Entrevista
David Carabén (Mishima): "Hacemos música con la que podamos convivir durante años"
El grupo publica, tras un lapso de cinco años, su nuevo álbum, ‘L’aigua clara’, que presentará el 27 de mayo en el Poble Espanyol, dentro del Cruïlla Primavera
Jordi Bianciotto
Periodista
Lo último de Mishima fue la celebración del 20º aniversario. ¿Influyó esa mirada retrospectiva en la naturaleza del nuevo álbum?
Eso ocurrió más bien cuando escribí el libro [‘La forma d’un sentit’, 2015], después del cual salió el disco ‘Ara i res’ (2017). Esta vez hubo dos o tres esfuerzos o estrategias para hacer algo que no habíamos hecho, y se refleja en el disco el estado de ánimo del mundo en esta fase de la evolución tecnológica. Nos hemos representado a nosotros mismos en un paréntesis de la historia, y tengo la sensación de que no es eso, sino una caricatura de adónde vamos. La relación entre nosotros a través de las redes y las pantallas, renegociar las fronteras entre lo íntimo y lo público de manera no siempre favorable y otorgar mucha iniciativa a la máquina.
¿A qué “esfuerzos o estrategias” se refiere?
Traté de ser más narrativo y no solo incluir canciones escritas desde mi yo interior, que es mi tendencia natural, sino de dar más cancha a explicar historias y trabajar personajes, convirtiéndome incluso yo en uno de ellos. Canciones como ‘God’s move (Lee Sedol)’, ‘Mia Khalifa’ o ‘El gran lladre’, donde los personajes están ahí, desde una realidad exterior, pero con ramificaciones en dimensiones más interiores.
No me interesa ser yo quien separe el bien del mal, lo bonito de lo feo
En ‘Mia Khalifa’ dice identificarse con esa exactriz porno: ambos trafican con sentimientos.
Al igual que Lee Sedol, ella es una metáfora del momento actual. Es una chica de origen libanés, católica, que en Estados Unidos se siente desplazada como minoría étnica. Al acabar la carrera se implanta los pechos de silicona, vive un subidón social, prueba en el porno, donde se queda solo tres meses, y años después sigue siendo una de las actrices más vistas mientras se ve amenazada por Al Qaeda. Pero ella no culpa al machismo, ni al capitalismo, ni a Al Qaeda, ni a la cirugía estética.
Mishima no hace canción protesta ni poesía social.
No me interesa ser yo quien separe el bien del mal, lo bonito de lo feo. Al final, lo acabas haciendo, pero del arte me interesa que ponga en escena la tensión, la duda, el misterio, la cuestión no resuelta…, y que te facilite poder convivir con todo eso que tienes dentro. Yo hago canciones sobre cosas que no tengo resueltas. No son recetas ni soluciones mágicas.
En este disco, las instrumentaciones tienden más que nunca a la delicadeza y el refinamiento.
He evolucionado como compositor, me he currado más los arreglos y he trabajado mejor con la banda, con más atención. Hay giros, cambios de ‘tempo’, diálogos, búsquedas de texturas…
Tramos instrumentales que parecen conclusiones de las canciones.
Sabiendo que has planteado el conflicto en la letra, hay una tensión ahí que va muy bien que se convierta en música. La música casi nunca resuelve cosas, pero puede representar una catarsis.
Intentar hacer música a lo largo del tiempo es un deporte de alto riesgo
Muchos discos actuales tienen aspecto de haber sido pensados para producir reacciones de exaltación en el público de los festivales o las fiestas mayores. Este es más bien lo contrario.
Huimos bastante de eso. Ahí, Peter [Daimel, productor] es un gran aliado. Hay grupos como The Strokes donde aquello que considerabas interesante de la Velvet, la contención del animal salvaje del rock’n’roll, la bestia domesticada que todavía ruge, ves que lo enfocan al baile, distorsionando baterías, sintetizadores… ¿Por qué? Porque cuentan con que hoy la gente escucha música con los móviles, y que los sonidos deben ser titulares de prensa, donde todo estalle. Así, el disco capta tu atención, pero no resiste muchas escuchas. Nuestro propósito con Peter es sentir el espacio. Hacemos música con la que podamos convivir durante años, sin perder la inmediatez.
A estas alturas, cuando lanzan un disco, ¿piensan que la maquinaria ya va sola, que gustará por inercia?
Intentar hacer música a lo largo del tiempo es un deporte de alto riesgo. Es la disciplina más abierta al cambio, para bien y para mal. Ganas dinero cuando tocas y si no tocas, es la ruina. Pero lo que te atrae es esa especie de llama continua que es la música. Te sientes como un pirómano, fascinado y boquiabierto.
Hay señales de fractura generacional en la música actual en torno a las tendencias urbanas. ¿Piensa en ello?
No las veo tanto como escalones que nos alejan, sino como una tendencia a la pluralidad de estímulos. Las fracturas de los 70 u 80 eran más radicales: el punk, que pretendía cargarse a los cantautores o al rock sinfónico. Al final, han acabado conviviendo. Ahora puedes grabar discos en casa sin tener ni idea, pero también tienes a Adele, o a Rosalía, que tiene la capacidad técnica para cantar con sentimiento y a la vez se retoca la voz con Melodyne.
En la música popular se expresa un espíritu reaccionario que todos tenemos, de buscar el confort, que es algo religioso
¿Entiende que la mezcla de éxito comercial y elogios críticos de Rosalía pueda generar incomprensión e incluso irritación entre oyentes cultivados en el rock?
En la música popular se expresa un espíritu reaccionario que todos tenemos, de buscar el confort, que es algo religioso: “vamos a cantar todos juntos esta canción; tranquilos, que no romperé demasiado la armonía, ni la tonalidad…” Eso es bastante conservador. Al lado de esto, tener un espíritu vanguardista, innovador, es cojonudo, y si alguien puede casar las dos pulsiones, como hace Rosalía, pues fantástico.
Para un grupo como Mishima, cuando saca un disco, ¿hay alguna televisión a la que ir para presentarlo?
Hoy, en televisión, se considera que con la música no basta. Tiene que haber un concurso de por medio, una competición, y debe aparecer gente nueva y fresca. Y a la música le toca hacer todos los papeles: decorar un videojuego, venderte un producto cosmético, celebrar una fiesta mayor y satisfacer a los puristas. Pensábamos que la música solo se podía escuchar de una manera, y que la literatura era solo la novela del siglo XIX, cuando puede serlo un tuit, un guion de radio o el discurso de un político.
El programa musical del momento es ‘Eufòria’, en TV-3. Un ‘talent show’.
Nosotros vamos a ir a ‘Eufòria’, nos lo han ofrecido y tocaremos en directo; no hacemos ‘playbacks’. Ante cualquier éxito de audiencia, yo soy humilde y me pregunto por qué lo es. Es la manera de entender cómo somos.
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