Entrevista

David Mitchell: "Leer es un acto político"

El celebrado autor de 'El atlas de las nubes' relata en su última novela, 'Utopia Avenue', la historia de un grupo de rock psicodélico en el Londres de 1967 y 1968

David Mitchell

David Mitchell / Paul Stuart

Rafael Tapounet

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Utopia Avenue, el cuarteto formado por la cantante y teclista Elf Holloway, el bajista Dean Moss, el guitarrista Jasper de Zoet y el batería Peter ‘Griff’ Griffin, bien pudo haber sido el mejor grupo de la escena psicodélica londinense de los años 1967 y 1968. Lo único que le faltó para ello fue tener una existencia real. Utopia Avenue es la banda de ficción que protagoniza y da nombre a la última novela de David Mitchell (Southport, Reino Unido, 1969), una brillante crónica del periodo en el que la inspiradora revolución cultural de los 60 empezó a dejar cadáveres por el camino; un relato en el que el celebrado autor de ‘El atlas de las nubes’ y ‘Relojes de hueso’ mezcla personajes reales y ficticios y amalgama géneros a fin de abordar cuestiones como el propósito del arte, el precio del éxito, la brecha generacional, la salud mental… y los viajes en el tiempo. Para hablar de todo ello atiende a EL PERIÓDICO a través de Zoom desde su casa en el suroeste de Irlanda.   

Cuando usted nació, en enero de 1969, Utopia Avenue, el grupo, ya había dejado de existir. ¿De dónde surge la fascinación por ese periodo de tiempo que no llegó a vivir ni siquiera como niño?

Es fácil explicarlo. En 1967 la música era buenísima, todo parecía por estrenar, la revolución estaba en el aire, cada pocas semanas nacían nuevas formas de arte… Todo eso constituye un imán de atención para las generaciones posteriores. Así que era una elección obvia. Muchos otros escritores y cineastas se han sentido antes fascinados por esa particular ventana en el tiempo por las mismas razones. Además, en el paso de 1967 a 1968 se produjo un cambio dramático y se pasó del verano del amor y las flores en el pelo a los motines en las calles y la guerra de Vietnam. Ese contraste es muy interesante para la narrativa y explica perfectamente el marco de la novela.

Descubrir 'Sgt. Pepper's' a los 15 años fue como si una nave interestelar llegara a mi pequeño planeta Duran Duran

¿Cuándo y dónde descubrió la música de ese periodo?

En 1984, cuando tenía 15 años, unos vecinos me contrataron para que cuidara a su hijo mientras ellos iban a jugar a squash. Eran antiguos hippies y tenían una buena colección de discos de los 60. Y allí en su casa fue donde descubrí el ‘Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band’. Sé que esto que diré es un cliché, pero me explotó la cabeza. Era asombroso. Nunca había escuchado, o tocado, algo como eso. Cada canción individual es una obra maestra. Hasta las más aparentemente flojas, como ‘Lovely Rita’, son maravillosas. Es un álbum con una atmósfera y una dinámica increíbles. ¡Y el modo en que están secuenciadas las canciones! La palabra que se me ocurre es propincuidad…

¿Disculpe?

Suena bastante horrible, ¿verdad? [risas] La yuxtaposición de dos canciones crea un espacio intermedio que tiene valor en sí mismo. Te pongo un ejemplo: cuando termina ‘Within you, without you’, como la cola de un cometa de exotismo indio, y aparece el clarinete de ‘When I’m sixty four’, se genera un momento muy especial. El disco está lleno de momentos como ese. Así que descubrirlo fue como si una nave interestelar llegara a mi pequeño planeta Duran Duran y abriera la puerta a un montón de música alucinante.

Iba a preguntarle por su elepé favorito de esos años pero ya no sé si es necesario…

Creo que ‘Sgt. Pepper’s’ es la obra más valiosa de ese tiempo, sí. Pero siento una gran debilidad personal por ‘Liege and liefe’, de Fairport Convention, y por canciones sueltas como ‘See Emily play’, de Pink Floyd, y ‘Albatross’, de Fleetwood Mac. Los Kinks también me parecen un grupo imponente, aunque a menudo se los minusvalora, tal vez porque básicamente dependían de un único compositor. Y no quiero dejar de mencionar a Traffic y su disco ‘The low spark of high heeled boys’, que es un poco posterior pero es fabuloso.

¿No es una misión imposible traducir a la prosa la experiencia de crear y escuchar música?

Ese era el gran reto de esta novela. Existe una famosa cita de Frank Zappa (aunque no estoy muy seguro de que en realidad sea suya) que dice que escribir sobre música es como bailar sobre arquitectura. Es algo que no puedes hacer. Y a mí me atrae esa imposibilidad. Sé que una novela sobre música es casi un oxímoron. Las novelas no tienen altavoces, pero pueden ser muy buenas a la hora de describir emociones, sentimientos, el impacto de la música en los cuerpos y en las mentes. Las novelas se construyen a partir de cinco pilares: argumento, personajes, ideas, lenguaje y estructura. Yo he intentado que todos ellos resulten en cierta manera musicales.

Otro reto ha sido tener que escribir las letras de las canciones.

¡He aprendido que escribir letras es muy difícil! Puede parecer sencillo, porque sobre el papel es como mala poesía, pero es muy complicado. Y todavía lo es más si no tienes previamente una música en la que encajarlas. Desde que escribí la novela siento un gran respeto por Bernie Taupin, el letrista de Elton John, que escribía las canciones sin una música que le sirviera de referencia. Lo que yo hacía era pensar en la melodía de alguna canción más o menos oscura y construir la letra a partir de ahí. Pero con una dificultad añadida, porque tenía que escribir las letras de tres compositores diferentes, así que había que ir cambiando el estilo. Tardaba entre dos y tres días en escribir cada letra. Pero fue muy divertido.

Intenté evitar todos los clichés de la narrativa rock. Por eso el mánager es un tipo bastante honesto

Esta no es una historia típica de ascenso y caída. ¿Le obsesionaba evitar todos esos clichés que se suelen asociar a las historias de grupos de rock?

Absolutamente. De manera muy deliberada intenté que todo lo que le ocurre a la banda ocurre porque no es lo que ocurre en la versión cliché, por así decirlo. Eso hace que el camino sea un poco inusual. El mánager no es un ladrón sino un tipo bastante honesto, los miembros del grupo no se conocen en la escuela de arte, hay algunas drogas pero nadie acaba sufriendo demasiado por ello, nadie se suicida, la banda no se desintegra en medio de rencillas personales y discrepancias artísticas…

¿Tenía en mente músicos reales cuando construyó los personajes principales de la novela?

¡Me encanta este juego! Digamos que tenía algunos donantes de ADN. No es que Elf sea Sandy Denny, pero hay bastante ADN de Sandy Denny en Elf. Lo mismo vale para Jasper y Syd Barrett, Dean y Ray Davies, y Griff y Ginger Baker, aunque un Ginger Baker majo [risas].

En el libro, algunos de los personajes interactúan con sus donantes de ADN.

Sí, es algo que hice en parte como un mecanismo de defensa. Si Elf se encuentra con Sandy Denny, ¡nadie podrá decir que es Sandy Denny!

La música del grupo Utopia Avenue mezcla diversos géneros (psicodelia, folk, rock, blues, jazz…) y cuando a sus miembros se les pregunta a qué categoría pertenecen, responden que eso es como preguntar a un ornitorrinco qué clase de animal es. Como escritor, ¿se siente usted también como un ornitorrinco?

Intento no pensar demasiado qué clase de escritor soy, igual que un ornitorrinco no se plantea qué es un ornitorrinco. Mi trabajo no es definirme a mí mismo como novelista y, de hecho, creo que pensar demasiado en cuál es mi condición taxonómica solo puede tener consecuencias negativas. Así que cuando me peguntan por ello, suelo agradecer el interés y esquivar la pregunta con elegancia.

‘Utopia Avenue’ puede leerse como un nuevo capítulo de esa gran obra única en expansión que algunos han llamado el ‘mitchellverso’ y, de hecho, en ella se pueden encontrar al menos una docena de alusiones a sus anteriores libros. ¿No le da miedo alienar a los nuevos lectores?

En realidad, no, porque para mí la regla prioritaria al escribir una novela es que pueda ser leída por cualquier lector, aunque nunca antes haya tenido un libro mío en las manos. Ahora bien, si has leído mis obras anteriores, quizá podrás disfrutar de este libro de una manera un poco diferente. E incluso es posible que la interpretación que unos y otros lectores hagan de los mismos hechos sea distinta, pero no pasa nada porque todas serán igualmente válidas.

Es tentador pensar que las paredes de su cuarto de trabajo están cubiertas de mapas de personajes, relaciones, hechos y fechas de todos sus libros de modo que los pueda tener siempre a mano.

[Mitchell coge el ordenador portátil y lo pasea por toda la estancia para que el entrevistador compruebe que no existen tales mapas] Como puedes ver, esto no es la guarida de Gandalf, sino una habitación perfectamente ordinaria en una casa corriente situada en la campiña irlandesa. De hecho, me suelo olvidar de mis personajes y de lo que les pasa. Cuando estoy trabajando en una historia y pienso que quizá un personaje de mis anteriores novelas podría jugar un papel en la narración, tengo que volver a repasar los libros, y con frecuencia hago descubrimientos asombrosos. Como si mi yo del pasado enviara un mensaje en una botella a mi yo del presente a través de la letra impresa.

La literatura no tiene el poder movilizador de la música. No se reúnen 60.000 personas en Wembley para corear párrafos de Tolstoi

La época en la que transcurre ‘Utopia Avenue’ fue un periodo en el que mucha gente creía verdaderamente que la nueva música podía cambiar el mundo. ¿Ha pensado usted alguna vez que la literatura puede servir para cambiar las cosas?

Si hablamos de cambiar el mundo, la respuesta es no… y sí. No de manera directa e inmediata. Es la política la que cambia el mundo. Ahora bien, son las personas las que hacen la política. Y la literatura, como el arte o la música, afecta a las personas, al modo en que piensan y el modo en que sienten. Es cierto que la literatura no tiene el poder movilizador que tiene la música. No se reúnen 60.000 personas en el estadio de Wembley para corear párrafos de Tolstoi o Shakespeare. Pero millones de personas han leído ‘1984’ de George Orwell y, gracias a ello, han tenido una mejor comprensión de qué es y cómo funciona el totalitarismo. La lectura es, en sí misma, un acto político. Leer supone apartarte del discurso social dominante y dedicar un tiempo a conocer las ideas de otra persona. Y cuando sales de ahí, ya no eres exactamente el mismo que antes. Las dictaduras desconfían de la literatura, porque la literatura alimenta el pensamiento independiente y la capacidad de concentración. Leer es como ir a un gimnasio mental para desarrollar el músculo de la atención. De hecho, si lo piensas bien, el arte existe para cambiar el mundo a través del cambio de las mentalidades.

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