Crítica de música

Pat Metheny, como nunca, como siempre

El guitarrista volvió al Palau de la Música al frente de un trío de jóvenes talentos

Pat Metheny

Pat Metheny / Andrea Vornicu

Roger Roca

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Componer, grabar, girar, vuelta a empezar. Y entre una cosa y otra, inventar algún instrumento. Pat Metheny, 67 años que parecen muchos menos, no para nunca. Se diría que su estado natural es la productividad, el hacer algo. Su excusa para girar se llama, esta vez, 'Side-Eye'. Es el título de un disco en directo grabado en Nueva York, pero también el nombre que le ha puesto a su última idea: el guitarrista recluta a músicos jóvenes, conocidos o no, para tocar a trío en un proyecto que irá cambiando a lo largo del tiempo. Los dos músicos que le acompañaban el martes en su vuelta al Guitar BCN, el teclista Chris Fishman y el batería Joe Dyson, eran absolutos desconocidos en la ciudad. Aunque daba igual. A Pat Metheny, su público le iría a ver incluso si anunciara que da una gira con una mano atada a la espalda.

Un concierto suyo es una apuesta segura, una certeza. Uno sabe que será todo lo mismo, y a la vez, todo distinto. Que sonarán canciones que se reconocen antes que acabe el primer compás, porque Pat Metheny tiene un arsenal de melodías imbatible en su terreno de juego, ese que arranca en el jazz y hace frontera con un montón de músicas más. Uno sabe que habrá un desfile de instrumentos icónicos -la guitarra de 42 cuerdas y formas picassianas, la que suena como una especie de corneta electrónica, la acústica, la guitarra española que toca con una técnica absolutamente sui generis, la eléctrica de toda la vida-. Y sabe que cada instrumento servirá para invocar uno de los muchos músicos que caben en Pat Metheny: el solista de dicción perfecta, el improvisador incansable, el investigador del sonido, el baladista que en el fondo sigue prendado de las canciones de Lennon y McCartney que escuchaba cuando era pequeño en una ciudad de Missouri.

Más admiración que emoción

Tan en forma como siempre y bien arropado por sus músicos, Metheny completó en dos horas y media un recorrido que ya es ritual y paró en algunos de los lugares más icónicos de su carrera. Cuando arrancaban los clásicos “This is not America” o “James”, los discretos “¡oh!” y los suspiros de satisfacción resonaban por toda la sala. Pero fiel a sí mismo, también defendió sus ideas más nuevas y las más incomprendidas de su repertorio. A medio concierto entró en juego el orchestrion, una versión sofisticada y “hi tech” de las orquestas de autómatas que fueron populares a finales del siglo XIX y que Metheny insiste en incorporar a su música desde hace una década, aunque en el Palau el resultado despertó más admiración que emoción. Porque claro, no se puede competir con el poder evocador de canciones como “Song for Bilbao” o “Bright size life”. Canciones que conjuran cielos despejados, paisajes infinitos y en general, mundos un poco más amables que el que habitamos cuando la música de Metheny, al cabo de dos horas y media de concierto, se apaga. 

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