CRÍTICA DE LIBROS

'Un tal Cangrejo' de Guillermo Aguirre: crónica de una tierra baldía

El autor vasco brilla en esta novela sobre un grupo de adolescentes en el Bilbao de los años 90, un texto de calado y sin moralinas

Guillermo Aguirre

Guillermo Aguirre

Ricardo Baixeras

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Una rápida lectura de esta larga novela de Guillermo Aguirre (Bilbao, 1984) podría defenderse como la crónica generacional de un grupo de adolescentes anclados a fuego en el Bilbao de finales de los noventa. Tras un trabajo de diez años, según confiesa en nota final el propio Aguirre, el autor parece querer contar una historia de “traición, deseo, frustración y poder” en una ciudad “de escudos y de honor, de miedo y de ambición, a la que había que someter y controlar sin dar un paso en falso”, “una ciudad que nos había sido entregada para envejecer y para engañarnos.” 

Pero no se trata sólo de cómo una serie de personajes -Cangrejo, Beni el gato, el Persa, Jotacé, Tarado o Churro, Sara y Sabrina- forjan su propio destino, con sus propias reglas, tratando de salir adelante en un mundo en que los dioses y los padres han abandonado toda función y en el que brilla la violencia de la delincuencia y el sexo futivo. No. O no sólo. Porque 'Un tal Cangrejo', trufada de rápidos y eficaces diálogos escritos con un lenguaje nerviosísimo, resolutivo y violento hasta decir basta, es también la crónica de una tierra baldía, la edad de cómo caen y se levantan todos los hombres o de cómo esos hombres han pasado por todas las edades. De ahí que el libro se convierta, en realidad, en un friso narrativo más amplio que cuenta, sí, la vida y milagros -poco píos- de un personaje central, Cangrejo, cuyas picarescas peripecias, conformadas como si de una novela de (de)formación se tratara, explican en un espejo invertido la historia toda de los hombres que en el mundo han sido. 

Dividida en tres partes, -'Paraíso y tentación', 'Caída' y 'Promesa de redención'-, la novela convierte al tal Cangrejo en un personaje de ficción que “supo que madurar no era cambiar por dentro sino aparentar por fuera” y que “a los dieciséis largos ideales y necesidad van de la mano” y cuyo dibujo imaginario es un 'tour de force' que es colectivo porque es personal ya que “la vida de un hombre responde a la vida de la historia entera; está su prehistoria en la falta de lenguaje, cuando aún camina a cuatro patas, su infancia tiene esa ingenuidad digna de los asombrados druidas, ese reposo de Grecia y Roma, la inteligencia sorprendente de las antiguas civilizaciones. Su adolescencia coincide con el oscurantismo medieval, su sangre, su peste, su falta de inteligencia. Después viene el renacimiento de la juventud y las modernas y postmodernas preocupaciones y estériles filosofías de la madurez".

Poco importa la pregunta de si biografía o ficción porque el resultado es un texto que huye de las moralinas como de la peste y que es de calado porque ha sido pergeñado al abrigo de una belleza inquietante, auspiciada y protegida por los esbirros de una violencia loca que parece no tener parangón en un mundo que huele a derrota por doquier, un mundo “como una fiesta por descubrir en la que ya nunca podrían ser caballeros de lustre medieval, senadores romanos de tribuna, condes renacentistas, mafiosos de postín o grandes empresarios de la noche; una fiesta en la que solo serían ellos, con la mierda hasta el cuello trepando constante por la paredes del cutre azulejo blanco de ese juicio final que es la realidad misma.” 

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