Libro

La historia del niño que recorrió la Europa en guerra huyendo de los nazis

John Carr relata la epopeya de su padre, judío nacido en Polonia, en ‘El día que escapé del gueto’ 

Henry Carr, en 1945, en Londres.

Henry Carr, en 1945, en Londres.

Anna Abella

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Henry Carr, nacido Chaim Herszman en Polonia en 1926, el mismo día y mes que Hitler, era un chaval rubio y de ojos azules de 14 años y judío, cuando en 1940, intentando cruzar la alambrada del gueto de Lodz en el que los nazis le encerraron junto a toda su familia, le clavó un cuchillo en el cuello a un guardia para evitar que este asesinara a su hermano. Ahí empezó una epopeya en solitario, huyendo por una Europa en guerra, intentando cruzar la frontera hacia la Rusia Soviética, refugiándose con una familia alemana en Berlín, cruzando la Bélgica y la Francia ocupadas, dando con sus huesos en una cárcel de la España de Franco y logrando llegar a Gibraltar y enrolarse con los ingleses para combatir a los alemanes. Sobrevivió al Holocausto y tuvo seis hijos. Uno de ellos, John Carr, registró las historias que su padre le contó durante dos décadas y tras su muerte, en 1995, las verificó y completó con otras fuentes para convertirla en ‘El día que escapé del gueto’ (Catedral), "una novela sin ficción" en la que "junto a la tinta hay muchas lágrimas", confiesa en su visita a Barcelona. 

Ante las imágenes de la invasión nazi de Polonia, ante las dudas de los judíos sobre si huir, quedarse, luchar… y ante el trágico destino de tantos refugiados "es imposible no establecer paralelismos con lo que está pasando hoy en Ucrania", opina. "Sigue existiendo el antisemitismo. Y vuelve la guerra, donde un vecino puede acabar matándote. Este libro es la historia de mi padre, pero también la de todos los que no consiguieron huir ni sobrevivir", añade John Carr, experto británico en seguridad en internet. 

No todos los alemanes estaban de parte de Hitler ni todos odiaban a los judíos

"Mi padre tuvo mucha suerte", constata. Se rompió un tobillo al intentar cruzar los Pirineos. "Le encontraron dos guardias civiles que pudieron matarle pero no lo hicieron y en cambio le llevaron a la cárcel de Miranda de Ebro, donde tuvo también la suerte de que el director no quería niños en ella. Y un diplomático inglés se hizo cargo de él creyendo que es canadiense". No fueron los únicos momentos en que sorteó la muerte. Tras huir del gueto, quiso seguir los pasos de su hermano mayor, Nathan, que huyó antes que él y logró no sucumbir en la Siberia soviética (Carr contará su historia en un próximo libro). En la frontera, Chaim no acabó de milagro tiroteado por guardias rusos ni muerto de frío en tierra de nadie. "Sobrevivió gracias a un médico alemán que le operó de amigdalitis", apunta, y que le dio la opción de escapar antes de informar de que estaba circuncidado. Y obtuvo la ayuda de otro alemán, un soldado que conoció en un tren y le llevó a su casa en Berlín. "Es importante recordar a los jóvenes de hoy que no todos los alemanes estaban de parte de Hitler ni todos odiaban a los judíos. Muchos hicieron actos de valentía y les ayudaron", recalca Carr.

John Carr, este lunes en Barcelona.

John Carr, este lunes en Barcelona. / FERRAN NADEU

El síndrome del superviviente

Chaim, que utilizó diversos nombres para evitar ser reconocido como judío, no pudo evitar sufrir el síndrome del superviviente. "Siempre se creyó un tipo duro, pensaba que si hubiera podido quedarse con su familia en el gueto quizá habría encontrado la forma de que no hubieran muerto. Se sentía culpable. Era de una generación que presenció cosas horribles y que luego cayó en depresiones y sufrió trastornos mentales. Muchos eran incapaces de hablar de aquella época y se lo guardaron todo en su interior". Por ello, reconoce Carr, para él y para su padre fue "terapéutico" hablar de su experiencia y asumir que "para sobrevivir decías y hacías lo que fuera".    

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El gueto de Lodz, donde el cartel reza: Zona residencial judía. Prohibido el paso. / Catedral

Instalado en Inglaterra, Chaim continuó ocultando su origen judío incluso a su mujer. "Yo descubrí esa herencia judía a los 12 años, cuando mis padres se divorciaron. Fue un ‘shock’, porque crecí en una comunidad católica irlandesa del norte del país y a diario oías comentarios negativos y agresivos contra los judíos. De niño había tenido una relación horrible con mi padre y me preguntaba por qué era así y por qué se portaba tan mal. Al preguntarle sobre la guerra entendí lo asombroso de su vida y él se sinceró y volvió a sentirse cómodo en su piel. Ya no tenía que fingir que era católico".   

Dolor y lágrimas

Llegado a Gibraltar, convenció a los ingleses de que no era ningún espía nazi y entró para luchar contra Hitler en el Ejército Libre Polaco, bajo mando británico. Pero allí imperaba también tal antisemitismo, hasta el punto de temer por su vida, que a Chaim, junto a otros 800 judíos, se les permitió trasladarse a una unidad especial de extranjeros del Ejército aliado. "Volvió a Polonia al acabar la guerra para intentar saber qué le paso a su familia. Pero después nunca quiso regresar a su país". Allí, decía, "no le esperaba más que dolor y lágrimas".