Crítica de concierto
Una Pires mágica ilumina el Palau
La pianista portuguesa interpretó un concierto de Chopin, uno de sus compositores de cabecera

Pires, en el Palau de la Música. /
El regreso de la pianista portuguesa Maria João Pires al Palau de la Música Catalana, esta vez en el ciclo Palau 100, lo hizo formando parte de algo así como una embajada musical lusa, ya que actuó acompañada por la Orquestra Gulbenkian, una de las más importantes del país. Lamentablemente el programa solo incluyó una pieza de un compositor portugués, la obra contemporánea ‘Deux portraits imaginaires’, encargada en 2013 por la Casa da Música de Oporto a Pedro Amaral, y sin Pires al piano, completando el programa con dos ‘hits’ de Chopin y Debussy.
El solo nombre de la célebre pianista tocando al genio polaco llena cualquier auditorio, tal y como felizmente sucedió en el coliseo modernista, pero se desperdició lo que habría sido una gran oportunidad para conocer más de los clásicos portugueses tan poco divulgados, una potencia sobre todo en el ámbito del barroco tardío.
En el otro extremo del arco creativo, la obra ofrecida de Pedro Amaral, inspirada en textos de Pessoa en torno al mito fáustico y concebida primeramente para una formación camerística, saca buen provecho del tejido orquestal en esta versión ampliada con secciones bien contrastadas y con una considerable participación del piano, la madera y el metal. ‘Deux portraits imaginaires’ plantea un diálogo imaginario entre los personajes representados por las diferentes voces instrumentales. Una obra oscura, atmosférica y con momentos muy interesante, aunque sin una personalidad propia especialmente destacada. Bien llevada por el director y pianista brasileño Ricardo Castro -que reemplazaba al previamente anunciado Tatsuya Shimono-, la orquesta se lució por su ductilidad en el ‘Concierto para piano Nº 2 en Fa menor, Op. 21’ de Chopin, especialmente con un ‘Larghetto’ moldeado al extremo y junto a una Pires especialmente inspirada, quien ya desde sus primeros ataques aportó un sonido hermoso, redondo, con las melodías bien subrayadas y equilibradas, luciendo todas las ideas musicales del compositor. Sus frases, cargadas de su acostumbrada expresividad y junto a un óptimo estado técnico, iluminaron a un público que la adora, creando pura magia en esas escalas casi susurradas del ‘Larghetto’. Maravillosa. Su prestación en el exigente final del ‘Allegro vivace’ la mostró como la virtuosa que es, pero pendiente de frasear con sentido y extrema sensibilidad.
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El programa se completó con ‘La mer’ de Debussy, obra en la que el conjunto lisboeta pudo brillar con más libertad después de Chopin –en la que cede el protagonismo al solista–, premiada con el reconocimiento del público gracias a una versión pulcra y suficientemente contrastada.
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