Crítica de música

El frustrado festival Mozart del Liceu

La interpretación de las tres óperas del genio de Salzburgo con libreto de Da Ponte pincha por un reparto irregular

‘Le nozze di Figaro’ en el Liceu

‘Le nozze di Figaro’ en el Liceu / A. Bofill

Pablo Meléndez-Haddad

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Este delicioso homenaje al teatro ambulante dieciochesco, una joya de propuesta escénica y de concepto dramático, hermanó tres obras maestras de Mozart que solo tienen en común a su libretista, Lorenzo Da Ponte: ‘Le nozze di Figaro’ (1786), ‘Don Giovanni’ (1787) y ‘Così fan tutte’ (1790) incluso representan subgéneros diferentes. Ivan Alexandre y Marc Minkowski, sus responsables, fuerzan la máquina con sabiduría y trampas deliciosas consiguiendo brindarles unidad manteniendo el espacio escénico y el vestuario y programando los tres títulos en días consecutivos –repitiendo a parte de sus intérpretes– aunque, lo más importante, introduciendo compases y frases de las otras óperas.

En esta renovada lectura, convertir a Cherubino de ‘Le nozze’ en el futuro Don Juan de ‘Don Giovanni’, es todo un acierto, lo que queda reflejado tanto en la actuación del muchacho como en que le hagan cantar parte de un aria del libertino. Y, a su vez, llevar a la personalidad del Don Alfonso del ‘Così’ a un Don Juan ya retirado también tiene su gracia, al igual que transformar a Despina en algo así como un Leporello no binario introducido con melodías del sirviente. Otros cambios resultaron menos comprensibles, como hacer que Dorabella prefiriera al ‘biondino’ y Fiordiligi al ‘brunettino’.

 ‘Così fan tutte’ en el Liceu

 ‘Così fan tutte’ en el Liceu / A. Bofill

La propuesta, por muy atractiva que fuera, no era muy apta para el Liceu, aunque igualmente fascinó a gran parte del público. Las dimensiones del espacio concebido por Antoine Fontaine, solucionado con una admirable economía de medios, hace que funcione en distancias cortas al estar concebido para salas de 400 butacas, no de 2.200. Por ello hubo muchos detalles que quedaron al abasto de una parte limitada del público, como el catálogo de Don Juan tatuado en el cuerpo de Leporello –que no se aprecia más allá de la fila 6– o el ‘strehliano’ juego metateatral que coloca a los intérpretes alrededor del ‘teatrino’ en el que se concentra la acción en las tres jornadas, el cual varía gracias a diferentes telones, luces y cortinajes que ambientan y explican la trama. Alexandre exprime su imaginación al máximo manejando a los cantantes con una eficaz dirección de actores.

Carencias técnicas evidentes

Pero cosas más forzadas se han visto en el Gran Teatre y han funcionado. El principal problema en este maratón fue el ‘casting’, conformado por unos entregados intérpretes, aunque algunos mostraron carencias técnicas evidentes. La maravilla que Minkowski consiguió con la reducida y elevada orquesta –con lamentables excepciones en el ‘Così’– no pudo con ciertos cantantes poco aptos e inaudibles en el Liceu. No todas las ‘voces Minkowski’ dieron la talla, al contrario de una reducida Simfònica liceísta, flexible, poderosa y motivada, que demostró desencuentros solo en la última etapa.

 ‘Don Giovanni’ en el Liceu

 ‘Don Giovanni’ en el Liceu / A. Bofill

En el apartado vocal se desenvolvieron con total entidad Angela Brower como Susanna y Dorabella, una genial Lea Desandre como Cherubino –lástima de su escasa proyección–, el rotundo y bien proyectado Guglielmo de Florian Sempey y la Donna Elvira de Arianna Vendittelli. Muy aplaudida resultó Ana Maria Labin como Condesa y Fiordiligi, de voz tan atractiva como diminuta, mientras que el hiperactivo Figaro / Leporello de Robert Gleadow acababa sus intervenciones con algún grito junto al Don Giovanni de Alexandre Duhamelm que resultó incapaz del más mínimo pianísimo. Una pena.

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