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La trastienda del cine 'S', con pelos y señales

El guionista, realizador, actor y director Ricard Reguant pasa a limpio las anécdotas de aquel sexenio en el que participó en el rodaje de una antología de películas de destape que llenaron los cines y han caído en el olvido

Carteles de películas de Cine S

Carteles de películas de Cine S

Carles Cols

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Pasapalabra. Contiene la 'S'. Pérdida o debilidad notable de la memoria. Es fácil. 'Amnesia'. Es el vocablo perfecto para definir el creciente olvido en que ha caído una corta (y única en el mundo) historia del cine español: los seis años en que estuvo vigente la clasificación precisamente 'S' para las películas subidas de tono. Hagan la prueba. Pregunten a cualquier menor de (pongamos una edad al azar) 45 años. El 'cine S', con lo que llegó a ser (no como la séptima de las artes, sino sociológicamente) ha caído en el más absoluto olvido.

La segunda mitad de los 70 y primera de los 80 es recordada a menudo con emocionada nostalgia por libertaria, 'underground', creativa y disoluta, pero apenas nunca por esa trastienda que fue el 'cine S', lo cual es todo un sinsentido memorístico que ha decidido saldar, aunque sea solo parcialmente, Ricard Reguant, conocido director teatral, guionista, realizador de televisión y cineasta, al que, pese a su dilatado currículum, en las cenas con amigos siempre terminaban por pedirle lo mismo, que contara anécdotas de aquella poco conocida etapa de su trayectoria profesional en la que fue guionista, actor y director de películas 'S'.

Las ha recopilado en un libro, más cercano a unas anotaciones pasadas a limpio que no un canónico libro de memorias, pero su valor documental es tan excepcional que Esteve Riambau, autor de dos decenas de libros sobre los grandes iconos de la historia del cine, ha decidido que merece ser presentado en la Filmoteca de Catalunya. Qué menos.

Entre Cicerón y Marco Aurelio

La cita que viene a continuación tal vez parecerá inesperada o incluso pedante. Esperemos que no. Es una reflexión de Flaubert sobre ese momento único de la historia que va de Cicerón a Marco Aurelio, "cuando los dioses ya no existían y Jesucristo aún no había aparecido, en que solo estuvo el hombre". Esa es la cuestión, que entre la muerte de Francisco Franco y el acceso al poder de Jordi Pujol hubo en Barcelona un sindiós cultural y creativo en el que todo estaba permitido, tal y como recuerda Joan Estrada, agitador de aquella época a través de un lugar icónico entonces como la Cúpula Venus, donde los estriptís de Christa Leem fueron elevados a la categoría de una de las bellas artes y, en una faceta que menos se conoce de él, hasta extra en una de las películas dirigidas por Reguant, 'No me toques el pito que me irrito'.

Aquellos fueron los años de Nazario y Ocaña, del tenorio del Born, de las Jornadas Libertarias del parque Güell, de las Jornades Catalanes de la Dona, en las que el paraninfo de la UB a punto estuvo de convertirse en un gran taller de exploración genital femenina (al final fue en los pasillos y en los lavabos, que no es poca cosa) y, a lo que íbamos, de una suerte de gigantesco efecto Streisand 'avant la lettre'. Tal cual.

'Efecto Streisand avant la lettre'

En 2003, Barbra Streisand reclamó que una fotografía de su casa de Malibú fuera retirada de la base de datos de internet y, claro está, logró el resultado contrario. Una imagen en la que nadie había reparado pasó a ser cientos de miles de veces descargada. En 1978 ocurrió algo equivalente en España. El fin de la dictadura supuso el fin de la censura previa, por no decir literalmente un torrencial despelote.

La represión había sido tan mayúscula que el desenfreno posterior fue inversamente proporcional, así que el Gobierno de Adolfo Suárez, en una incalculada decisión, ordenó que las películas que pudieran herir la sensibilidad de los espectadores fueran exhibidas, a modo de advertencia, con el calificativo de 'S' a las puertas del cine. Aquello consiguió el efecto indeseado. Eran películas rotundamente malas, pero las salas se llenaban sesión tras sesión y, con ello, los bolsillos de los productores.

Repasa Reguant en el libro cómo algunas inversiones de 500.000 pesetas se multiplicaban por 10, 15 o 20 en taquilla. Algunos de aquellos visionarios, por llamarlos de algún modo, ganaron notables sumas de dinero suficiente como para que, cuando la era del 'cine S' toco a su fin con el acceso de Pilar Miró a la Dirección General de Cinematografía, pudieran producir películas de factura más exigente, como 'El Lute' y 'El caso Almería'. Se podría afirmar que los pechos amamantaron aquella época. Ahí está el caso de 'Interviú', revista de referencia, que con sus desnudos en portada y en páginas interiores pudo pagar las nóminas de periodistas de investigación.

La oportunidad de Reguant

Reguant, repasada su trayectoria, simplemente fue el tipo adecuado en el momento oportuno. Era hijo de una familia que tenía una tienda de revelado fotográfico, un establecimiento que en la etapa agónica del franquismo estaba unida por el cordón umbilical de la autopista A-7 a Perpinyà. De ahí traía su tío películas rodadas en Super 8 que se vendían clandestinamente a los clientes de confianza.

Muerto el dictador e inaugurada esa etapa entre Cicerón y Marco Aurelio, se introdujo en el mundillo de aquellos rodajes, primero como guionista mal pagado, después como actor y, finalmente, como director, donde vivió todo tipo de cómicas situaciones que relata en el libro. No fue buena idea, sin duda, rodar en Túnez y aparcar la furgoneta en la que se cambiaban de ropa las protagonistas a las puertas de una mezquita. Pero en este viaje a los seis años del 'S' apetece, para concluir, más que el chiste, una reflexión. Es algo exótica, quedan avisados, pero ahí va.

Cuenta Reguant a través de un par de capítulos cuán difícil fue rodar la primera escena realmente, como se decía entonces, 'guarra'. El problema ni fueron las cámaras, ni el plató ni la contratación de mujeres dispuestas al desnudo explícito. A ellas las encontraron, en algunos casos, en clubs de alterne. Para los actores, pusieron un anuncio en la prensa. Entre los interesados, muchos estaban sorprendidos de que, además, les fueran a pagar por ello. Qué tiempos. A la hora de la verdad, sin embargo, aquello fue una procesión de gatillazos. Hasta el botones de un hotel en el que alquilaron una habitación para rodar una escena se postuló como actor porno, con idéntico resultado fallido. El atávico miedo masculino a ser incapaz de satisfacer a la mujer, probable causa partícipe de tantos siglos de machismo, siempre dispuesto a demonizar el placer femenino, quedó resumido en cierto modo entre aquellas cuatro paredes. Evidentemente, eso ni se habló allí entonces, pero, lo dicho al principio, el valor documental de 'Clasificado S', el libro, no es cómo lo cuenta, sino lo que cuenta.

A modo de postdata

Aquella (y esto es ya una aportación personal, algo que no se aconseja en este oficio, pero de perdidos al río) fue una época muy extraña. Óscar N., compañero de clase en una escuela de barrio, cobrada una peseta a sus amigos si querían echar un vistazo a una revistilla que había confeccionado con hojas grapadas en las que había pegado fotos recortadas de todo tipo de publicaciones (una revista, un libro de anatomía…) y en las que aparecía, en el mejor de los casos, una mujer desnuda y la mayoría de las veces solo medio pecho al aire. Aquello sería en 1971 o 1972. La visión del cuerpo desnudo era remotamente improbable y, en un pis pas, apenas seis años más tarde se descorchó el tapón de la censura y la exhibición impúdica de la sexualidad era omnipresente. No es fácil ponerle fecha, pero un integrante de aquel grupo de escolares que pagaba una peseta por ver esa falsa revista de desnudos tuvo entre sus manos, aún con minoría de edad, un ejemplar del ‘Papus’ en el que aparecía Susana Estada en cuatro patas, con el cuerpo punteado igual que aquellos pósters que antes se exhibían en las carnicería para enumerar las partes de la ternera. 'El despiece de Susana Estrada'. Ese era el título de aquellas páginas centrales.

En el mundo del submarinismo aficionado y profesional a aquello le hubieran llamado un síndrome de descompresión. La ascensión colectiva desde los fondos de la represión fue tan rápida que provocó preocupantes cuadros médicos de comportamiento anómalo. La aparición del cine 'S' cronológicamente con la caída de la natalidad en España, algo que seguramente tiene otras causas que no son las cinematográficas, no que aquel sexenio hubiera alumbrado una generación de onanistas, pero en una ocasión, en una entrevista, Assumpta Serna, contó una perturbadora experiencia personal que retrata aquellos años con gran precisión.

Susto en el cine Carretas

Serna fue una de las actrices que participó en el rodaje de 'L'orgia' , película rodada en 1978 que, pese a su título, era blanquísima. Tres años antes, la cima del desnudo integral había sido ya hollada con la 'La trastienda', en la que María José Cantudo se mostró cual Eva en el Edén, vamos, que la exhibición de cuerpos en 'L'orgia' ya no era ninguna novedad, pero es que además se trataba de una comedia muy loca, prácticamente carente de sexo. Ver a Juanjo Puigcorbé en motocicleta por la calle de València de Barcelona cual 'lady Godiva' masculino no puede considerarse, desde luego, algo excitante, y aquella escena era el clímax de la película. En palabras de Serna, 'L'orgia' ni era sucia, ni erótica, ni pornográfica, y tiene razón. Tenía momentos de gran comicidad, eso sí. El caso es que la actriz estaba un día en Madrid y vio que en el cine Carretas proyectaban el film. Entró. "Eran las cuatro de la tarde y estaba lleno de pajilleros". No se lo podía creer.

¿Merece o no este libro ser presentado en la Filmoteca de Catalunya?

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