CRÍTICA DE LIBROS

‘Partes de guerra’, de Jorge Volpi: México, la violencia, la mujer

El autor indaga en los mecanismos de la violencia mexicana a través de una novela en la que no carece de importancia el formato: una mujer dirigiéndose a un hombre

El escritor mexicano Jorge Volpi, en una visita reciente a Barcelona.

El escritor mexicano Jorge Volpi, en una visita reciente a Barcelona.

Mauricio Bernal

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Hay muchas cosas que reseñar en ‘Partes de guerra’ (Alfaguara), última novela de Jorge Volpi y segunda en serie sobre la violencia mexicana después de la premiada ‘Una novela criminal’. Sí, para empezar, el tema es la violencia, pero como en todos los libros buenos escritos por escritores buenos, nunca hay un solo tema y nunca se aborda desde una sola óptica, y no ha venido a ser Volpi la excepción. A partir del suceso que desencadena la trama –el asesinato de una adolescente a manos de otros dos adolescentes en Corozal, un remoto pueblo de la frontera chiapaneca–, Volpi despliega una historia llena de ramas y aristas donde no importa solo qué se cuenta, sino cómo se cuenta y quién lo cuenta. El autor cede ese honor a Lucía Spinozi, empleada del Centro de Estudios en Neurociencias Aplicadas de México (CENA).

Spinozi y Luis Roth, fundador del centro y a la sazón su jefe, se desplazan hasta el pueblo con el fin de estudiar a los niños; esto es, en el fondo, estudiar el origen de la violencia; en concreto, de la violencia mexicana. ¿Qué pasa en este país de decapitados y ahorcados que amanecen colgados de los puentes, este dilecto hábitat de la práctica de matar mujeres? Roth, brillante científico, se empeña en que el caso de los menores asesinos puede arrojar respuestas, incluso contra la opinión de algunos de sus colaboradores, y Lucía, que fue alumna suya y ahora es su subordinada en el centro, le sigue –no tiene demasiadas opciones– en la aventura. La historia del viaje y de su contexto y de todo lo que ocurre la cuenta más tarde, incluida la historia del asesinato de Dayana, que es el nombre de la víctima. Pero no la cuenta de cualquier modo. Lo hace en segunda persona del singular, y se la cuenta a Luis. Tú, Luis. “Así nos dijiste, Luis, con ese resplandor amarillento que de vez en cuando enturbiaba tus irremediables ojos verdes”.

Lo cual es fundamental, porque Corozal de por medio emerge la cara oculta de Luis, y Lucía tiene que enfrentrarse a la disolución del héroe, convertido en un mortal defectuoso. Es entonces cuando ese ‘tú’ se vuelve interpelador, se vuelve pregunta; y es así, expresando el asombro de Lucía, como revela su poderío narrativo. Por extrapolación, la voz de Lucía es la voz de la mujer mexicana interpelando al hombre, preguntándole, pidiéndole explicaciones: diciéndole que por qué. Pero Volpi no ha dejado a un lado la historia de los niños, así que el lector va y viene entre los hallazgos de Lucía sobre Luis y los hallazgos del equipo científico sobre los niños, de modo que la novela, vamos a decirlo así, engorda a medida que avanza. O crece, pero la sensación es de engorde, de que se van agregando siempre más y más cosas, con el efecto colateral (pero no es colateral: Volpi es un viejo zorro) de que la tensión no decae nunca.

Si hay algo que echarle en cara al autor mexicano, acaso, es la deriva hacia cierto tono melodramático al final de la novela en una historia que no lo necesita. ¿Y quién sabe de las dudas que acosan a un escritor? Pero es de lo poco que se le puede espetar a ‘Partes de guerra’, una novela bien lograda que vuelve a confirmar, si es que era necesario, el oficio y el talento de uno de los mejores escritores mexicanos vivos.

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