Opinión | Óbito
Actor y director de teatro
Mario Gas
Actor y director de teatro
Mario Gas
Peter Brook, el gran hacedor
Parecía que iba a ser perenne: estaba ahí. Seguía ahí para suerte de todos aquellos -muchísimos- que disfrutaban de su arte, de su esencia, de su legado en vida, de su teatro. Brook, referencia insoslayable de las artes escénicas; caminante empedernido a través de diversas culturas, buscador de esa única nota, precisa, afinada y exacta que ilumina la trayectoria y el discurso... ¡Ahí seguía!
Pero tras una larga y fructífera vida, ha partido ya hacia el país de los mitos, de los genios. Su mirada serena y descomunal sobre el ser humano y la ascética escénica le llevó al "espacio vacío". Libro, concepto y actitud indispensables para cualquiera que desee acercarse a los misterios de la creación teatral. Él emprendió un viaje hacía la ausencia de lo superfluo que le llevó a una presencia de lo esencial, a una ascesis preñada de verdad.
Aquel muchacho de origen lituano, que a los 19 años ya se colocaba detrás de una cámara y que luego transitaría todos los géneros teatrales, llegó -según sus propias palabras- con cierta excitación escéptica al teatro y la supo convertir en un viaje al "centro de la tierra". Sí. "A la búsqueda del arpa perdida". Y la encontró, no cabe la menor duda. Hay que agradecerle, entre muchas otras cosas, los continuados y enormes momentos de placer y éxtasis que ha proporcionado a varias generaciones con sus espectáculos y con sus escritos, que más allá de formulaciones puntuales y concretas abren con llave magnética el acceso a nuevos mundos, nuevas especulaciones, sin proselitismos ni conductismos estériles.
Por no hablar de su magisterio de ¿director de escena? Más. Mucho más: conductor de mujeres y hombres, buscando siempre la verdad en la libertad expresiva, lo alejado de la convención, cercando el ritual, todo aquello que se halla en el fondo de las actitudes individuales y colectivas.
Si empezó influido por Artaud y el 'teatro de la crueldad' y pasó por todo el arcoiris occidental, dedicó el resto de su carrera a buscar puentes: Oriente, India, África...
Recuerdo con exactitud la fuerte impresión que me causaron su versión filmada de Marat-Sade sobre su propia puesta en escena con la Royal Shakespeare Company, o su versión de la Carmen de Bizet, teatro en estado puro, o Je suis un phenomène, o Pelleas, Mahabaratta, Hamlet, Woza Albert!... Y tantas y tantas propuestas fascinantes. Y si ya muy joven fue director de la Royal Opera House, si fue parte fundamental de la primera y brillante RSC, si incursionó incluso en el género musical firmando la dirección escénica de Irma la douce en el Westend y en Broadway, fue su encuentro en París con Jean Louis Barrault y su congreso intercultural, lo que le llevó a emprender ese nuevo camino: el cruce de culturas, la creación de un centro de investigación y creación internacional buscando las fuentes, peculiaridades y transversalidades étnicas y culturales y su ubicación en París. Así pues, si empezó influido por Artaud y el 'teatro de la crueldad' y pasó por todo el arco iris occidental, dedicó el resto de su carrera a buscar puentes: Oriente, India, África...
Y claro, se lanzó a la búsqueda constante. Cómo no iba a interesarle Oliver Jacks, como siempre Shakespeare (paradigmática Tempestad) y su gran puesta del Titus andronicus, antes de la inmersión multiétnica.
Llegados a este punto se hace imprescindible la mención de -entre otros- dos grandes colaboradores: la imprescindible Micheline Roszan, alma y compañera inseparable en sus proyectos parisinos, y Jean Guy Lecat, formulador de espacios y de ese gran templo laico que es Les bouffes du nord.
No le conocí personalmente. Bueno, sí. Me lo presentaron en varias ocasiones mis amigos Biel Moll y Ángel Domínguez. Era un hombre encantador y escudriñante, de conversación penetrante como quien no quiere, y sagaz. Pero charlar unas cuantas ocasiones no da para decir que "conocí" a la persona. Se vislumbra tan solo su personalidad. Sí puedo decir que mi respeto, admiración y "amistad" se forjó a través de sus textos, sus filmes y sus espectáculos. Y esos textos, en apariencia teóricos y esos espectáculos te permiten -y eso es algo que no todos los grandes creadores y teóricos consiguen-, te permiten, digo, ser siempre tu mismo y encontrar tus caminos libremente, buscar y hallar tu propio camino que conduzca a tu verdad escénica, a tu verdad y compromiso; un compromiso lleno de preguntas y de incertidumbres que el teatro plantea en un juego de espejos y sinceridades a la búsqueda siempre del ser humano en todas sus contradicciones.
Por todo, gracias maestro.
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