ENTREVISTA

Tardi: "Hace muchos años que Francia dejó de ser la depositaria de los Derechos del Hombre"

El dibujante visita el Cómic Barcelona junto a su esposa, Dominique Grange, guionista y protagonista del álbum 'Elise y los nuevos partisanos'

Jacques Tardi y Dominique Grange en el Saló del Cómic.

Jacques Tardi y Dominique Grange en el Saló del Cómic. / FERRAN NADEU

Elena Hevia

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El historietista Jacques Tardi recogió los recuerdos de su abuelo durante la Primera Guerra Mundial y, más tarde, los de su padre en la segunda contienda. Eso, unido a sus incursiones en el género policial junto a Leo Malet y Jean Patrick Manchette, ha alimentado sus viñetas potentes, oscuras y precisas. En ‘Elise y los nuevos partisanos’ (Salamandra, en castellano y catalán) dibuja las vivencias de su esposa, la cantante, activista y aquí guionista Dominique Grange, una de los que se negaron a considerar que las reivindicaciones de Mayo del 68 se habían perdido. El matrimonio, con cuatro décadas de convivencia en la espalda, visita Cómic Barcelona 2022.

Este álbum es una carta de amor a su esposa.  

Jacques Tardi: Sí, desde luego. Durante años he animado a Dominique a que cuente su historia. Ahí está el convencimiento, el sacrificio, la clandestinidad, la cárcel. Todo eso castigó su profesión de cantante, que quedó en suspenso durante unos años por su militancia política. Ella y yo nos conocimos en los consejos editoriales de 'Charlie Hebdo', consejos nocturnos que se alargaban durante horas y horas. Una de las primeras cosas que le dije fue: tienes que volver a cantar…

Dominique Grange: …y te tomé la palabra porque grabé un disco un año más tarde. Yo no había dejado de cantar. Había dejado el oficio de la canción, lo que no es exactamente lo mismo. Había dejado el 'show business' para componer canciones de lucha que sirvieran a las causas que entonces me parecían importantes y que me lo siguen pareciendo.

¿Cómo se ha visto representada en este cómic que juega con la autoficción?

D. G. Veo ahí a una chica que venía de un entorno burgués, una familia de médicos de Lyon que a la vez siempre trabajó por los demás mostrándoles mucha empatía. Por eso no me preocupaba mi, digamos, carrera. A mí el éxito me daba absolutamente igual.

¿Mayo del 68 fue el catalizador de todas estas inquietudes?

D. G. Fue una sacudida profunda de la sociedad francesa. Yo tuve la suerte de ir a cantar a las fábricas que estaban en huelga -nada menos que 10 millones de trabajadores dejaron de trabajar-. De cantar canciones poéticas y humorísticas, contestatarias, sí, pero con un punto simpático, a poco a poco irnos radicalizando.  

En junio del 68, las paredes se llenaron de pintadas que pedían el retorno a la normalidad y yo como mucha otra gente lo rechacé de plano

Usted la que más.

D. G. En junio del 68, las paredes se llenaron de pintadas que pedían el retorno a la normalidad y yo como mucha otra gente lo rechacé de plano porque en realidad los conflictos no se habían resuelto. Solo conseguimos un salario mínimo un poco más alto pero la explotación capitalista era la misma. Mi compromiso me llevó a trabajar en una fábrica.

En este cómic, Mayo del 68 no es únicamente una revuelta de los estudiantes y obreros, también es la herencia de la Guerra de Argelia.  

D. G. Me escandaliza cuando oigo que el Mayo del 68 solo nos dejó la revolución sexual. Yo no vi nada de eso, quizá eso pasara en las universidades americanas. En la Sorbona, los estudiantes solo hablaban de luchas sociales. Sí, hubo una cierta afirmación de las mujeres, podríamos decir que un primer combate feminista. La Guerra de Argelia fue muy importante para los que fuimos jóvenes entonces.

¿Por qué escribir ahora este libro? ¿Es quizá para revelarles a los jóvenes que todo aquello pasó?

J. T. Nos damos cuenta cuando hablamos con los jóvenes de que no han oído hablar del pasado de su país. Se pasan los días leyendo manga. Incluso los periodistas me hacen preguntas de verdaderos ignorantes sobre la Primera Guerra Mundial. La verdad es que no nos guía una misión educativa, pero sí queremos trasmitir no solo los datos históricos, también mostrar las pequeñas historias.  

De ahí que el trabajo de Tardi muestre una gran obsesión por los detalles.

D. G. (Ríe) Sí, tuvimos que averiguar cuál era la longitud exacta de las porras de la policía.

J. T. Es verdad. Por ejemplo, cuando conté la cautividad de mi padre durante la Segunda Guerra Mundial en los tres libros de 'Stalag IIB'. Él lo consignó todo en un diario: el nombre de los pueblos, las distancia recorrida, la temperatura, los problemas con la comida. A mí no me bastaron esos datos, necesité recorrer el trayecto desde el Báltico hasta Colonia para imbuirme del ambiente.

Yo no he percibido el olor de los gases de la Primera Guerra Mundial pero sí el olor del gas lacrimógeno en el Mayo del 68

‘Elise’ es la historia más próxima a la experiencia personal de Tardi. Algo insólito en su trayectoria.

J. T. Yo no he percibido el olor de los gases de la Primera Guerra Mundial, pero sí el olor del gas lacrimógeno en el Mayo del 68. Esa es la diferencia con todo lo que he hecho hasta ahora. Aunque yo no era militante. No fui a las fábricas. Solo ayudé a construir barricadas. Pero ahí están las canciones que escuchábamos en la radio o los carteles de las películas que veíamos en el cine. Eso te devuelve a una época concreta.

¿Creen que la lucha de clases, tan importante en ‘Elise’, ha perdido su razón de ser?

D. G. La lucha ha evolucionado porque las grandes fábricas automovilísticas o la industria textil, que eran lugares de resistencia, se han deslocalizado. El proletariado sigue existiendo en otros lugares, trabaja para nosotros por mucho menos dinero. Ahora tenemos la uberización, la creación de todos esos trabajos precarios donde la gente no está unida. Amazon funciona igual. Así que no: la lucha de clases sigue siendo necesaria.

Hemos votado a favor de gente como Macron y Chirac, que nos repelen, para establecer un cordón sanitario a la extrema derecha

¿Qué ha pasado con la izquierda francesa que no está ni se la espera?

D. G. Se ha burocratizado. Ha sido incapaz de evolucionar. Apenas hay trabajadores sindicados. Lo único que les interesa a los partidos es el poder, no el interés de los ciudadanos.

J. T. Lo dramático es que pasamos el tiempo votando en contra. Hemos votado a favor de gente como Macron y Chirac, que nos repelen, para establecer un cordón sanitario a la extrema derecha. Es muy frustrante y cansino. Hace mucho tiempo que Francia dejó de ser la depositaria de los Derechos del Hombre.

B G. Por un lado tenemos emigrantes afganos o sirios que duermen en tiendas de campaña a quienes la policía hace la vida imposible y por otro, refugiados rubios con ojos azules ucranianos que alojamos en nuestras casas e inscribimos a sus hijos en las escuelas. En fin, me alegro por los ucranianos, pero hay una discriminación brutal respecto a los demás.

¿Una heroína tan decidida como Adele Blanc-Sec está inspirada en la joven Dominique?

J. T. No. Todavía no nos conocíamos. La imaginé un año después del Año Internacional de la Mujer en 1975.  Fue una reacción frente a los héroes masculinos cargados de testosterona. Apenas había mujeres protagonistas en aquel momento, salvo las muy erotizadas como Barbarella. Mi idea era una protagonista con mi misma profesión, periodista, aunque luego no se la viera trabajar demasiado.

Y Dominique, ¿se enamoró de Tardi por ser capaz de crear mujeres así?

D. G. (Ríe) Sí, entre otras cosas.


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