Novedad editorial

Arthur Lee, cómo grabar una obra maestra y echarlo todo a perder

El periodista Barney Hoskyns repasa en un libro la trayectoria del líder de Love, el genio que alcanzó la gloria artística con 'Forever Changes' y acabó en la cárcel

Love (Arthur Lee, en bañador), en 1967

Love (Arthur Lee, en bañador), en 1967 / EPC

Rafael Tapounet

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Arthur Lee tenía solo 22 años cuando Love, el grupo de rock angelino que lideraba con autoritarismo norcoreano, publicó su tercer elepé, ‘Forever Changes’, una obra maestra de pop visionario que desde entonces tiene un puesto fijo en la parte más noble de las listas de los mejores discos de siempre. Aparecido en otoño de 1967, ‘Forever Changes’ fue uno de los primeros manifiestos artísticos que, desde las mismas entrañas de la contracultura californiana, reveló una verdad incómoda: bajo la superficie sonriente de la Era de Acuario y el Verano del Amor se agitaba un océano siniestro. Una marea oscura de violencia y paranoia que acabó no solo con la utopía hippie sino con el propio Arthur Lee, que después de tocar el cielo, entró en una espiral de extravagancias, adicciones y decisiones equivocadas que arruinaron la carrera de Love y lo arrastraron a él mismo a la irrelevancia, primero, y la cárcel, después.

Esta historia de auge fulgurante y caída estrepitosa es la que el periodista británico Barney Hoskyns (autor de 'Hotel California: Cantautores y vaqueros cocainómanos en Laurel Canyon') relata en ‘Arthur Lee. Esplendor y decadencia de Love’, un libro aparecido en 2001 que la barcelonesa editorial Contra acaba de publicar en castellano en una versión actualizada. Cuando Hoskyns lo escribió, Lee estaba en la prisión estatal de Pleasant Valley, cumpliendo una condena de 12 años por amenazar a un vecino con una pistola. Poco después, el músico fue puesto en libertad, protagonizó varias giras internacionales en las que pudo, al fin, sacar algo de partido al prestigio acumulado por ‘Forever Changes’ y acabó muriendo a causa de una leucemia en 2006, a los 61 años.

Arthur Lee, en los años 70.

Arthur Lee, en los años 70. / EPC

Un poeta hippie negro

“Arthur era una extraña mezcla de encanto y amenaza -señala Hoskyns en conversación con EL PERIÓDICO-. Un apuesto poeta hippie negro que disfrutaba intimidando a los demás con sus juegos psicológicos”. Nacido en Memphis, a los cinco años Lee se trasladó con su madre y su padrastro a Los Ángeles, donde decidió convertirse en músico después de ver al cantante y guitarrista de blues Johnny ‘Guitar’ Watson “salir de un Cadillac dorado enfundado en un traje dorado y luciendo dientes de oro”, lo que da una idea de las ambiciones del muchacho.

Tras un breve periodo componiendo, interpretando y produciendo canciones de soul y rhythm and blues para pequeños sellos (en una de esas sesiones participó un tal James Marshall Hendrix), Arthur Lee dio un giro hacia el pop blanco influido por los Beatles y los Byrds y, junto a su amigo Johnny Echols, un guitarrista negro aficionado al jazz, montó un grupo del folk-rock multirracial al que bautizó como The Grass Roots. Por sus filas pasó fugazmente Bobby Beausoleil, que al cabo de un tiempo se haría tristemente popular como uno de los asesinos del clan Manson.

El niño bonito (y blanco)

La formación de The Grass Roots quedó estabilizada con la llegada de Bryan MacLean, un joven de familia acomodada y prodigiosa melena rubia que había trabajado como ‘roadie’ para los Byrds y que no tardó en revelarse como un imán para las chicas y un compositor notable, lo que alimentó una suerte de rivalidad que Lee se ocupó de zanjar con despotismo estalinista. “Arthur explotaba el sentimiento de culpa que Bryan tenía por su condición de niño bonito y privilegiado de Beverly Hills y lo dominaba por completo”, apunta Hoskyns.

Rebautizado como Love, el grupo se convirtió en una de las grandes sensaciones del Strip angelino con su ‘look’ imponente y su mezcla de folk, soul, rock de garaje y pop psicodélico y firmó un contrato con la discográfica Elektra. “Como sugiere el título de una de las canciones de ‘Forever Changes’, las épocas son la gente. Y en el Los Ángeles de mediados de los años 60, Love eran la época. Ellos supieron traducir esa escena en canciones mejor que nadie -sostiene Barney Hoskyns-. Pero la mezcla racial que hacía de ellos un grupo molón y distintivo en su ciudad resultaba difícil de vender al americano medio”.

Esa es una de las razones por las que Love nunca alcanzaron el éxito que sí tuvieron, por ejemplo, los Doors, que ficharon por Elektra gracias a la mediación de Arthur Lee. Pero hubo otros factores que lastraron su carrera comercial: entre ellos, la creciente afición a las drogas de algunos componentes de la banda y, sobre todo, el imprevisible comportamiento de un líder que parecía empeñado en boicotear su propia carrera con decisiones como negarse a salir de gira fuera de California, rechazar la oferta para tocar en el Festival de Monterey o destinar toda la cara B de su segundo elepé, ‘Da Capo’, a albergar una monserga épica de 19 minutos llamada ‘Revelation’ (la cara A es una sucesión gloriosa de seis canciones sin tacha que merecían mejor compañía).

Un manifiesto generacional

Aun así, entre junio y septiembre de 1967, Love se las arreglaron para grabar uno de los mejores álbumes de su tiempo. Y de todos los tiempos. ‘Forever Changes’ es una manifiesto generacional plagado de sombrías visiones, erupciones de furia guitarrera y pasajes musicales de exquisita delicadeza. “Una confluencia única de belleza barroca y retorcido imaginario hollywodiense”, dice Hoskyns. Una obra maestra que no pasó del puesto 52 en el ‘hit parade’ estadounidense y cuya accidentada grabación precipitó el final de la formación original del grupo (que aún tuvo tiempo de facturar el sensacional ‘single’ ‘Your mind and I Belong together’ antes de dispersarse).

Tras la desbandada, el guitarrista Johnny Echols y el bajista Ken Forssi se hundieron en la adicción a la heroína y acabaron en la cárcel acusados de haber perpetrado una serie de atracos a mano armada a varios puestos de donuts. Bryan MacLean eligió la compañía de la botella, la cambió años después por la religión y abrió un club nocturno cristiano en Rodeo Drive (murió el día de Navidad de 1998). Y Arthur Lee reflotó la marca Love con nuevos componentes y dilapidó el legado del grupo en un puñado de discos que, en el mejor de los casos, son un pálido reflejo de su gloria pretérita.

La deserción de las musas

En su severo juicio crítico, Barney Hoskyns ni siquiera salva de la quema ‘Four Sail’, el reivindicable elepé de Love que Lee grabó en 1969 con una banda de músicos de blues-rock. “Si ‘Forever Changes’ no hubiera sido un disco tan extraordinario, quizá podría escuchar ‘Four Sail’ con otros oídos. Pero no, ni siquiera se le acerca. Por alguna razón, probablemente relacionada con las drogas, las musas de Arthur le habían abandonado. Y el hecho de que ya no volviera a grabar ningún disco importante nos hace pensar que MacLean, Echols, Forssi y los demás aportaban seguramente más de lo que el propio Lee estaba dispuesto a reconocer”.

Barney Hoskyns.

Barney Hoskyns. / Mark Pringle

En las décadas siguientes, Arthur Lee abrazó una vida de reclusión, alcohol y cocaína salpicada de detenciones, giras erráticas y discos que no llegaron a ninguna parte. Entretanto, el culto a ‘Forever Changes’ crecía en todo el mundo, y muy especialmente en Europa, donde el líder de Love empezó a ser reverenciado como un genio torturado. “Creo que Arthur tenía problemas mentales, aunque no sabría precisar de qué se trataba -comenta Hoskyns-. Y como pionero del pop punk orquestal psicodélico garajero negro debía de tener serios conflictos de identidad. Pero, más allá de la leyenda, es indudable que, a juzgar por la cara A de ‘Da Capo’ y por todo ‘Forever Changes’, debe ser considerado un genio”.

En 1993, poco antes de que Lee se viera envuelto en un altercado con un vecino y una pistola que acabaría conduciéndole a la cárcel, Barney Hoskyns tuvo ocasión de entrevistarlo en el valle de San Fernando. Le pregunto si en persona resultaba un tipo tan hosco e intimidante como cuentan las crónicas. “Borracho -responde-. Así es como estaba”. 

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