Crítica de danza

Tamara Rojo, la Giselle del siglo XXI

En esta versión de Akram Khan estrenada por fin en el Liceu la bailarina brilla lo justo pues es una pieza coral en la cual todos se mueven con un mismo latido

Valèria Gaillard

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Sería una lástima que la despedida de Tamara Rojo de los escenarios pasara desapercibida, ya que se trata de una de las bailarinas españolas más destacadas de los últimos tiempos. Ganadora, con Maya Plisétskaya, del Príncipe de Asturias el 2005, desde sus inicios con Ullate ha sabido forjarse un camino internacional sólido gracias a un talento natural y un ángel que la iluminan por dentro. Se despide en el Gran Teatro del Liceu con uno de sus papeles fetiche y con una coreografía que realza su faceta más espiritual, al margen de su más que demostrada virtuosidad: el de Giselle.

Delante del English National Ballet, del que también se despide para dirigir el San Francisco Ballet, la bailarina interpretó el miércoles (y lo hará de nuevo el sábado) esta historia de abandono, dolor y perdón que Akram Khan ha envuelto en una estética contemporánea. Su lectura marca la diferencia de clases, reflexiona sobre la sumisión y muestra una Giselle subversiva lejos de la chica boba del libreto original.

Música envolvente

Con una música envolvente de Vincenzo Lamagna, la 'Giselle' de Khan recuerda las series científico-góticas de asesinos en serie e investigadores obsesivos. En una palabra: es eficaz. Da hasta miedo ver aparecer las Willis, armadas con un bastón para acorralar a su presa. La coreografía recupera la esencia del ballet original para el cual se crearon precisamente las zapatillas de punta, es decir, mostrar estos espíritus femeninos como seres etéreos de otro mundo. Gracias a un uso particular de las puntas los movimientos consiguen aquí un aire escalofriantemente fantasmagórico.

El ENB funciona como un cuerpo orgánico y Tamara Rojo brilla lo justo, puesto que esta versión es una pieza coral en la cual todos los bailarines se mueven con un mismo latido. Por ejemplo, en la escena de la locura, el dolor de Giselle se multiplica entre el conjunto de los bailarines, que la rodean y protegen: ante la injusticia sufrida por Giselle es todo el colectivo quien agoniza. Otra escena de impacto es aquella en que Giselle se queda clavada con Myrta, de ombligo a ombligo, y ambas desaparecen en la oscuridad rígidas de muerte. Es una 'Giselle' intensa y vibrante, una feliz confluencia de dos genios de la danza: Rojo y Khan.

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