Concierto

Immanuel Wilkins: la mano de dios marca un hito en Terrassa

El joven saxofonista de Nueva York ofreció un pase para la historia del festival egarense

Immanuel Wilkins

Immanuel Wilkins / Xavi Almirall / Festival de Jazz de Terrassa

Roger Roca

Roger Roca

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Las paredes de la Nova Jazz Cava de Terrassa están atiborradas de fotos, entradas, dedicatorias y programas de mano. Son la memoria de los más de sesenta años de jazz en la ciudad, un panteón pagano hecho a base de recortes y recuerdos de noches memorables. El sábado, un rato antes del concierto del joven saxofonista Immanuel Wilkins, algunos veteranos del jazz de Terrassa comentaban con orgullo y nostalgia algunas de las fotos. "Yo estuve ese día. Fue bestial". Otros espectadores, muchísimo más jóvenes, veían aquellas imágenes por primera vez. Nunca antes habían pisado la sala, pero estaban allí para escuchar al saxofonista venido de Nueva York del que todo el mundo habla. Un músico de 24 años. Uno de los suyos.

Con solo dos discos Immanuel Wilkins ya es un músico importante. Y no solamente porque tenga el visto bueno de los mayores del jazz y el apoyo de la industria -graba para la todopoderosa Blue Note-, sino porque conecta con su generación. Hay algo muy de su tiempo en la música que el cuarteto de Wilkins presentó el sábado en Terrassa. La energía siempre altísima, la cantidad torrencial de información, la destreza de todos y cada uno de los músicos, la velocidad a la que ocurrían las cosas, la precisión del encaje entre los cuatro. También la variedad de tradiciones de la que beben: se saben la historia del jazz moderno del derecho y del revés, pero de repente toman un atajo y se columpian en tres sencillos acordes, como si fueran The Ramones, para entrar en una especie de trance a base de variaciones infinitas sobre un mismo bucle.

Wilkins apenas cogió el micro para saludar y despedirse. No explicó nada de los qués y los porqués de una música que es muy de ahora mismo y que al mismo tiempo parece que busca conectar con algo que está más allá del tiempo. No dijo, por ejemplo, que su música no se puede desligar de su fe. O que el disco 'The 7th Hand', que ocupó la segunda mitad del concierto, es un intento de conectar con lo divino. Que esa séptima mano del título es la mano de dios, y que cuando toca tiene la sensación de que la música no la hace él, sino que se deja llevar por algo más grande. No hizo falta, porque la elocuencia de la música fue suficiente para sentir que allí ocurría algo importante. Igual un día, en las paredes de la Nova Jazz Cava, entre fotos de Lou Bennett y Tete Montoliu, dos ídolos de ese panteón pagano que se fueron hace 25 años, cuelga un cartel de la noche en que Immanuel Wilkins pisó por primera vez el Festival de Jazz de Terrassa.

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