Entrevista

Bruno Oro: "Si quisiera hablar del Institut del Teatre, haría otro libro"

El actor y cantante publica 'No somos gilipollas' (Ediciones B), una obra en la que hace una radiografía del país con humor

Bruno Oro

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Inés Álvarez

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Tras pasarse una década metido --casi literalmente-- en la piel de los políticos, Bruno Oro (Barcelona, 1978) decidió dejar el espacio de TV-3 'Polònia' para dedicarse a lo suyo. Lo suyo ha sido música, teatro, tele, literatura... Lo último: acaba de publicar 'No somos gilipollas. Radiografía de nuestro querido e imperfecto país' (Ediciones B), un libro en el que analiza, sin ser analista sino un contumaz observador, cómo es la gente de este país tan diverso. Con humor y desde el respeto. Que los humoristas ya tienen muy claro donde está esa línea de color bermellón. Además, aprovecha para hablar del 'procés', ahora que el volcán ya ha escupido toda la lava, desde una equidistancia que, avisa, de cobardía no tiene nada.

Antes que nada, acláreme una cosa. Jordi Évole dice en el prólogo que se saludan con una arcada. Eso suena muy punk.

(Rie) Es que cuando yo aún estaba en el 'Polònia', siempre que nos encontrábamos me decía que lo que más le hacía reír eran mis arcadas. Por lo que cuando nos saludábamos, le hacia una. Me gusta mucho que haya escrito que nos unen las arcadas. 

El libro se define como “una radiografía de nuestro querido e imperfecto país”. Y en todo momento recuerda que no es un analista, sino un artista que opina sobre la realidad que conoce. 

No soy periodista ni sociólogo ni crítico. Soy actor y hablo humildemente de mi experiencia personal a través de anécdotas que me han pasado a mí, sobre todo la que vehicula el libro. Pensé que si acercaba el libro a mí sería más personal e íntimo y empatizaría más el lector.

¿Parte de aquellos monólogos que mezclaban crítica y comedia en Instagram y se hicieron virales durante la pandemia en Instagram?

Sí, un poco. Pensé que sería una buena herramienta para traspasar a la literatura de no ficción, al ensayo. Los acontecimientos de la pandemia y aquella anécdota que me pasó en Madrid, que es real, me animaron a escribir, porque pensaba que en ella estaban representadas nuestras virtudes y nuestras deficiencias como país.

Un artista y un viajero tiene material suficiente para contar.

Yo soy muy observador de las cosas a veces triviales y de las cosas cotidianas. Qué tendencias tiene los italianos, los argentinos o los ingleses. Y, dentro de España, que es una amalgama de culturas y caracteres diferentes, pensé que sería muy divertido hablar de cómo son los catalanes, los madrileños , los gallegos y los canarios. Porque hay diferencias tan abismales que no parecen dos países diferentes, sino dos mundos. Me gusta comparar. Desde cómo se toma cada uno el momento de comer, de trabajar o de hacer vacaciones.

La gente es muy diferente y eso tampoco es malo.

El cliché a veces funciona. A veces es cierto. 

Habla de madrileños y catalanes con mucha gracia, pero con con respeto.

Sí, claro. Porque tengo familia en Madrid y soy catalán, pero entiendo perfectamente las virtudes y deficiencias de los madrileños, como las de los catalanes. Porque me gusta reírme de mi mismo, algo que los catalanes sabemos hacer. Es muy importante que en el libro nadie se sienta rechazado o que yo haga juicios de valores. Es absurdo, porque nadie es mejor que nadie. Todos somos ciudadanos y hacemos lo que podemos. Por eso digo que me interesan las personas no las naciones ni las banderas, porque no tenemos detrás un país o una frontera, sino una familia, unos amigos y unas emociones.

Esa rivalidad entre Catalunya y Madrid también se ha visto en la pandemia.

Los ciudadanos nos hemos sentido un poco estúpidos. Porque parece que Ayuso lo permitía todo y aquí en Catalunya no dejaban hacer nada como respuesta a esa permisividad de Madrid. Y lo mismo al revés. Parecía más una guerra entre gobiernos que no que miraran por el bien de los ciudadanos. De ahí el título de 'No somos gilipollas'. Porque te hacen sentir como tal. Los que crispan el ambiente son los políticos . 

Habla del pecado de la envidia y pone un ejemplo del Institut del Teatre. También serviría para hablar de la lujuria.

No quise entrar en eso, porque pensé que no era el tema. El tema del libro era una anécdota y un contexto de la España 2020-2022 pandémica. Si quisiera hablar del Institut del Teatre, haría otro libro. Pero ahora no tengo ganas. 

¿Quizá un día lo escriba?

No lo sé, porque seguramente me daría mucha pereza.

Donde se pone serio es con el tema de Samuel, víctima de la homofobia. ¿Le salía del corazón?

Fue un asesinato tan macabro, que es un esperpento, un pegote en la historia de nuestro país y por eso así ha sido en el libro. Es un capítulo que no tiene número y es una denuncia/homenaje a un chaval que sufrió una atrocidad colectiva, que es lo que da más miedo.

También se ha puesto serio a la hora de hablar del 'procés'.

Sí, porque ya estamos todos cansados del 'procés', seas independentista o no, o de los 'ni fu ni fa'. Mucha gente ha sufrido en Catalunya y fuera. Ha sido una época y un proceso que nos ha hecho daño a todos. Nos ha desgastado y agotado.

¿Se ha sentido incomprendido por optar por la equidistancia? En medio de esa polarización no era bien vista. 

La equidistancia no gusta porque se ve como cobardía o falta de carácter. Cuando es una postura tan respetable como las otras. Entiendo que a alguien no le guste que no seas de su equipo, de su bandera o de su partido político. Pero lo tiene que respetar, porque si en este mundo si todos pensáramos igual, sería insoportable. Sería muy aburrido. Y muy peligroso, porque nunca lo conseguiríamos. 

¿Hace tres años habría podido hablar del 'procés', pese a ser humorista? ¿O precisamente por eso?

Seguramente si no lo hice es porque las espadas aún estaban demasiado altas. Estábamos todos en medio del volcán. Ahora se han ido desinflando los ánimos de unos y otros. La pandemia ha hecho que algunos temas cayeran 10 puntos en la bolsa de actualidad. Y la escala de valores ha cambiado mucho. Ahora hay una cosa muy importante que es la vida, que lo era antes, pero nadie le daba importancia.

Hay quien dice que dejó 'Polònia' porque veía que TV-3 se estaba posicionando demasiado.

Dejé 'Polònia' por desgaste. Estaba muy cansado, porque llevaba 11 años imitando. Un actor debe ser cuidadoso trazando su línea profesional. Si haces mucho tiempo lo mismo, te encasillan. Tenía ganas de hacer muchas cosas. Estoy superagradecido a Toni Soler y al equipo del 'Polònia', porque entendieron a la perfección que Bruno Oro tenía que tirar por otro lado como actor. Fue una época preciosa en mi vida, y lo fue su final. No tiene que ver que yo piense algo de TV-3.

¿No se ha arrepentido? 

No. Necesitaba hacer cosas más mías.

SIendo una estrella de una programa de televisión de sátira política, nunca se sabe, igual habría acabado como Zelenski: siendo presidente de la Generalitat.

Solo me faltaría eso (ríe). 

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