Crítica de música

El poderío de Rachmaninov

Un brillante Behzod Abduraimov despide en el Palau el curso de BCN Clàssics

Behzod Abduraimov

Behzod Abduraimov

Pablo Meléndez-Haddad

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La Filarmónica de Varsovia, bajo la batuta de su titular, Andrej Boreiko, fue finalmente el conjunto que sustituyó a la Filarmónica de San Petersburgo en el concierto de clausura de la temporada de BCN Clàssics el miércoles en el Palau. El cambio se debió al conflicto bélico provocado por la invasión rusa de Ucrania, cuyo himno patrio se añadió como preludio al programa en un homenaje al pueblo ucraniano. Cabe recordar que Polonia, país de origen de la orquesta y del director, es limítrofe del país invadido, sufriendo como pocos esta devastadora situación.

La programadora privada, sin embargo, sí pudo mantener en el programa al solista previsto, el ascendente pianista uzbeko, nacido en 1990, Behzod Abduraimov -que se encuentra de gira por España-, así como la obra programada, una pieza que despierta expectación por su popularidad, el 'Concierto para piano y orquesta núm.2' (1901) de Rachmaninov. La extrovertida (y ovacionada) interpretación adoleció, en todo caso, de cierta falta de equilibrio, pero no entre solista y conjunto, sino en el seno de la propia orquesta. Por ejemplo, Boreiko no dejó que se escuchara el clarinete al comienzo del primer movimiento, fagocitado por la cuerda; su 'Adagio', en cambio, fue un lujo de sensibilidad. El talento de Behzod Abduraimov y la excelente sonoridad de la Filarmónica hicieron olvidar rápidamente este tipo de detalles (que se repitieron siempre que se cargaban las tintas), resultando un eficaz ejercicio de coordinación y de comunicación entre todos los intérpretes -salvo en el borroso arranque del último movimiento-, y aunque siempre con algo de excesos 'decibélicos'. Abduraimov lució madurez y absoluto dominio técnico, fraseando con delicadeza e ímpetu según el momento, pero siempre atento a las voces. Sus pasajes líricos fueron una delicia de expresividad.

Lutoslawski y Grieg

Antes se escuchó la raramente programada 'Petite Suite' de Witold Lutosłąwski, una joya de 10 minutos de duración de inspiración folclórica que el compositor polaco estrenara en 1950 con la Orquesta de la Radio de Varsovia en versión camerística y al año siguiente en formato sinfónico. El programa se cerró con la 'Sinfonía en do menor' (1864), de Grieg, obra denostada por el propio compositor, quien la retiró de su catálogo prohibiendo su interpretación al no quedar contento con el resultado. La obra, de rígida vocación académica, permaneció silenciada hasta 1980 cuando se exhumó. La única sinfonía del autor noruego bebe definitivamente del pasado, posee fuerza y potencia aunque se aleja de los cánones nacionalistas que impregnan la obra más apreciada de Grieg.

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