Opinión | QUEMAR DESPUÉS DE LEER

Laura Fernández

Laura Fernández

Escritora y periodista

El escritor que es también un bulevar de Nueva York

Isaac Bashevis Singer, el primer y único Nobel de la literatura ‘yiddish’, da nombre al tramo de la calle 86 del Upper West Side en la que residió, y su vida en Manhattan, la ciudad que le salvó en más de un sentido, está mayestática y devorablemente contenida en la recién recuperada ‘El seductor’.

Laura Fernández

Laura Fernández

Isaac Bashevis Singer solía llevar siempre corbata, americana y pantalones oscuros y camisa blanca. Tenía que hacer un calor de mil demonios para que no apareciese, una y otra vez, vestido para asistir a un funeral. O eso dejó dicho de él su buen amigo Stefan Kanfer, durante años editor de la revista 'Time', y, a ratos, también, por eso mismo, su jefe. Singer, el único Nobel de la literatura 'yiddish', es hoy una dirección en Nueva York, un tramo de la calle 86 –el que hay entre Broadway y la Amsterdam Avenue–, conocido como Isaac Bashevis Boulevard. ¿Por qué? Porque fue en un apartamento de esa calle, un apartamento del edificio Belnord –que hoy da nombre a un hotel de habitaciones diminutas, situado a la misma altura una calle por encima–, donde vivió Singer los años que siguieron a su altísima distinción nobelesca.

Nacido en Varsovia, la Varsovia presoviética de 1903 –aunque siempre se ha pensado que lo hizo un año después porque él mismo se encargó de que lo pareciese: quiso evitar el servicio militar, y lo consiguió, pero no pudo evitar que el mundo celebrase el centenario de su nacimiento un año más tarde–, Singer no tenía, recuerda Kanfer en un amplísimo retrato de su muy neoyorquina figura –"en él es en quien pensamos cuando pensamos en un neoyorquino, no en alguien que ha nacido en la ciudad, sino en alguien que ha venido aquí a cumplir sus sueños"– ninguna fotografía suya de una época anterior a la época en la que empezó a recibir premios –entre ellos, además del Nobel, el National Book Award que se llevó en 1974, el año en el que Thomas Pynchon, otro vecino de la zona, ganó el Pulitzer– y a ser considerado un gran escritor.

isaac bashevis singer

Isaac Bashevis Singer en Canal Street, Nueva York /

Para tratar de imaginar a ese otro yo, el yo que no había puesto aún un pie en Nueva York y no podía sospechar que lo haría, decía que lo mejor era leer la descripción que había hecho de él su hermano, el también escritor, Israel Yehoshua Singer, en una de sus primeras novelas. "No diríamos de alguien como él que es guapo; es pelirrojo y terriblemente pecoso, pero tiene un encanto, diríamos, irresistible", en parte, y sobre todo, "porque es un gran contador de historias, del tipo que fascina a los niños, siendo como es capaz de cantar como un gallo, cacarear como una gallina, e incluso arrullar como una paloma". ¿Temía Isaac Singer toparse con el chaval, el aspirante a escritor, el corrector de pruebas, el traductor al 'yiddish' de Knut Hamsun, que, de no haber seguido los pasos de su hermano hasta Manhattan, podía haber acabado en Auschwitz? 

Porque, sin duda, es lo que habría pasado, según le dijo a Kanfer, como ocurrió con aquellos de su familia que se quedaron. "Solía pasear por las calles de Nueva York y pensar en qué habría sido de mí si mi hermano no hubiese decidido cruzar el charco", le dijo a Kanfer. Cuando aterrizó en Nueva York, en 1935, habiendo dejado en Polonia a su primera mujer y a su hijo, lo único que sabía decir en inglés era "take my chair" –literalmente, "coge mi silla"–. Para entonces, ya colaboraba con el periódico neoyorquino 'Forverts', también conocido como 'Jewish Daily Forward' –del que había sido corresponsal en el extranjero–, pero no fue hasta que no llegó allí que empezó a escribir. Publicó su primera novela por entregas ese mismo año. Le llevó cinco meses completarla. Se tituló 'El Mesías pescador'. En 'yiddish', claro. Sus historias no se traducirían hasta mucho después.

En Nueva York volvió a casarse. Lo hizo con Alma Wassermann, una divorciada alemana con dos hijos. El suyo fue un matrimonio atípico para la época, porque la que trabajaba fuera de casa era ella. Alma era una exitosa vendedora. A su peculiar manera, era una mujer de negocios. Singer no acababa de tomarse en serio como escritor. No lo hizo, en realidad, hasta después de morir su hermano, en 1944. Sintiéndose entonces, de alguna forma, según Kanfer, liberado, se puso a escribir su primera novela, 'La familia Moskat', al margen del asunto de las historias por entregas. Tenía 46 años cuando se publicó –corría el año 1950–, y no sólo en yiddish, sino también, y gracias a Alfred A. Knopf, buen amigo de su hermano, en inglés. Aquello le colocó definitivamente en el mapa. Eso sí, nunca dejó de escribir para el modesto 'Forverts', ni siquiera después de ganar el Nobel en 1978.

Manhattan, podría decirse, le salvó en más de un sentido. Y nada mejor para asomarse a la que fue su vida de 'auténtico neoyorquino' que echar un vistazo a la recién recuperada 'El seductor' (Acantilado), novela que publicó por entregas en 'Forverts', y que completó en 1973, y en la que su figura se desdobla porque Singer es ahí dentro a la vez el casado con amante y el marido de esa misma amante. Su estilo es telegráficamente devorable, y a la vez, por momentos, impresionista. La novela es también un lienzo que entreteje la historia (de época) de la ciudad a la prohibida relación entre Hertz y Minne, la cultísima mujer de Morris. Y la mejor manera de entender por qué es un milagro acabar convertido en el tramo de calle que te devolvía, una y otra vez, a casa.

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