Crítica de música

Rodrigo Cuevas, la rebelión del folklore en la Barts

El artista asturiano celebró los poderes de ‘Trópico de Covadonga’, con su mirada reparadora y heterodoxa a la tradición, en una disfrutable sesión en el festival Guitar BCN

Rodrigo Cuevas

Rodrigo Cuevas / Ferran Sendra

Jordi Bianciotto

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Rodrigo Cuevas es uno de los principales responsables de que ítems culturales como el pandero cuadrado o el baile asturiano ‘xiringüelu’, y otros muchos asociados al imaginario de raíz, puedan ser vistos ahora como el no va más de la modernidad. Pero lo suyo no se explica tan solo a través de la (sabrosa) lectura musicológica o del debate en torno al prestigio y lo ‘cool’: hay un aura en ese artista que se apodera del escenario como una mezcla de hechicero ultramontano y diva de cabaret, que canta a corazón abierto invocando el alma de la cultura popular.

Quedó certificado, de nuevo, en el primero de sus dos pases en Barts (festival Guitar BCN), este jueves, celebrando su ‘Trópico de Covadonga’, concierto basado en el álbum ‘Manual de cortejo’ (grabado en 2019 de la mano del productor Raül Refree), que, tras recalar en plazas como el Palau y el Grec, ya camina solo realzando sus poderes. Ahí estuvo Cuevas, con su presencia ancestral y de fantasía: falda de vuelo, mangas de blonda y zuecos, y ese capirote que le da un aire de pope de una religión no homologada. Y los tejidos tanto acústicos como electrónicos aportados por su solvente cuarteto, llevando hacia el futuro, pero sin perder nunca la toma de tierra, piezas de origen tradicional, con cierto halo místico, como ‘Arboleda bien plantada’ y ‘Ronda de Robledo de Sanabria’.

Mística y fiesta

Cuevas fue el gurú pagano y el ‘showman’ con una pizca de rey de la comedia (hablando en exceso, hay que decir), pero fue difícil resistirse a ese desenfadado canto de velatorio, ‘Muerte en Motilleja’, a la liturgia coplera de ‘El día que nací yo’ y a las agitadas ‘Vaqueiras’. Con tanta mística como ganas de fiesta, apelando al humor, a la justicia histórica y a los ideales de la transformación social, cantó a los “pobreciños” canasteros (‘Cesteiros’), puso a la sala a bailar (o intentarlo) una muñeira que acabó derivando en un fragmento de la habanera ‘El meu avi’ (Cuevas estudió en la ESMUC y tiene nociones de catalán), y cerró a toda percusión con una ‘Rumba de a Estierna’ abierta a la improvisación lírica con la sala en pie. Recordando que, más allá de las capas de vanguardia y de purpurina heterodoxa, Cuevas lleva al presente, y a salas del circuito comercial de la música, una pulsión tan sencilla y antigua como la de cantar, bailar y compartir.

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