máster en comunicación. Es un aprendizaje, se mire como se mire. En una de las ‘interviús’ hasta le sometieron a un trivial sobre Rosalía. No falló ni una.

Rosa y su hija Laia, que cumple años el lunes, en la cola del Palau Sant Jordi desde el miércoles por la noche.

Rosa y su hija Laia, que cumple años el lunes, en la cola del Palau Sant Jordi desde el miércoles por la noche. / MANU MITRU

Cuarto. Se conoce gente. A Candela la descubrió como amiga en la cola de un anterior concierto de Rosalía. En esta ocasión ha tejido una relación con Laia, de 13 años, y su madre Rosa, que se pidió dos días de vacaciones en la empresa para poder acampar con su hija desde el miércoles por la noche. En su caso, son de los ‘howeitas’ que tomarán Aqaba en el primer concierto. Están casi a la cabeza de la fila para entrar cuando las puertas se abran a las siete y media. Han dormido al raso, pero también unas horas dentro del coche. Perece que el botellón daba más miedo que las ratas, que también las han visto pasar.

Luego está la quinta lección de una experiencia de este tipo. De entrada, es desagradable. Es el odio. En las redes sociales habita mucho berzotas, gente que usa los canales digitales como un rifle. Suelen ocultar su verdadero nombre porque en realidad tampoco tienen mucho que enseñar. Parece que Víctor y Candela han necesitado solo media semana para inmunizarse.

La cola, cuatro horas antes del concierto.

La cola, cuatro horas antes del concierto. / MANU MITRU

¿Era necesario acampar desde el martes o, en el caso de Rosa y Laia, desde el miércoles? Si era por coger el mejor sitio, tal vez no. A menos de 10 horas del concierto, por ejemplo, no había a las puertas del Palau Sant Jordi más de 30 personas, algunas de ellas, como Víctor y Candela, con entrada para el domingo. Para Rosa, por ejemplo, le ha servido (es un suponer) para retejer ese hilo invisible que une a una madre con una hija cuando da comienzo el seísmo de la adolescencia, un pespunte que tanto se tensa y que a veces se rompe. Hasta la madre de Rosa, o sea, la motoabuela, se ha pasado a saludarlas y traerles fruta fresca.

Para Víctor y Candela es una manera de rendir tributo a Rosalía que, ya puestos, podría tener a bien pasarse de madrugada a saludarles. Si ocurriera, aquí será contado.

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