Crítica de música
Roger Mas, trovador de trovadores en el Grec
El cantautor de Solsona ofreció un memorable recital para celebrar su 25º aniversario de carrera en el que contó con cómplices como Maria del Mar Bonet, Quico Pi de la Serra, David Carabén, Núria Graham y la Cobla Sant Jordi
Jordi Bianciotto
Periodista
Jordi Bianciotto
Roger Mas, el nuevo de la clase de los cantautores, como quien no quiere la cosa ya ha cumplido 25 años en el oficio, efeméride que correspondió celebrar este martes con un concierto singular, en el Teatre Grec, a modo de recorrido panorámico por su capital acumulado como creador de canciones. Noche de altos vuelos, en la que se hizo notar que el trovador de Solsona es la voz sobresaliente de su generación, la que desde una mayor altura y continuidad ha conectado con la tradición que un día representó la ‘nova cançó’.
Son otros tiempos, y Mas, que apenas ha jugado en su carrera con claves de corte sociopolítico, desplegó ese imaginario propio hecho de leyendas ancestrales y tenue alteración de los sentidos, de melodías encantadas y registros que van del rock a la cobla. Y esa voz que hace temblar el mundo. La lluvia estuvo a punto de fastidiar la velada, pero con 40 minutos de retraso apareció él, listo para emprender el viaje desde las lejanas ‘Llums de colors’, acompañado por el ‘ghatam’ (percusión india) de Luis Paniagua, a quien presentó como “mi maestro”. Con el anfiteatro mirando al cielo con temor, Roger Mas nos demostró el alcance de sus poderes cuando fue escampando a medida que recorría las estrofas de ‘I la pluja es va assecar…’, donde invocó a otro preceptor, al amigo ausente Pau Riba.
Aquellas cumbres telúricas
Fue un concierto bien articulado pese a su complejidad, con un amplio desfile de músicos (su antigua banda Les Flors, el Quartet Brossa e instrumentistas de diversos álbumes) y, a partir de su ecuador, voces invitadas que nos hablaron del juego de complicidades trabado por el cantautor. Nos deleitamos con el Mas filo-pop de ‘L’home i l’elefant’, el que se miró en el espejo de Lou Reed con la eléctrica concepción original de ‘Ella té un cel als ulls’ y el que se perdió a gusto en la obra de Verdaguer: mágicas ‘cançons tel·lúriques’ (2008), punto de inflexión en su carrera. Como lo fue aquella entente con la Cobla Sant Jordi, revivida con todos sus tiples y fiscornos (y coros imperiales) en el psicotrópico trayecto de ‘El dolor de la bellesa’.
‘Cantautoría’ de amplios contornos, la suya, mirando a un hipotético ‘far west’ catalán en ‘El calavera’, de la mano de David Carabén (Mishima) y con Amadeu Casas en el recuerdo, y aliándose con Núria Graham en la trágica historia de ‘Jordi’ y con Bikimel en ‘Al·leluia’. Y el abrazo de quienes le marcaron un camino: Maria del Mar Bonet, cantando celestialmente a la “nena dolenta” que pisotea ‘Totes les flors’, y Quico Pi de la Serra inyectando su blues a ‘Si us blau’. Al final, Roger Mas a solas con su guitarra en ‘Sota una fina capa de cendra’, deslizando una autosuficiencia troncal y recordándonos cómo debió empezar todo.
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