Obituario

Peter Brook, mutis de una leyenda

El director y teórico fue una de las grandes figuras del teatro del siglo XX, revitalizador de Shakespeare y promotor de un teatro libre de artificios

Peter

Peter / Alice Btazzit

Manuel Pérez i Muñoz

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Nació en Londres en 1925 y falleció el sábado en París, ciudad en la que se instaló en 1974. En total casi un siglo de ingente actividad intelectual que influyó de forma decisiva en la historia del teatro del siglo XX. Peter Brook ha muerto a los 97 años y la etiqueta de maestro se le queda corta. Revitalizó las obras de Shakespeare combatiendo lecturas puristas y vaciando las interpretaciones de pomposidad. Deja en el recuerdo montajes que son leyenda, como el 'Mahabharata', maratoniana adaptación de nueve horas del poema épico hindú que se pudo ver en 1985 en el Mercat de les Flors de Barcelona, edificio que gracias a su decidido impulso acabó consagrado a las artes escénicas. La historia recordará también el 'Marat/Sade' de Peter Weiss, su versión en inglés para la Royal Shakespeare Company se transformó en película en 1967 con un reparto impresionante: Ian Richardson, Patrick Magee y Glenda Jackson.

Hijo de judíos letones emigrados primero a París y luego a Londres, explicaba siempre que tenía ocasión que ya de niño montaba para su familia representaciones de 'Hamlet' de cuatro horas en las que él hacía todos los papeles. Entonces su padre le vaticinó que nunca sería actor y acertó, pero eso no ha impedido que la suya sea una de las carreras escénicas más brillantes de su tiempo.

Lo material importaba poco

En 1946, la visión de la ópera carbonizada de Hamburgo lo marcó para siempre, en ella los artistas seguían representando a pesar de la falta absoluta de medios, lo material importaba poco. Debutó muy joven, antes de cumplir los 20 ya había dirigido el 'Dr. Faust' de Marlowe. El primer impulso de su carrera lo dio un 'Romeo y Julieta' (1947) con el que escandalizó a puristas. Su propuesta rompía el rígido canon isabelino, con actores jovencísimos –como dice el texto– que no escondían su acento 'cockney' de los suburbios de Londres. Su renovación de Shakespeare iba en serio.

A finales de los años cuarenta, sus trabajos para la Royal Opera House comienzan a reportarle fama internacional. Dará que hablar también su provocador montaje de la ópera de Richard Strauss 'Salomé' (1949) con decorados de Salvador Dalí. Poco después se unirá a la Royal Shakespeare Company para la que creó una larga lista de piezas que concluyen en el 'Rey Lear' de 1962 con Paul Scofield como protagonista, para muchos la mejor versión de su generación. En el icónico 1968 publica el ensayo 'El espacio vacío', síntesis de sus aprendizajes para un teatro esencialista, manual de referencia que aún hoy sirve de inspiración a todo tipo de creadores. Se abre con la frase: “Puedo tomar cualquier espacio vacío y llamarlo un escenario desnudo. Un hombre camina por ese espacio vacío mientras otro le observa, y esto es todo lo que se necesita para realizar un acto teatral”.

En los setenta fundó el Centro Internacional de Investigación Teatral, compañía multicultural con sede en el Théâtre des Bouffes du Nord de París. Allí pone en práctica todas sus influencias y contaminaciones cruzadas que van de del compromiso radical de Antonin Artaud al misticismo de Jerzy Grotowski, pasando por las vanguardias que supo integrar en su característico lenguaje desnudo cuya esencia es el trabajo con el actor.

Palabra y silencio

Hace justo un año, Brook presentaba en Barcelona una nueva versión de 'La tempestad', testamento literario de Shakespeare que no de forma casual se ha transformado también en el suyo. Preguntado por la vigencia de sus planteamientos teóricos cincuenta años después contestó: “El teatro de otro tiempo era complicado, repleto de mecanismos y decoraciones. Para empezar a contar una historia basta con las imágenes y la imaginación del espectador, con eso ya podemos hacer que el espacio comience a vibrar”.

Antes de la representación, Brook apareció por sorpresa en el escenario con la voz frágil pero con la mirada muy lúcida. Aquella tarde impartió una postrera conferencia magistral, habló sobre la magia de las palabras y, como el príncipe Hamlet, se despidió recordando que “el resto es silencio”.

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