Crítica de música

Una aclamada misa de muertos bailable

El Grec y el Palau coproducen una propuesta de Pere Faura que escenifica el ‘Requiem’ de Mozart y que fue ovacionada

La escenificación del ‘Requiem’ de Mozart en el Palau de la Música, dentro del Grec

La escenificación del ‘Requiem’ de Mozart en el Palau de la Música, dentro del Grec / Alce Brazzit

Pablo Meléndez-Haddad

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Grandes renovadores del teatro contemporáneo como Peter Brooks, Peter Sellars, Calixto Bieito o Romeo Castellucci se han dejado seducir por cierto ‘virus’ que les lleva a adaptar obras lírico-sinfónicas nacidas en un contexto y con un formato determinados, para transformarlas en espectáculos escenificados. La cosa funciona muy bien en aquellas que poseen un libreto dramatizado, como las ‘Pasiones’ bachianas y los grandes oratorios, siendo ‘El Mesías’ de Händel uno de los más revisitados. La cosa se complica cuando el objetivo es una sinfonía como la ‘Segunda’ de Mahler, o, peor todavía, cuando se trata de una misa, una forma musical que obedece a pautas rígidas tanto en cuanto al ritual del concierto como al texto. Así y todo, obras maestras como la ‘Misa en Si menor’ de Bach o el ‘Requiem’ de Mozart han pasado con éxito por este ‘filtro’ que, aunque forzadas, triunfan si la propuesta es convincente, resultado que nace siempre de la genialidad del creador.

Muy lejos de ello estuvo esta escenificación del ‘Requiem’ mozartiano por parte del director de escena Pere Faura, propuesta que, en todo caso, dejó muy clara la calidad, la dignidad y la energía de los miembros del Orfeó Català, quienes consiguieron que, en este ‘desconcierto’ –como lo calificó el propio ‘regista’–, el canto no se viera perjudicado ante los continuos movimientos a los que se vieron sometidos. El público de platea, en todo caso, pudo disfrutar de una experiencia inmersiva cuando el coro –siempre sin partitura– se movía cantando por los pasillos.

Pero, ¿vale la pena ahondar ante este despropósito cuando al finalizar fue ovacionado por un público caluroso y entusiasta? Porque fue evidente que esta coproducción del Festival Grec de Barcelona y el Palau de la Música Catalana gustó, y mucho, a los asistentes. Quizás resulta interesante comprobar cómo una misa de muertos se transforma en una banda sonora para marcarse unos ‘dancings’, objetivo último de la propuesta del aclamado director de escena que una y otra vez llamaba a bailar el oficio de difuntos para sacar la alegría que Mozart habría escondido tras la popular partitura. La invitación a la danza rondaba en los textos de Faura que se iban proyectados en una pantalla sobre el escenario durante todo el espectáculo como ‘refrescante’ apoyo al texto en latín del ‘Requiem’ en la mejor tradición de las reflexiones ‘trascendentes’ que circulan por redes sociales. Quedaron en el aire el sentido de muchos gestos y de determinado atrezo, como el uso de gafas de sol en el ‘Rex tremendae’...

Afortunadamente hubo buena música, ya que al poderío del Orfeó se unió a una matizada Simfònica del Vallès que, dirigidos por Simon Halsey, mantuvieron el rigor y la métrica. A la fiesta se unieron Mireia Tarragó, Tànit Bono, un brillante César Cortés y un olvidable Elías Arranz en el cuarteto solista, vestidos, como el pobre maestro, con unos figurines muy poco afortunados.

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