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En la selva misionera, el universo mágico de Mariana Enríquez

En esta provincia del noreste de Argentina laten mitos de sangre y muerte fruto de la fusión de las leyendas guaraníes con la religión católica que llegó de la mano de los jesuitas y la cultura de los inmigrantes llegados de Europa

Una de las pasarelas que llevan hasta las cataratas del Iguazú.

Una de las pasarelas que llevan hasta las cataratas del Iguazú. / LAURA PUIG

Laura Puig

Laura Puig

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"La mansión fue construida en los años veinte, cuando la familia Bradford decidió extender sus negocios de cultivo (…) a la yerba mate. En esa década la provincia de Misiones se poblaba de colonos de Europa del Este, Rusia, Escandinavia (…). Fue Santiago Bradford quien decidió dónde se construiría su casa soñada en la selva que amaba, donde cazaba y se perdía. Sería sobre el Paraná, a 30 kilómetros de las cataratas del Iguazú".

La escritora argentina Mariana Enriquez ubicó en plena selva misionera partes de su novela Nuestra parte de noche, ganadora del Premio Herralde de Novela 2019. Es el escenario donde arranca la historia de Gaspar y su padre, Juan, un médium de una sociedad secreta dirigida por la familia de su recién fallecida esposa, los Bradford, en la época de la última junta militar (1976-1983). Un universo mágico que la selva alimenta con sus mitos de sangre y muerte resultado de la fusión de las leyendas guaraníes, los pobladores originarios, con la religión católica que llegó de la mano de los jesuitas y las culturas de los inmigrantes de Europa que poblaron la zona.

Hoy día, la selva de Misiones todavía cuenta con algunos rincones vírgenes (el 55% de la biodiversidad de Argentina se encuentra allí) en los que habitan comunidades ancestrales. Y a pesar de que algunos poblados guaraníes todavía prefieren vivir aislados de la llamada civilización (otros permiten visitas y cuentan con conexión a internet vía wifi), su cultura permea esta región del noreste del país que limita con Paraguay y Brasil. En el libro de Enriquez, la cultura guaraní está presente a través del personaje de Tali, la tía de Gaspar que se lamenta por no conocer mejor su idioma, venera a San La Muerte, tira las cartas del Tarot a la gente de la zona que quiere saber dónde están sus familiares desaparecidos por los milicos, y fabrica talismanes y protecciones contra el mal.

El Pombero y el Kurupí

Gloria Gómez, guía del Soberbio, una población a orillas del río Uruguay donde se encuentran los saltos del Moconá -unas esquivas cataratas cuya peculiaridad es que son longitudinales, y no transversales, al curso del río-, recuerda una infancia plagada de leyendas. Su abuela realizaba ofrendas de tabaco y caña al Pombero, una especie de duende protector de la selva, para que cuidara a su nieta cuando tenía que recorrer sola el camino para ir a coger el autobús que la llevaba a la escuela. La abuela confiaba más en este ser de la mitología guaraní que en la pistola del calibre 22 que la madre de Gloria le dio para protegerse. Gloria sostiene que una mañana todavía sin amanecer escuchó una especie de silbido junto a ella y sintió cómo algo se movía entre la vegetación. Todavía hoy cree que era el Pombero, "quién sabe".

Pero el Pombero, igual que el Kurupí, otro ser mitológico con un falo larguísimo que recoge atado a la cintura, también puede dejar embarazadas a las mujeres que andan solas por la selva. Dos leyendas para proteger a las mujeres de los raptos y las violaciones.

Misiones también es tierra del yaguareté, como se conoce allí al jaguar, el tercer mayor felino por detrás del león y el tigre; del yacaratiá, el único árbol comestible del mundo (se prepara su tronco en vinagreta o en almíbar), y de grandes ríos y cascadas como los desconocidos saltos del Moconá o las archifamosas de Iguazú.

Estas cataratas, las más grandes del mundo con 275 saltos y que arrojan 1.756 metros cúbicos de agua por segundo, son otra de las localizaciones de Nuestra parte de noche. "Un paisaje del fin del mundo", las describe Juan. Gaspar, de solo seis años, siente pavor ante la apabullante Garganta del Diablo, el salto con más caudal del conjunto. "¿Hay un monstruo que chupa el agua? ¿Hay un diablo? No quiero ver un diablo". El niño acaba venciendo el miedo, pero queda abrumado ante la "enormidad y la fuerza del río cayendo en picada". Es como si una olla titánica vertiera agua sin fin.

La Garganta del Diablo, en las cataratas de Iguazú.

La Garganta del Diablo, en las cataratas de Iguazú. / LAURA PUIG

La vida alrededor de un mate

En esta tierra roja a rabiar debido a su elevada concentración de hierro y que tiñe de sangre ríos y cascadas, la vida gira alrededor de un mate. Fueron precisamente los guaraníes los primeros cultivadores de yerba mate y los que desarrollaron el proceso de secado y posterior infusión. Enriquez menciona en sus páginas la costumbre, casi religión, del mate y el tereré (mate frío). Por las calles de Argentina y Uruguay es habitual ver a la gente con un termo de agua caliente y el mate a cuestas, listo para el ritual.

Júnior, guía, hijo de guía y criado en el parque de Iguazú (los empleados vivían entonces en casas construidas en su interior y había una escuela a la que iban los más pequeños), habla con pasión de esta costumbre. "Es una parte esencial de nuestra vida. Cuando somos pequeños nos esforzamos en aprender a prepararlo para poder entrar en el círculo de los adultos y poder beber mate, aunque al principio nos resulte muy amargo. Tener el mate en la mano es tener derecho a la palabra, a que tu opinión se tenga en cuenta. Cuando te gusta una chica, la invitas a un mate y antes le pones un poco azúcar para que no sepa tan fuerte", explica. El médium Juan no es muy amante del mate ni del tereré; prefiere el té, que también se cultiva en Misiones. De hecho, el 95% de su cosecha se exporta a otros países como la India o el Reino Unido.

Esta primera parte de la novela de Enriquez acaba con un terrorífico ritual con sacrificios humanos con Juan como maestro de ceremonias debido a su conexión con la Oscuridad. Luego la acción da varios saltos adelante y atrás en el tiempo, hacia Buenos Aires y el barrio londinense de Chelsea. Pero eso ya es otra historia. 

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