Entrevista

Borja-Villel, sobre la polémica reordenación del Reina Sofía: "Cuestionar las categorías puede irritar"

El director del gran museo de arte contemporáneo madrileño responde a quienes, desde sectores fundamentalmente conservadores, critican que la colección haya abandonado el tradicional orden cronológico y de escuelas de la colección para reorganizarla en base a temáticas como el feminismo o el 15M.

Juan Cruz entrevista a Manuel Borja-Villel

Juan Cruz entrevista a Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía. /

Juan Cruz

Juan Cruz

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Manuel Borja Villel (Burriana, 1957) dirige desde enero de 2008 el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía, capital del arte moderno en España. A su despacho se llega por una puerta que parece la de una panadería, como aquella que tenía sir Roland Penrose en el ICA (Institute of Contemporary Arts), el templo inglés que dirigió este gigante del conocimiento pictórico del siglo XX. Villel es una persona de enorme actividad, que habla como si tuviera prisa por saber lo que piensa a la que vez que lo expresa. Tiene un humor excelente, que le ayuda a sobrellevar ataques como los que ha recibido en relación con iniciativas recientes como la reorganización de sus fondos. La evocación de tales diatribas, entre otras razones, le llevan a decir, antes de empezar la entrevista, que estamos, como cantaba el mexicano José Alfredo Jiménez, en un mundo raro, “muy raro”.

¿Por qué cree que este mundo está raro?

Está raro porque estamos como en los años 30: con guerras culturales, fake news, fascismo… Pero en esa época había jefes muy claros, con ideas y armamentos: Mussolini, Hitler… Ahora hay payasos, gente que simplemente habla. Y la maquinaria va moviéndose. Es raro porque es una época que parece que está a punto de estallar. El neoliberalismo ha colapsado. La crisis económica de 2008 demostró que era falso, que no servía. Por otro lado, quienes buscan la mejora del ser humano están cambiando de escenarios y hoy no puedes separar ecología de política, no puedes separar raza de clase…. Cuando ahora se habla de la colonización para volver a enfrentar a la gente, todo se enturbia. Además, hay una especie de guerra civil global, hay guerras culturales, hay un cambio de paradigma. Y no sé si la izquierda lo ha entendido.

¿Usted lo ha entendido?

No lo sé. Creo en la institución pública, en los artistas… y eso no se puede reducir a un algoritmo. Lo poético es irreducible. Un algoritmo no puede condicionarte. Pero es lo que hay. Y eso nos afecta a nosotros. A ver: como lo poético es irreducible, da miedo. Cuando Duchamp hizo el urinario, se nos dijo que era arte. Pero luego alguien dijo que no, que eso era diseño. Como entró como arte, pagaba menos. Bueno, la capacidad de los artistas de hacerte ver el mundo de otra forma, es irreducible. No sé si eso ya no se entiende. Y es peligroso porque desencadena guerras culturales.

Esas guerras culturales le han tocado a usted también. Y al museo.

El museo está bastante fuerte. Tiene una estructura que nunca se le agradecerá lo suficiente. Goza de una ley propia, y eso genera un espacio de libertad que, hoy por hoy, no se puede tocar.

Hay una cosa muy característica de las nuevas guerras culturales: nos roban las palabras. Utilizan la palabra libertad para decir lo contrario"

¿Cómo reaccionó ante los ataques que recibió por la reciente reorganización de los fondos y salas del museo?

Hay una cosa muy característica de las nuevas guerras culturales: nos roban las palabras. Utilizan la palabra libertad para decir lo contrario. Es triste que mientan, también. Un periodista decía que aquí ya no había Solanas. ¡Hay una sala con Solanas, sí! ¡Hay 14! Y que no hemos sacado a Picasso. De hecho, la colección se ha ampliado. Otro decía algo así como que "no he ido al Reina Sofía porque han introducido el 15-M". Oiga: tenemos un pabellón de la República, de la Guerra Civil, del exilio…. ¡Más político que eso, no hay nada! En fin: es malsano, intolerante.

También el feminismo le ha hecho algunos reproches.

Sí. Pero ahí diría que ha sido con razón. Porque veníamos de donde veníamos. Ahora el feminismo es parte de la colección. Pero el feminismo es mucho más que cuotas, eh. Y cuando te dicen: ¿por qué en los años 50 no hay tantas mujeres? Pues primero, porque hay una realidad histórica injusta: había menos. Y segundo, una realidad de mirada: estamos acostumbrados a mirar ciertas cosas. Y las grandes obras solían ser de los hombres. Había mujeres que hacían cosas, sí. Pero se quedaban guardadas en su casa, porque no les hacían sitio en los museos.

¿No resulta estimulante que un museo de arte contemporáneo genere polémicas?

Es que hay gente especializada en buscar polémicas. Pero quien hace un ejercicio serio, historiográfico… Ahora hay Artivistas, gente que trabaja sobre feminismo, sobre el desastre urbanístico… nos aporta mucho. Porque las obras van más allá del comisario.

Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía.

Manuel Borja-Villel, director del Museo Reina Sofía. / José Luis Roca

Quizá la naturaleza de un museo es generar discusión. Nada está quieto y eso está bien.

Por supuesto. Es muy importante el debate, ver a qué puerta de la historia le damos una patada y con qué ropajes nos vestimos. El problema de hoy es que el debate no se produce. Se dicen mentiras y desparece la conversación tranquila.

¿No tiene la sensación de que "lo contemporáneo" dura casi nada?

Lo contemporáneo es una categoría histórica que empieza más o menos en los 70: el golpe de estado en Chile, Reagan y Thatcher, la caída del bloque soviético. Luego todo eso se quiebra con la crisis de 2008, y ahora estamos en un periodo de transición. Otra cosa es lo actual. Lo actual está programado por las modas y no dura nada porque, en el momento que lo consumes, ya están haciendo otra cosa para consumir.

El problema con la reordenación se da cuando entramos en los años recientes. Y habría que preguntarse: ¿no será que no nos gustamos?"

¿A qué atribuye las críticas que ha recibido?

Ha habido cosas muy positivas aparte de esa crítica. Lo que hicimos fue que todo estuviese conectado, sin olvidar que todo esto es algo que está en construcción. Ahora mismo ya estamos cambiando más cosas. Con la reordenación que hicimos en 2008 las críticas eran más de tipo académico: te has dejado a este, tú no puedes reducir este género a un solo artista… La colección llegaba hasta 1980, más o menos. El problema se da cuando entramos en los años recientes. Y ahí valdría la pena preguntarse: ¿no será que no nos gustamos? Bueno, parece que la pregunta molesta.

¿Hay algo indiscutible hoy en el arte?

No. Pero eso no quiere decir que todo vale. Todo es muy complejo. La crítica institucionalizada dice: di lo que quieras pero no te salgas del marco. Pero también puedes ir inventando las reglas sobre la marcha y eso es más bonito, pero también más polémico. Ese cuestionar las categorías puede irritar.

He disfrutado mucho el libro de Juan Tallón [Obra maestra (Anagrama), sobre la desaparición en el Museo de una escultura de Richard Serra de 38 toneladas]. ¿Usted cómo lo ha leído?

Me encanta lo que dijo Tallón en una entrevista: ojalá no aparezca la primera escultura, porque se acaba el misterio. Me encanta también el cruce que hace entre historiografía y ficción. Me parece extraordinario que un museo sea capaz de generar una novela como esa. Cuando ocurre algo así, hay alguien que no está controlando. No me refiero tanto a los que estaban, me refiero a que lo más probable es que no había quién se ocupara de evitar algo así. Luego llegó la copia de Richard Serra y… es tan original como la otra, me parece a mí. Dicho esto, hay una cosa que me interesa mucho: ficcionalizar la historia e historiografiar la ficción. Por eso he disfrutado mucho leyendo esa novela.

Usted hubiera preferido no haber sido el director en ese momento, ¿no?

Bueno, jajajaja. Esto lo descubrió Ana Martínez Aguilar, pero… ¿y si la desaparición de la escultura ocurrió en otro momento y fue ella quien, al llegar, lo descubrió? Bueno, el caso es que a ella le tocó cargar con todo eso. Y eso refleja que las instituciones culturales viven en la precariedad. Y a veces no lo vemos.

En general, le veo feliz. ¿Esta percepción es correcta?

Es que tengo una nieta muy guapa, muy simpática. Y, en general, me gusta lo que hago y espero reflejarlo, sí.