Los discos de la semana

Antònia Font, atalaya de madurez en 'Un minut estroboscòpica'

El grupo mallorquín destila su escepticismo hacia el estado del mundo en un cancionero mágico y conmovedor que sitúa en el amor su último refugio, diez años después de su último álbum

Los nuevo elepés de Placebo, Destroyer, Andrea Motis y Delarue, también reseñados

Antònia Font ensayando

Antònia Font ensayando / Tarek Setrra

Rafael Tapounet
Jordi Bianciotto
Ignasi Fortuny
Roger Roca
Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Si el último álbum de Antònia Font, 'Vostè és aquí' (2012), representó el experimento y el desafío, con su desfile de 40 aventuradas 'microcanciones' que ponían a prueba su inventiva pop, este flamante 'Un minut estroboscòpica' nos trae al quinteto de vuelta a casa. Antònia Font reaparece en una versión muy reconocible, como corresponde tras la larga ausencia, pero a su vez acusando el paso del tiempo con su factura temperada y su sobriedad melódica, tan bien encarnada por la añorada voz de Pau Debon, quintaesencia del cantante tranquilo. 

El tema titular, que vio la luz en diciembre, puso alto el listón con su psicodelia lírica (esos 'flashes’'visionarios de océanos y horizontes cósmicos) a juego con un estribillo esbelto y conmovedor, reposando sobre el sonido cargado del órgano de Jaume Manresa. Pero esa cima, pórtico del álbum, no está sola, y no hay más que aguardar a la siguiente pieza, 'Oh la la' tierna y escapista, donde vemos a Debon viajando con su "motor vegetal, mineral" y compartiendo en voz alta pensamientos casuales no exentos de acidez ("sa gent diu que sa gent és molt pesada"), todo ello con vistas a París, esa ciudad fetiche para el compositor del grupo, Joan Miquel Oliver (que nunca ha puesto los pies en ella). 

Una isla perdida

El álbum combina 'tempos' y tactos, con la guitarra un poco más presente que en obras anteriores, yendo a la esencia compositiva (la mitad de las canciones no alcanzan los tres minutos) y dejando un rastro de serena emotividad. Combatiendo el riesgo de pretenciosidad con ironía, ánimo coloquial y acentos de sintetizador aquí y allá con aires domésticos (y un saxo que no es real, sino producido con un teclado). Antònia Font como artefacto de naturaleza sensible, pero con su punto de primitivismo. Rinde un abnegado homenaje a los escaladores en 'Miquel Riera' (figura que ya inspiró a Oliver en la incursión literaria de 'Setembre, octubre i novembre', 2014) y retoma una materia que flota en su imaginario, el lamento por la Mallorca perdida, acosada por el turismo, en 'Cultura silenci', acogiéndose aquí a un tenue ritmo de samba. 

El disco acaba afianzando su identidad en torno a unas canciones de amor que Oliver, según dice, por pudor se reserva en su carrera en solitario y que, en la voz de Debon, encuentran su lugar en el mundo: de 'Amants perfectes', suspirando por el dolor de la lejanía física ("penses que hi ha un màxim de posar-se trist?") a la reconfortante 'Venc amb tu', canción que cierra el álbum apuntando al vínculo emocional íntimo como último refugio (dado que es lo único que nos queda: "es gruix de s’existència ja me té un poc emprenyat", desliza Debon). Ahí asoma la madurez del grupo en su nueva vida, destilando un escepticismo que no lo aparta de la misión de seguir creando apasionadamente las mejores canciones.

Otros discos de la semana

Buenas noticias para los admiradores de la versión más convulsa de Brian Molko y compañía: tras un lapso de nueve años, vuelven rearmando guitarras y menaje electrónico, fortificando el drama con un combinado de capas industriales abierto a la orquestación neoclásica y a la dinámica melódica con miga. Placebo, acudiendo a su alma ciber-punk con elegancia y dando, con la angustioso 'Forever chemicals' o la esbelto 'Beautiful James', una consistencia adulta a la vieja angustia adolescente. J. B.

Las canciones del canadiense Dan Bejar suelen esconder en su núcleo un enigma que escapa a la entera comprensión del oyente. Un desafío intelectual que va más allá de las trabajadísimas y a menudo crípticas letras y que contamina incluso las más contundentes apelaciones a la pista de baile (y aquí hay unas cuantas). Un cálido misterio envuelto en capas de frío synth-pop ochentero (ecos de Art Of Noise y New Order) que, lejos de resultar disuasorio, invita a ser desentrañado. Rafael Tapounet

Andrea Motis se aleja del jazz clásico y de Brasil para explorar otros lenguajes. 'Loopholes', variado y de tacto eléctrico, pica de aquí y de allá: en poco más de media hora suena soul, pop, funk, rítmica hip hop -la batería de Greg Hutchinson es una garantía- y hasta una canción popular colombiana, 'El pescador', en una de las interpretaciones vocales más convincentes del disco. La curiosidad de Motis es indiscutible, pero por ahora suena como si estuviera de paso por esos otros mundos. Roger Roca

Desde la periferia de Madrid, en el barrio de San Blas, Delarue es una de las plumas autorizadas en las letras callejeras en España. Con una veloz y habilidosa manera de rapear, el madrileño destila pureza, en sus historias no hay fantasía. Por eso, seguramente, se junta con Morad (dos colaboraciones en este álbum). En su segundo largo no hay cartón: vidas anónimas y tortuosas, progreso, futuro y relatos desde el asfalto. Ignasi Fortuny

Suscríbete para seguir leyendo