Ópera

Kentridge y Goerne tocan el cielo con ‘Wozzeck’ en el Liceu

El regreso al Gran Teatre de la obra maestra de Berg encuentra en el artista sudafricano y en el barítono alemán a dos intérpretes de excepción

La propuesta artística fue largamente ovacionada en su estreno el domingo

liceu

liceu / Bofill

Pablo Meléndez-Haddad

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Aunque perdurarán por mucho tiempo en la memoria de los liceístas algunas de las imágenes del inolvidable ‘Wozzeck’ propuesto en el Liceu por Calixto Bieito hace más de tres lustros, a ellas se unirán en el imaginario colectivo, y con justa razón, las creadas este domingo por William Kentridge en el regreso de la obra maestra de Alban Berg al Gran Teatre, absolutamente maravillosas, extraordinarias, soberbias.

Su propuesta crea un microcosmos que le va como anillo al dedo al drama de Georg Büchner y, más todavía, a la radicalidad de la partitura de Berg, aunque quizás un poquito más de calma visual, en algún momento determinado, hubiese ayudado a digerir mejor este título devastador. Se echaron en falta, sin embargo, la luna roja, el cuello cercenado de Marie y la sangre en la mano del soldado, detalles fundamentales que en esta concepción teatral se obvian.

En este increíble montaje de pesadilla, en todo caso, funciona convincentemente la dirección de actores y los movimientos de los intérpretes por el laberinto escenográfico, que lucha por equilibrarse con la espectacular plástica del montaje basada sobre todo en dibujos del artista sudafricano que traslada a la escena su cosmovisión dándole un acertado sentido dramático.

Apoyaron al creador Luc de Wit en la ‘regia’, contando con unos figurantes casi acróbatas por lo perfectos, Sabine Theunissen en la apabullante escenografía -el gabinete del Doctor es todo un logro y un altavoz acústico-; el increíble diseño de vestuario de Greta Goiris, que consigue impactar con las máscaras y las caracterizaciones; la iluminación sublime de Urs Schönebaum; los escalofriantes vídeos de Catherine Meyburgh y Kim Gunning -quizás lo más ‘recortable’ por el ‘ruido’ excesivo que proponían- ,y una marioneta de ensueño, preciosa, fundamental, cargada de melancolía.

Apuesta valiente

Esta valiente apuesta contó con un inspirado Josep Pons en el podio al mando de unos cuerpos estables del Liceu en estado de gracia -a los que se unió el bien preparado Coro Vivaldi-IPS -Petits Cantors de Catalunya que dirige Òscar Boada-, tejiendo esa electrizante urdimbre necesaria para engarzar unas voces aptas para desarrollar la psicología de los atormentados personajes y las necesarias atmósferas. Ofrecer la obra de Berg después del ‘Pelléas’ de Debussy ha sido un acierto para los melómanos -dejando de lado la taquilla-, regalando una auténtica clase magistral, más todavía al ser servidas en propuestas escénicas artísticamente tan enriquecedoras.

El triángulo amoroso conformado por el Wozzeck de Matthias Goerne, la Marie de Annemarie Kremer y el algo vocalmente justo Tambor Mayor de Torsten Kerl, pero de imagen espectacular, funcionó a la perfección, con una tensión que se podía cortar con un hacha. Y si a Goerne le faltó algo más de proyección en algún grave, el intérprete supo suplirlo con una entrega arrolladora. Fascinante la actuación de Annemarie Kremer, potente y desesperada, así como la del punzante Doctor de Peter Rose. El Capitán de Mikeldi Atxalandabaso se movió sin problemas por su inalcanzable tesitura, y débil y gris el Andres de Peter Tantsits. Del resto del reparto sobresalieron Scott Wilde y Rinat Shaham, completamente entregados.

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